Alguien me dijo una vez que los hijos son una segunda oportunidad que te da la vida para aprender, pero a veces los adultos nos ponemos en “modo padre” y nos lo perdemos.
Un niño es un volcán de creatividad originado precisamente por su impulsividad. Dicen que un adulto de 40 años sólo conserva un 2% de la creatividad que tenía cuando era niño. Cuando nos hacemos mayores pensamos tanto, corregimos tanto nuestras propias ocurrencias, les damos tantas vueltas, que al final perdemos toda nuestra creatividad. El miedo al fracaso y al qué dirán no nos permite crear. No nos deja ser felices. Somos nuestros peores enemigos.
En cambio, los niños pequeños son totalmente libres. No tienen límites ni normas. No están condicionados por nada. Son pequeños genios en potencia y depende de nosotros que sigan siéndolo. Pero a veces los adultos somos tan soberbios que sin darnos ni cuenta hablamos de potenciar la creatividad infantil, cuando sólo tendríamos que respetar su iniciativa, observarles desde la distancia y aprender de ellos.
Mi hijo me ha enseñado que cuando un niño tiene pasión por aprender, por crear, no hay nada que se le ponga por delante. Una vez una profesora me dijo que “los niños no son botellas que hay que llenar, sino fuegos por encender”. Creo que tenía razón. Como afirma Cesar Bona, el único español seleccionado para el Global Teacher Prize (considerado el Nobel de la enseñanza), “educar es mucho más que meter datos en la cabeza”.
En ocasiones olvidamos que nuestros hijos son niños, impulsivos y apasionados. Cuanto más creativo es un niño, más intereses tiene y más inquieto es. Eso no es malo, no es un trastorno, es normal. Es como un carro desbocado que tenemos que aprender a encarrilar, porque si lo frenamos de golpe descarrila. Lo ideal es aprovechar esa pasión en su propio provecho y convertirla en su profesión, porque no puede haber nada más gratificante en la vida que dedicarte a lo que te apasiona.
Pero si te dejas llevar, llega un momento en el que los árboles no te dejan ver el bosque. A mí también me ha pasado. Te quedas mirando las notas de tu hijo como si ese fuera el único objetivo de la educación y te olvidas de que es un niño, no una máquina. Aunque nos empeñemos, no todos los niños tienen el mismo ritmo de aprendizaje ni el mismo tipo de inteligencia. Cada uno con sus virtudes y defectos, todos necesitan que los apoyemos y respetemos su personalidad. Es básico para su autoestima y mucho más importante que las notas.