En su último libro La familia, la primera escuela de emociones, recientemente publicado, Mar Romera, especialista de educación emocional, que estará con nosotros en Barcelona el 10 de junio, cuenta que realizó un viaje de ensueño con su marido y sus hijas a Nepal (e hicieron trekking cerca del Everest) y que su hija mayor lo vivió de una manera completamente diferente, cansada por el ritmo de las caminatas y fijándose en detalles muy distintos de los que maravillaban a su madre. Lejos de enfadarse por el hecho de que su hija y ella no parecían compartir intereses, Mar se maravilla de (re)conocer a una hija con una identidad propia, con intereses propios: “Nuestros hijos e hijas son nuestro proyecto, pero nuestros proyectos no son los suyos y la clave de la educación está en respetarlos”, escribe Mar . Porque aunque pueda parecer cómodo que nuestros hijos estén de acuerdo con nuestros intereses, acepten con entusiasmo todas nuestras propuestas, proyectemos en ellos nuestros anhelos y consigamos que nos sigan, lo cierto es que es mucho más divertido y enriquecedor conocer a nuestros hijos como personas únicas, diferentes de nosotros. Lo vemos con la historia de Fernando, que no quería seguir la tradición de abogado.
Fernando está terminado el Bachillerato y sus padres tienen bastante claro que estudiará Derecho, como el resto de la familia. En realidad, todos lo tienen claro menos él. Fernando está hecho un lío, no tiene muy claro que quiera estudiar Derecho y, tan preocupado como estaba por seguir la tradición, lo cierto es que no sabe cuál es su pasión. E realidad, parece que ha renunciado a buscar su camino, porque ya tiene uno asignado.
Pero un buen día, Fernando queda en su casa con dos amigos de clase para explicarles una lección de matemáticas que les está resultando ardua. Sus padres, que les llevan algo de merendar en medio de la lección, ven claramente que a Fernando le apasiona explicar, enseñar, despertar el interés, conectar lo que está explicando con la vida de la persona a la que le explica. Reconocen que nunca han visto así de cómodo y volcado en una actividad a su hijo, que cuando hablan de Derecho no le brillan los ojos como ahora. Y lo cierto es que jamás se habían imaginado a Fernando como profesor. Nunca les había llamado la atención esta profesión, normalmente tan denostada. En los pocos minutos que vieron a Fernando como un profesor, lo cierto es que redescubrieron a su hijo como una persona muy diferente a lo que ellos esperaban y ellos habían visto hasta ahora, con intereses muy diferentes a los suyos y a los que, para ser honestos, le habían impuesto. Así que cuando los amigos se marcharon, los padres hablan con Fernando:
-Cariño, a ti lo del Derecho no te apasiona, ¿no?-le pregunta su madre.
Fernando dudó, no quería defraudarlos mucho:
-Pues… la verdad… La verdad es que no me apasiona, no.
-¿Y has pensado si tienes alguna vocación o pasión?-le pregunta su padre.
-Uy, qué va, la verdad es que estoy hecho un lío…
-Pues nosotros te hemos visto encantado de la vida explicando a tus amigos, se te da muy bien explicar- le dice su madre.
-Es verdad, enseñar me gusta. Pero claro, no se parece mucho a ser abogado…
–Cariño, nos encanta que tengas tus propios intereses, que no quieras seguir caminos trillados por la cosa de la tradición familiar. Nos encanta que tengas tu propia personalidad y que estés creciendo como una persona con criterio propio.