El juego del calamar, la exitosa serie de Netflix, es el tema de conversación del momento. Ocupa tweets, espacios en los informativos, artículos en los periódicos… y el motivo no son los altísimos datos de audiencia (que los tiene) sino la preocupación que está generando su visionado por parte de niños y preadolescentes.
Aunque la plataforma indica que la serie es para mayores de 16 años, muchos profesores han alertado de que en los patios de los colegios ven cómo sus alumnos imitan algunos de los juegos que aparecen en la serie. El motivo de preocupación es la duda de qué puede suponer que niños de tan corta edad estén expuestos a imágenes y contenidos de una violencia tan brutal y explícita como la que se ve en El juego del calamar.
¿Cómo afecta la violencia de El juego del calamar a nuestros hijos?
Analizar cómo afecta el consumo de contenidos violentos al cerebro de nuestros hijos no es novedoso. En un estudio realizado en la Universidad de Indiana, se analizó el comportamiento de 28 jóvenes a través de imágenes de resonancia magnética funcional (fMRI) para analizar su actividad cerebral después de interactuar con videojuegos violentos o programas de TV con el mismo contenido.
Los científicos hallaron que los niños y adolescentes que jugaron videojuegos agresivos exhibieron menos activación en las áreas cerebrales relacionadas con la emoción. Para el equipo de investigadores, los cambios cerebrales develados en el estudio son similares al de los adolescentes con trastornos sociopáticos.
Sobre otro estudio similar nos habló la divulgadora Catherine L`écuyer en una ponencia en uno de nuestros eventos. El estudio en cuestión desvelaba que existe una correlación entre el consumo de videojuegos violentos y la baja sensibilidad. Las personas participantes en el estudio que habían jugado mucho a juegos violentos tenían más dificultad de reconocer un rostro alegre en una persona. Catherine apunta el porqué: “la capacidad de percibir la alegría en un rostro requiere sensibilidad, empatía. La violencia anestesia esa sensibilidad. Por lo tanto baja la sensibilidad, sube el umbral de sentir y necesitamos esos estímulos cada vez más violentos para poder sentir”.
Esto no es algo que solo ocurra con la violencia, algo similar podemos decir del consumo de pornografía. Esta, que busca lograr estados continuos de excitación, acaba aniquilando el placer. “Hace que el umbral de sentir suba a niveles muy altos, pero cuando se vuelve a un contexto de respeto, de lentitud, de ternura, uno ya no siente absolutamente nada y todo le parece demasiado aburrido”, nos decía Catherine.
El síndrome de la rana hervida
El psicólogo Rafa Guerrero nos alerta del síndrome de la rana hervida, una analogía que se usa para describir cuando ante un problema que es progresivamente tan lento que sus daños puedan percibirse solo a largo plazo, la falta de conciencia genera que no haya reacciones antes de que los daños sean irreversibles. La premisa es que si una rana se pone directamente en una olla con agua hirviendo, saltará, pero si la rana se pone en agua tibia que luego se lleva a ebullición lentamente, no percibirá el peligro y se cocerá hasta la muerte. “De forma sutil, los contenidos violentos que consumen nuestros hijos, actúan como el agua hirviendo, hemos normalizado tanto su consumo, que nuestro hijo se acaba quemando cuando ya no podemos hacer nada por remediarlo”. Por esto es tan importante estar muy atentos a los programas, series que ven nuestros hijos o los videojuegos con los que juegan.
El consumo de violencia y su relación con el bullying
¿Existe relación entre el consumo de videojuegos o series violentas y el acoso escolar o bullying? Carmen Cabestany, la presidenta de NO Al Acoso Escolar/NACE nos lanza una serie de preguntas:
- ¿Vuestro hijo pasa demasiado tiempo jugando con videojuegos violentos o leyendo cómics sangrientos?
- ¿Ve programas de televisión donde se grita, se insulta o se falta al respeto y encima la gente se ríe?
- ¿Le gustan los deportes violentos?
- ¿Le decís que si le pegan, pegue?
“Mucho cuidado, todo esto pude traducirse luego en una puesta en práctica en el aula de lo que ha aprendido, vivido o escuchado”, nos advierte. Por esta razón es muy importante que en casa el clima sea de paz, de tranquilidad, de diálogo abierto, de comprensión, de educación en el ejemplo.
Además, debemos orientar a nuestros hijos en sus lecturas, en sus juegos, en sus películas. Y controlar, en la medida de los posible, las páginas donde navegan, las series que ven…”.
¿Podemos evitar los padres que nuestros hijos vean El juego del calamar?
El juego del calamar es una serie que Netflix anuncia para mayores de 16 años, sin embargo, son muchos los niños y niñas menores de esta edad que la están consumiendo. ¿Podemos evitarlo?
La respuesta es sí. Os damos algunas claves:
- Establecer el control parental en Netflix. De esta forma, si no estamos en casa, podemos estar tranquilos de que nuestros hijos no van a consumir contenidos que no sean aptos para ellos. En este artículo os contamos cómo hacerlo.
- La televisión, ordenadores, tabletas siempre en espacios comunes de la casa, nunca en las habitaciones, donde a determinadas horas no podremos supervisar lo que ven nuestros hijos.
- Interesarnos por lo que les gusta a nuestros hijos. Aunque nos pueda resultar aburrido ver las series que les gustan a nuestros hijos, esto nos va a permitir conocer sus gustos, saber qué tipo de contenidos ve y, en caso de que no sean aptos para su edad, decirles que no pueden verlos.
- Tener muy presente que debemos de velar por la seguridad de nuestros hijos. Y la seguridad no solo es física, también es emocional. De igual manera que no dejamos montar a nuestro hijo en coche sin cinturón de seguridad porque nos preocupa su integridad física, también podemos evitar que vean determinados contenidos para salvaguardar su integridad emocional, por mucho que otros niños de su edad lo vean.
- Respetar las recomendaciones de edad. El juego del calamar es una serie catalogada por Netflix para mayores de 18 años. Nuestra responsabilidad como padres es no permitir que consuman esos contenidos si son menores de esa edad, de la misma forma que no permitimos que nuestro hijo beba alcohol si es menor de 18 años.