Frase prohibida: “deja de hacerme preguntas”

“Mamá, papá, una pregunta…” Así suelen empezar la mayoría de las frases que pronuncian los niños de entre dos y cinco años. Para continuar con… ¿por qué los gatos tienen bigotes?, ¿por qué el primer día de la semana es el lunes?, ¿por qué la tierra es redonda? y así hasta el infinito. Son incasables. Siempre preguntando. Siempre sacando un por qué, o un para qué de cada situación que se les presenta. Lo primero que tenemos que decirte es que es totalmente normal. Tu hijo ha entrado de lleno en la “edad de las preguntas”.

 

Mario tiene 4 años y hace, sin exagerar, más de cien preguntas al día: ¿Por qué el agua moja?, ¿Por qué por las noches no hay sol? Parece tener miles de dudas e intenta resolver cada una de ellas. Mario, como cualquier niño de su edad, necesita explorar el mundo en el que vive desde hace a penas unos años. Cuando aún no dominaba el lenguaje, su exploración era táctil: tocaba absolutamente todo lo que se le ponía en su camino. Pero cuando ha logrado hablar, esta investigación táctil se le ha quedado corta y necesita empezar con las preguntas.

¿Por qué la sangre es roja?, ¿Y por qué las arañas tienen ocho patas? Repite Mario sin cesar. Patricia, su madre, le responde casi todas sus dudas pero, cuando Mario ya va por la número noventa y ocho, en ocasiones se satura y le suelta un: “porque sí, no me hagas tantas preguntas” o, “Mario, deja de hacerme preguntas absurdas”.

David Cuadrado, psicólogo y autor del libro: “Coaching para niños (o mejor dicho…para padres)” afirma que, cuando sus hijos eran pequeños, nada le podía hacer más feliz que la frase: “Papá, una pregunta…”. Sabía que significaba el inicio de algo excitante. “Da igual la pregunta que realicen. Lo importante es que pregunten. Que sean capaces de sorprenderse, de entusiasmarse ante lo desconocido, de querer saber más sin importar la utilidad de ese conocimiento a corto plazo”, apunta David. “Sin curiosidad, no seríamos lo que somos”.

Las preguntas de los niños pueden ser absurdas, disparatadas, innumerables, agobiantes… pero no debemos menospreciarlas. Detrás de ellas hay un interés infinito por aprender cosas nuevas. Y buscan que seamos nosotros, sus referentes, quiénes se las enseñemos.

La clave está en reconocer la importancia que hay detrás de cada una de sus preguntas. Ese ansia por superarse, por conocer cosas nuevas. Con todo esto no queremos decir que siempre tengamos que estar disponibles para el interrogatorio que nos tengan preparado. Tenemos derecho a estar agotados como personas que somos. Pero igual deberíamos cambiar la frase: “deja de hacerme preguntas absurdas”, por otras como: “te contesto una última pregunta y mañana seguimos con más”.  Lo importante es dejar abierta la línea de comunicación y no transmitirle que sus preguntas nos desagradan, sino todo lo contrario: nos encanta que sean tan curiosos.

Como dijo César Bona, uno de los 50 mejores maestros del mundo según el Global Teacher Prize (algo así como el Premio Nobel de los profesores): “Una persona no deja de aprender porque se haga mayor, sino porque deja de sentir curiosidad por las cosas que le rodean“. Por tanto, parece lógico pensar que a más preguntas, mayor será la curiosidad de nuestro hijo y, por tanto, mayor su aprendizaje.

Ahora, respira hondo y date la vuelta. En estos cinco minutos que te ha llevado leer este artículo, a tu hijo se le han ocurrido más de viente preguntas que hacerte. ¿Preparad@ para el interrogatorio?

Imagen de portada: Pexels.

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María Dotor

Tener solo unas líneas para presentarse no es fácil. Espero hacerlo bien 😉 Soy periodista y amante de la educación. Una de mis frases favoritas es: “La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo” de Paulo Freire. Por eso creo que es tan importante tomárnoslo en serio. Por eso, y porque educar es el más apasionante e importante de los viajes. ¿No crees?

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