Es muy intenso ser p/madre. Y es igual de intenso ser hijo/a. Son dos roles que se van formando de manera paralela. Eres m/padre desde el momento en que tus hijos nacen. Parece obvio ¿verdad?
Para ser hijo/a no hace falta saber mucho, simplemente procurar sobrevivir, librarte de alguna que otra bronca o pasar el mayor tiempo posible con Mamá y Papá. Hacerte notar y dejarte llevar por lo que te digan, aunque llevar la contraria es también divertido a veces…
Para ser p/madres necesitamos una vida entera y aun así, ya de ancianitos, seguimos improvisando y cometiendo errores con nuestros hijos.
Formar una familia….ser parte de una familia es lo más grande, importante, increíble, doloroso, sacrificado, divertido, incierto, sorprendente, reconfortante, irritante y cualquier tipo de adjetivo y su opuesto que podamos vivir… Es una aventura. El reparto del guión de nuestra vida, nuestros pilares, los puntos débiles que nos hacen zozobrar, es el primer sentimiento de “formar parte” que podemos experimentar.
La familia es un pequeño universo dentro del multiverso de miles de millones de familias. Todos mezclados. Todos revueltos, pero cada uno con sus recuerdos chulos de la infancia, con sus secretos, con sus momentazos de pañuelo, con sus anécdotas inverosímiles, con las raíces que nos hacen ser…que nos permiten sentir, pensar y decidir.
Si mis padres obtuvieron el título el mismo día que fui hija por primera vez…¿Por qué ellos saben más ser padres que yo ser hija? ¿Por qué ser p/madre conlleva el don divino de la verdad absoluta y ser hijo/a significa tener que aprenderlo todo?
A veces, como queremos infinitamente a nuestros hijos y sólo queremos protegerles, ayudarles y ENSEÑARLES, nos olvidamos de que ellos, por el mero hecho de ser niños, de ser inocentes, tienen muchas más respuestas que nosotros…porque hace mucho tiempo que dejamos de hacernos y hacer preguntas.
Lo sabemos todo. Opinamos sin pensar, porque ya no nos hace falta. Somos p/madres, está claro que tenemos “la razón”, cuando ni nos imaginamos el alivio que supone compartir la responsabilidad de tener todas las respuestas.
¿Pero qué pasa cuando “la razón” de papá es diferente a “la razón” de mamá? ¿O cuando “la verdad absoluta” sólo nos lleva a cometer errores tan básicos como no tenernos en cuenta los unos a los otros?
¿Qué pasa cuando, por tener “la razón” anulamos el proceso de crecimiento de aquellos que no la tienen y, en vez de ayudarles a crecer, sólo les ponemos zancadillas?
La Disciplina Positiva me ha ayudado a preguntar. A liberarme de ,”la verdad absoluta” y el aburrimiento extremo de pretender saberlo todo. Es mucho más sencillo, reconfortante y útil HACER PREGUNTAS. Porque mi yo limitado no puede compararse al infinito de todo lo que existe “fuera de mi” y porque al preguntar, mi interlocutor busca una respuesta que a lo mejor tampoco hubiera buscado jamás sin mi pregunta, por lo que los dos salimos enriquecidos.
Tener la humildad de ponerse de rodillas, mirar a un renacuajo de 5 años a los ojos y decirle, “¿cómo solucionamos esto?”, escucharle con atención y tener en cuenta su punto de vista tiene más efecto que cualquier sermón, bronca, castigo, reprimenda o chantaje que se haya hecho jamás. Se llega mucho antes a una solución….y de eso se trata, ¿no? Llamar a la puerta de tu hija de 16 años y preguntarle: “estás bien?, necesitas hablar de algo?” reblandece más su corazón adolescente que mil baladas de su grupo favorito, aunque jamás lo reconozca….
Preguntar hasta encontrar un por qué, un motivo, una solución, un para qué. Preguntar para activar “el mecanismo” de quien responde, para que deje de sentir que tiene que defenderse para pasar a sentir que alguien se interesa por lo que piensa. Preguntar para aprender respuestas nuevas y preguntar para conectar con tu interlocutor y hacer que note que te importa, que quieres leerle por dentro. Sea tu padre o tu hijo. Pregúntale qué ha sentido o pensado en ese momento o qué cree que ha pasado, pregúntale qué opina o qué solución cree que sería la correcta.
Preguntar es tener en cuenta, es tender puentes, es unir dos maneras de pensar o buscar juntos una solución. Es tener la generosidad de que, con tu respuesta, completes mis ideas, y yo con mi pregunta, haga que las tuyas broten. Preguntar a tus hijos, en vez de “decirles” muchas cosas, activa su mente mientras buscan la respuesta y acerca su corazón al nuestro, porque no hay nada que necesiten con más fuerza que sentirse tenidos en cuenta.
Cuando sólo “decimos” y no escuchamos levantamos poco a poco un muro que, en momentos difíciles, nos impiden ir de la mano.
Y por eso es importante dejar crecer a nuestros hijos preguntándoles, mostrándoles que confiamos en su criterio, estemos de acuerdo o no, o que al menos nos gusta que se construyan uno propio.
Preguntando un “por qué” o “para qué”, un “cómo lo harías”, un “qué opinas de esto” nuestros hijos sienten que nos importa lo que piensan y deciden.
Es una manera de “hacer familia” entre todos, en donde todos aportan para que Papá y Mamá no tengan que ser perfectos.
Es una forma de sustituir los gritos por los signos de interrogación
Milenios de disputas familiares que se reducen a una sola palabra:
ESCÚCHAME (pero de verdad).
Este post fue publicado por primera vez en el blog de la autora, http://educabonito.blogspot.com.es/