Nuestros hijos, a partir de los 2 años más o menos, empiezan a experimentar rabietas. Las rabietas, como nos dicen todos los psicólogos, son totalmente normales. El motivo es que nuestros hijos aún son muy pequeños y no tienen desarrollada la parte del cerebro que se encarga del control de las emociones, por tanto, cuando sienten una emoción “desagradable”, ante su falta de mecanismos para controlarse, entran en rabia.
Pero ¿y los adultos? ¿Por qué perdemos el control con nuestros hijos si ya tenemos desarrollada la parte del cerebro encargada de hacerlo? La consultora de crianza Miriam Tirado se encarga de explicarlo en su libro ‘Rabietas: Consejos y herramientas para lidiar con ellas con conciencia , humor y amor’.
Motivos por los cuales los adultos perdemos el control
A pesar de tener desarrollada nuestra corteza prefrontal (parte del cerebro encargad del autocontrol), los adultos, muy a menudo, perdemos el control con los niños. Miriam Tirado encuentra varias causas:
Hemos aceptado el maltrato a la infancia
Miriam cuenta en su libro que “durante siglos hemos creído que los niños y las niñas, por el hecho de ser más pequeños y saber menos, eran justamente menos. Siglos de abusos de todo tipo y de una creencia más que extendida de que a los niños, para que se conviertan en adultos, había que tratarles con mano dura. Siglo en los que los excesos eran normalizados, bien vistos y aceptados”. En definitiva, siglos de sociedades adultocéntricas, desconectadas de la infancia. Y es que, aunque esto suene fuerte, es totalmente cierto. Mucha gente ve normal pegar a un niño cuando no ha hecho lo que el adulto esperaba que hiciese, sin embargo, no vemos normal relacionarnos así con otros adultos. No pegamos a nuestro jefe cada vez que tenemos discrepancias con él o a nuestros amigos cada vez que nos enfadamos con ellos.
La educación que hemos vivido
“La mayoría de nosotros hemos visto y vivido pérdidas de control de nuestros padres cuando éramos pequeños. Hemos aprendido que en momentos de tensión, los adultos perdían el control”, nos dice Míriam en el libro. Y claro, cuando hemos integrado de forma inconsciente que es así como debemos actuar, aunque no queramos hacerlo, realmente tendremos que trabajarlo mucho para conseguir controlarnos.
No tenemos recursos ni herramientas para autocontrolarnos
Cuando hemos decidido que queremos desterrar de la educación de nuestros hijos los gritos, los castigos, los cachetes, las amenazas, los chantajes… nos damos siempre de frente con esta pregunta: ¿y entonces cómo lo hago? No sabemos hacerlo. Miriam nos dice que es totalmente lógico porque “nunca lo hemos visto hacer, ni nadie nos ha enseñado a hacerlo. Y, ante la falta de herramientas, volvemos a perder el control, por es importante buscar estos recursos”.
Recursos para fomentar nuestro autocontrol
Míriam Tirado nos ofrece en su libro una serie de recursos y herramientas para fortalecer nuestro autocontrol. Vamos a destacar algunos de ellos:
Compromiso
El primer paso para no perder el control es, según dice Míriam: “tomar consciencia del problema que tenemos y tener la voluntad y el compromiso firme de cambiarlo, de no seguir repitiendo ese patrón”.
Registro
Una buena idea es registrar cada vez que perdemos el control. Apuntarlo en una libreta, incluyendo por qué ha pasado, a qué hora, qué día… Esto nos ayuda a tomar consciencia de si realmente tenemos un problema de falta de control o si podemos evitarlo. “De esta forma, podremos ver si hay una relación entre los días, horas y motivos por los cuales perdemos el control y qué lo desata: cansancio, sensación de que n o te hacen caso…”, dice Míriam en el libro.
Autocuidado
Muchas veces no tenemos autocontrol porque no hay autocuidado. Ignoramos tanto nuestras propias necesidades que acabamos explotando. “Es importantísimo tener en cuenta las necesidades de nuestros hijos, pero también las nuestras y satisfacerlas”, nos recuerda Míriam. Y es que si nosotras no estamos bien va a ser muy difícil que demos lo mejor de nosotras mismas a los demás.
Horarios y organización
Es fundamental que observes tus registros. Ahí verás cuando sueles perder los nervios. La mayoría de familias tienen conflictos por la noche, cuando ya están muy cansados. Si es tu caso, a lo mejor debes plantearte acostar antes a los niños, i dejar para otro momento esas actividades más estresantes, como recoger los juguetes u organizar la casa. También puedes dejarte la cena hecha.
Da un paso atrás
Cuando estamos en plena situación de tensión, notando que tienes un volcán dentro a punto de estallar, da un paso atrás físicamente. Aléjate un metro de esa situación que te remueve. “Este gesto que puede parecer simbólico, nos ayudará a relajarnos mientras encendemos las luces de alarma y extremamos las precauciones para no perder el control”.
Piensa bonito
Aunque seamos absolutamente conscientes de que cada niño tiene su ritmo, que están madurando, que son pequeños… en ese “momento volcán” la mente puede decirnos las cosas menos acordes a nuestra forma de pensar. Cosas como: “este niño no va a aprender nunca”, “lo hace aposta para enfadarme”…En ese momento, Míriam nos recomienda “no escuchar esas voces que nos repite nuestra mente. Simplemente recordar que nosotros somos los adultos. Que es normal que un niño actúe así, pero que de nosotros se espera otra cosa, se espera que no perdamos el control”.
Piensa en el después
Míriam nos dice que si algo le ha funcionado en su maternidad es “pensar siempre si lo que está a punto de hacer o decir va a ser de ayuda en la situación o va a provocar más caos y dolor. Si la respuesta es que lo voy a empeorar, paro y me callo. ¿Fácil? No, pero más difícil es arreglar una situación que tú misma has empeorado”.