Frases que ilusionan: “¿Jugamos?”
Muchas veces los adultos menospreciamos el juego como algo de niños, una pérdida de tiempo, algo que no aporta nada porque no tiene objetivo, pero lo cierto es que, como dice Patricia Ramírez, psicóloga del deporte, “jugar tiene muchas ventajas, de hecho, no hay un solo niño o a un adulto al que le plantees la idea de jugar y te diga que no. Haz la prueba. Un día que salgas a comer o cenar con amigos, diles “os voy a hacer un juego” y verás como en ese momento todos te prestan atención. Jugar forma parte de la especie humana y animal. Cuanto más evolucionado es el animal, más tiempo dedica al juego…menos los humanos. Jugar es explorar, crear, relajarnos, divertirnos, atrevernos, fallar sin miedo y perseverar para ganar. Jugar no es exclusivo de la infancia o de la adolescencia, debería ser una conducta permanente a lo largo de nuestra vida. Jugar debería ser una actitud”. Nuestros hijos, como nos decía Álvaro Bilbao, “deben poder jugar y es la manera de desarrollar un cerebro pleno”. Por eso, insiste el neuropsicólogo, “para educar a nuestros hijos y conservar su creatividad hace falta decir menos “no, porque”, “sí, pero” y más “sí, y además”” ante sus ideas alocadas.
Carolina es una niña de 7 años que se pasa horas y horas en casa jugando y pidiendo, en muchas ocasiones, a sus padres que sean cómplices de ese juego. Sus padres, muchas veces, tienen prisa, cosas que hacer o pocas ganas de ponerse a jugar y a veces se ponen muy nerviosos porque les parece que su hija debería dedicar más tiempo a “cosas de provecho”: recoger su cuarto, leer, estudiar… También es cierto que se habían sacudido la culpa de no tener suficiente tiempo para su hija o de no haberse convertido en animadores de ludoteca (algo que la experta Catherine L’Ecuyer afirma que los padres no deberíamos ser). Pero lo cierto es que el juego en aquella casa era considerado por los adultos como una pérdida de tiempo, con la de cosas importantes que hay que hacer…
Hasta un buen día. Los padres, en una tarde relajada, se pusieron a contemplar a su hija Carolina jugando con su hermano Pablo, de cuatro años, a convertir el salón en un campamento indio, a crear historias con monigotes de plastilina… Y se maravillaron de la imaginación que los dos niños ponían en juego, del entusiasmo con el que jugaban, de las capacidades de negociación que tenían uno y otro cuando alguno se enfadaba porque el juego no iba por donde él o ella quería, de lo concentrados que estaban en el juego (tan concentrados que no veían a sus padres observar atentamente la escena).
Por eso, cuando acabó el juego y el salón estaba lleno de juguetes, mantas y sillas desordenadas, los padres decidieron que en lugar de “ponerse serios” y exigir con gesto autoritario que se pusieran a recoger, podrían jugar a recoger el salón en equipo con un cronómetro y apuntar los tiempos. Porque así podrían jugar la próxima vez a superar esos tiempos a la hora de recoger.
Como dice Patricia Ramírez, “para mí siempre ha sido una máxima la frase de un grande de la educación, Howard Gardner “el propósito de la educación es lograr que los niños quieran hacer lo que deben hacer”. Conseguir esto a través del juego es bastante sencillo. Incluso los adultos resolvemos mejor los problemas y encontramos más y mejores soluciones cuando convertimos un problema en un reto o un misterio a resolver. Solo el hecho de plantearlo así, reduce el nivel de presión y ansiedad con el objetivo”.
Y es que, afirma la psicóloga, jugar fomenta la creatividad, produce endorfinas y dopamina (“neurohormonas y neurotransmisores de la felicidad. El bienestar ayuda a trabajar en estado de flow, con mayor concentración y completamente abstraído por la tarea”), nos relaja y reduce el estrés, mejora el rendimiento, mejora las relaciones personales y el ambiente laboral y mejora el aprendizaje.
Así que, qué os parece, ¿jugamos?
Si quieres más ideas para educar con ilusión, no te puedes perder nuestro encuentro el 10 de junio en Barcelona.