No hay que esperar a que nuestros hijos e hijas sean adolescentes para que empiecen las peleas entre hermanos. Ya desde pequeños las peleas son muy comunes y constantes.
Son muchísimas las situaciones que pueden producir estas peleas entre hermanos. De pequeños: uno coge un juguete que el otro quiere, uno tiene envidia de que su hermano mayor tiene más tiempo para ver la tele… Y cuando ya crecen: uno no ha hecho las tareas de la casa correspondientes, uno ha cogido una prenda de ropa sin pedir permiso…
Como padres y madres puede que nos exasperemos con estas situaciones, pero tenemos que entender que en la mayoría de ocasiones es natural las discusiones entre hermanos y que ellos mimos pueden resolverlas.
¿Cuándo debemos intervenir los padres en las peleas entre hermanos?
Las peleas son naturales y debemos fomentar que sean los propios niños quienes las resuelvan. La educadora y autora de ‘Educar sin perder los nervios’, Tania García, indica en su libro que “hay que saber distinguir lo que son conflictos reales entre hermanos de los que no lo son, teniendo siempre en cuenta que, si educamos en el respeto, apenas habrá problemas, y los que haya se sabrán acompañar tal y como aprendimos con las emociones”. Es decir, no ante todas las situaciones de conflicto entre nuestros hijos vamos a tener que actuar, pero es vital, sobre todo cuando no saben autorregularse, acompañar sus emociones.
La también creadora de Edurespeta señala que los padres y madres debemos intervenir en tres tipo de situaciones de conflicto:
Agresión física
Cuando nuestros hijos llegan a las manos y no pueden calmar ellos mismos la violencia, debemos intervenir los padres. Cuando son pequeños y tienen una edad comprendida entre los 2 y 4 años, durante la etapa de las rabietas, los niños usan sus impulsos para que alguien les haga caso porque no saben hacerlo de otra forma. Por eso, es normal que si hay algo que le ha molestado de su hermano, como por ejemplo que le haya quitado un juguete, use la agresión física para que le devuelva el juguete.
¿Cómo debemos reaccionar los padres? Lo más importante es no dar prioridad a un niño sobre otro. “Nunca debemos distanciarnos de uno y acercarnos al otro, no tenemos que considerar al que pega «malo» y al que no, «bueno». Lo verdaderamente importante es estar con todos por igual, con el mismo cariño y el mismo acompañamiento, así como saber escuchar sus puntos de vista y ayudarles a encontrar soluciones que les convengan dejando de lado el punto de vista adulto”, cuenta García.
Peleas con insultos
Este tipo de peleas empiezan a incrementarse cuando los hijos entran en la adolescencia. García señala que el uso de estos insultos es una forma de “sacar hacia fuera la frustración“. Cuando se den estas peleas, no debemos intentar mediar entre ellos con frases como “si sigues diciendo eso, te castigaré”, sino que debemos permanecer atentos a cómo se desenvuelve la situación para intentar ayudarles a que encuentren ellos mismos una solución. Por eso, en estas situaciones no debemos:
- Escuchar más a uno que a otro o dar mayor veracidad a su versión.
- Hacer de jueces. Tenemos que mostrarnos lo más neutrales posibles. Y más aún si no hemos presenciado lo que ha pasado.
- Imponer la solución. Deben ser ellos quién lleguen a ella.
- Ante una solución que han planteado ellos y en la que parecen estar de acuerdo, intervenir diciendo que no es válida porque no es la que nosotros vemos más justa. Si la han elegido ellos desde el consenso es perfecta.
Peleas sin insultos ni violencia
Entonces, ¿no debemos intervenir ante las discusiones entre nuestros hijos e hijas en las que no hay ni insultos ni violencia pero sí un clima tenso? Intervenir no, pero acompañar sí. Tania García expone que debemos dejar que los hijos “se relacionen, dialoguen, resuelvan sus conflictos… si educamos en el respeto. Si no lo hacemos, nunca van a poder llegar a entendimientos sin violencia ni coacciones, básicamente porque no tienen las herramientas para hacerlo”. Un consejo que aporta es que desde pequeños vayamos inculcando el respeto ante todos los miembros de la familia y que se viva en un clima de generosidad. Por ejemplo, en vez de etiquetar cada uno de los juguetes para un niño u otro, deben ser de ambos para que puedan compartirlos. Si uno tiene el juguete y otro hermano lo quiere, tendremos que explicarle que tiene que esperar un ratito para tenerlo.