Por qué nunca deberías etiquetar a tu hijo como un “niño malo”

La etiqueta de "niño malo" lo asociamos a aquellos que acumulan malos comportamientos de forma continuada

Qué niño más travieso. No es para nada comparable comparado con su hermano, mira qué bueno es. Este se está convirtiendo en un niño malo”. Así, tan rápido, etiquetamos a un niño. Cuando las malas conductas se repiten en ellos, la etiqueta ya nos sale automática: es un niño malo.

¿Cuáles son las causas de los niños malos?

¿En qué se diferencia un niño bueno de un niño malo? Lo primero que nos puede venir a la mente es que es los niños buenos son obedientes, tranquilos, pausados, generosos o cariñosos. Y cuando pensamos en niños malos nos viene a la mente niños que pegan, que son agresivos, egoístas, rebeldes, traviesos, impulsivos… Es decir, los niños buenos son más fáciles de manejar en nuestro día a día y, por el contrario, los niños malos no son tan fáciles de educarles porque protestan, nos dicen muchas veces que no, no nos hacen caso o usan la agresividad como respuesta.

Pero tenemos que tener en cuenta que tras esa conducta se esconde una emoción que están sintiendo nuestros hijos e hijas y que quizás no saben cómo expresar o que la expresan de esta forma para llamar nuestra atención y para que nosotros se la prestemos. María Soto, experta en disciplina positiva y creadora de Educa Bonito señala que muchas veces nos preocupamos mucho más por la conducta y la llamada de atención y no prestamos atención a la emoción que se esconde detrás de esa acción. “Su conducta es importante, pero más lo es la emoción por la que reacciona así”, cuenta. Y es que esa desobediencia y ese malestar que presenta nuestro hijo es su forma de reaccionar ante una necesidad no cubierta.

Por eso, que un niño sea malo puede ser una causa para que prestemos más atención a sus necesidades y a sus emociones.

Los problemas de conciliación también repercuten en este etiquetado de niños malos. El psicólogo Alberto Soler cuenta que, al igual que nosotros llegamos cansados a casa tras nuestra jornada laboral, nuestros hijos también llegan irascibles y agotados. Un niño rebelde y protestón se encontrará irascible al final del día, y a nosotros como padres y madres, dice Soler, “nos pone muy difícil nuestra jornada y nos hace muy difícil llegar al final del día”. De esta forma, cualquier conducta que consideremos inadecuada será para nosotros un añadido más a la etiqueta de niños malos.

Que sean niños malos no es tan malo como parece

Aunque todos queremos que los niños sean buenos, si nuestro hijo es rebelde y no se comporta de la forma más correcta, no tiene por qué ser tan malo como parece. Así reflexiona Soler: “Cuando nosotros pensamos que ese niño se va a convertir en un niño un poco más grande, que luego se va a convertir en un adolescente, que luego se va a convertir en un adulto… ¿Vamos a querer, por ejemplo, que ese adolescente o ese joven sea siempre obediente a la autoridad? ¿Vamos a querer un niño que agache la cabeza ante las injusticias? ¿Vamos a querer un niño que sea muy fácil de manejar, por ejemplo, por su grupo de amigos, esos que se drogan, fuman porros y hacen cosas malas? Ahí vamos a querer un niño que proteste, que diga: yo esto no lo quiero hacer”.

“Ahí, quizás, empezamos a ver como menos malas esas características que estamos atribuyendo a los niños malos. Porque en el fondo no son cosas buenas o cosas malas. Sino que son cosas que, a nosotros como padres, en un momento determinado, nos resultan más fáciles o más difíciles”, añade.

Un niño malo no es más que una etiqueta

La realidad es que no existen ni niños malos ni niños buenos, solo son etiquetas que les ponemos los adultos a los niños y niñas para categorizar sus conductas. Por eso, no hay un niño malo, sino que hay una etiqueta que dicta cómo es ese niño.

Pero con estas etiquetas hay que tener cuidado. Pues, si atribuimos constantemente una etiqueta a nuestros hijos, nosotros acabaremos creyendo que nuestros hijos tienen los atributos de esas etiquetas, por lo que relacionaremos sus conductas (se comportan mal) con su modo de ser (se comportan mal, por lo que son malos). “Esta idea o expectativa que tenemos sobre alguien nos lleva a tratarle de una determinada forma”, expone Soler.

Además, ellos empezarán a actuar según dictamina esa etiqueta. Así lo explica Soler: “Esas etiquetas al final acaban haciendo que esos niños que inicialmente percibimos como buenos o les ponemos la etiqueta de buenos, finalmente acaban encajando más todavía en esa etiqueta de niños buenos; y esos niños que erróneamente hemos etiquetado como niños malos, acaban encajando más todavía en esa categoría de niños malos”.

Cómo corregir las conductas de un “niño malo”

Si estamos preocupados por cómo actúa nuestro hijo o hija, tenemos que tener en cuenta varias cuestiones. ¿Tiene todas sus necesidades cubiertas? ¿Le permitimos expresar sus emociones o las están reprimiendo?

Debemos permitir que nuestros hijos sientan sus emociones, no podemos juzgarles por ellas, aunque sí que podemos criticar su conducta e intentar reconducirla.

Alberto Soler nos da cuatro consejos para llevar a cabo esto:

  • Bajar a su nivel y mirarle a los ojos: Solo así podremos calmar al niño, ya que estando a su misma altura, estará mucho más receptivo.
  • No chillarles: Aunque es muy complicado no gritar en ciertas situaciones, tenemos que pensar que con los gritos solo conseguiremos agravar la situación y el vínculo con nuestro hijo empeorará.
  • Transmitirles amor incondicional: Expresarles muestras de amor y cariño puede ayudarles a calmarles. Asimismo, puede ir acompañado de frases en un tono calmado como: “Cariño, yo te quiero mucho, pero esto no es posible”.
  • Redirigir una vez se haya calmado la crisis: En medio de un estallido emocional, por mucho que queramos apelar a la mente racional de nuestro hijo, no va a comprender nada. Podemos acercarnos a hablar con él cuando se haya calmado sobre lo que ha sucedido.
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Alicia Mendoza

En el camino a convertirme en periodista y comunicadora audiovisual descubrí que hay varios valores que quiero que acompañen siempre a mis palabras: el compromiso, la verdad y la igualdad. Valores que también aplico a mi día a día para contribuir a una sociedad cada vez más justa. La educación, los feminismos, los cuidados y los vínculos emocionales conforman los pilares sobre los que me formo cada día.

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