En España, el 35% de los menores entre ocho y 16 años tienen exceso de peso, y 14,2% de ellos, obesidad. Un dato que debería alarmarnos y empujarnos a ponernos manos a la obra para conseguir revertir esta situación. La realización de actividad física es una de las medidas a llevar a cabo, pero no podemos olvidarnos de la alimentación. La pregunta no es si lo estamos haciendo bien, a la vista de los datos la respuesta es obvia: no. La pregunta es: ¿por qué no lo hacemos bien? ¿Desconocimiento, falta de conciencia sobre este tema?
1.El desayuno es la comida más importante del día
Este es uno de los grandes mitos sobre alimentación. Suele decirse que el desayuno es la comida más importante del día, sin embargo, el nutricionista Carlos Ríos, autor del movimiento Realfooding y autor del libro ‘Come comida real’, lo deja muy claro en su libro: “Es peor un mal desayuno que no desayunar, porque a nivel de salud no hay evidencias contundentes que indiquen que tengas que hacer comidas fuertes a una o otra hora del día y, sin embargo, sí hay mucho de evidencia sobre cómo afectan a la salud los alimentos malsanos que a menudo ingerimos en el desayuno”.
Lo cierto es que el desayuno es una de las ingestas que peor hacen nuestros hijos durante el día. Sí, porque los productos tradicionalmente asociados al desayuno tienen una enorme cantidad de azúcar, como es el caso, por ejemplo, de las galletas o los cereales.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda no consumir más de 20-25 gramos de azúcar al día, y ya en el desayuno, en muchos hogares, se sobrepasa esta cantidad. Veámoslo con un ejemplo: 2 cucharaditas de cacao en polvo contienen 7 gr de azúcar. Imaginemos que estos niños no solo toman un vaso de cacao, lo suelen acompañar de cereales o galletas (una ración de 40 gr de galletas contiene 8,4 gr de azúcar). Además, ¿en cuántos hogares no se complementa el desayuno con un zumo procesado? Y un brick individual de 200 ml contiene 9,6 gr de azúcar.
Hagamos la suma: 7 gr del Cola Cao + 8,4 de las galletas + 9,6 del zumo envasado= 25 gramos de azúcar. ¡Ya hemos llegado al límite y no son ni las 9 de la mañana!
Para ser considerada la comida “más importante” es la que peor hacen nuestros hijos desde el punto de vista nutricional. Por tanto, o la mejoramos, o será mejor que la eliminemos.
2. Los niños nacen odiando el brócoli y amando los macarrones
Otra creencia muy extendida es la que presupone que hay alimentos para niños y alimentos para adultos. Prueba de ello es que cuando vamos a comer a un restaurante suele haber un espacio en la carta reservado exclusivamente para los niños. ¿Qué tipo de alimentos solemos encontrar allí? Pasta, pizza, hamburguesas, fritos…
Bien, todos podemos estar más o menos de acuerdo en que a los niños les gusta más una pizza que el brócoli, lo que debemos preguntarnos es el por qué.
El nutricionista Julio Basulto, autor, de entre otros, del libro ‘Se me hace bola’ nos hace esta pregunta para que reflexionemos: “¿Has pensando que tu hijo no come fruta porque su paladar se ha acostumbrado al potentísimo sabor de los batidos, cereales de desayuno, galletas, bollos?”.
Sobre esto también reflexionaba la divulgadora Catherine L’Ecuyer en uno de nuestros eventos: “Un estudio realizado en 2011, consistió en dar bebidas gaseosas azucaradas a un grupo de personas durante un mes. Una vez finalizado dicho estudio se dieron cuenta de que esas personas tenían más dificultad para percibir sabores, porque habían sido expuestas a una altísima dosis de azúcar. Lo cual explica porqué cuando llevamos el bollo azucarado o las chuches de merienda a los niños, o cuando añadimos en las papillas azúcar o sal para ayudar a que coman mejor, a los niños luego les cuesta tanto comerse una manzana, unas espinacas o unos garbanzos. El gusto está sobreestimulado, baja la sensibilidad, sube el umbral de sentir y ese niño necesita cada vez más estímulos artificiales para poder percibir las cualidades de los alimentos”.
Por tanto, no es que nuestro hijo nazca odiando el brócoli, es que hemos hiperestimulado su paladar con productos con sabores artificiales muy potentes, lo que provoca que cuando le demos una manzana, esta no le sepa a nada.
3. Los niños tienen que comer de todo
Julio Basulto suele decir que “comer bien es dejar de comer mal”. Y esto que a priori puede parecer obvio, no lo es tanto. Comer de forma saludable no es sólo conseguir todos los nutrientes que precisamos a partir de la cantidad necesaria de alimentos, sino también evitar el consumo de alimentos que no son saludables o reducirlos al máximo.
Existen muchos alimentos de los que podemos prescindir y muchos otros de los que, sin duda, debemos prescindir, como son la mayoría de los ultraprocesados, las bebidas y refrescos azucarados, la bollería y repostería industrial y los platos precocinados.
Por tanto, es absolutamente falso eso de que hay que comer de todo. No, no hay que comer aquello que no es saludable. Otra cosa es que lo comamos muy de vez en cuando, entonces puede resultar inocuo, pero la receta para llevar una dieta saludable no es comer de todo.
4.El cerebro de mi hijo necesita azúcar
Durante muchos años se ha extendido la creencia, sobre todo aplicada entre los más pequeños, de que es necesario que el desayuno contenga alimentos ‘’ricos en azúcar’’ para rendir más en la mañana. Por eso muchos de los desayunos que les damos a los más pequeños se componen de bollería, galletas, miel, azúcar de mesa, harinas refinadas etc… pensando que con una buena dosis de azúcar en la mañana, afrontarán el día con más energía.
El cerebro es el encargado de permitir hacer funcionar nuestro organismo, y de que este rinda eficientemente, y para ello consume como fuente de energía glucosa. Sin embargo, el azúcar y la glucosa no son lo mismo, y no todos los azúcares contribuyen de la misma forma.
¿De dónde podemos extraer la glucosa? De alimentos ricos en carbohidratos complejos tales como los tubérculos, legumbres y los cereales integrales, así como el azúcar que se encuentra de manera natural en las frutas, verduras y hortalizas.
5.TIENE QUE ACABARSE TODA LA COMIDA DEL PLATO
“¿Alguien de aquí podría decirme cuánta hambre tengo yo? Nadie, ¿verdad? Pues parece que sí sabemos cuánta hambre tienen nuestros hijos. Les decimos que tienen que terminarse toda la comida que hay en el plato, como si supiéramos su apetito. Es increíble como durante la lactancia los niños se alimentan a demanda, pero cuando empiezan a comer otro tipo de alimentos, nosotros sabemos cuánta hambre tienen”. Con esta argumentación, empezaba el chef Juan Llorca una ponencia maravillosa en uno de nuestros eventos. Y con ella nos invitaba a reflexionar sobre lo poco acertado que es obligar a nuestros hijos a comer una determinada cantidad.
El dietista-nutricionista Aitor Sánchez, autor del libro ‘¿Qué le doy de comer’, nos recuerda que “Nosotros, los adultos, debemos preocuparnos de la calidad, y dejar al niño que decida la cantidad. Si seguimos un esquema lógico, donde le ofrecemos al niño alimentos saludables que incluyan frutas, verduras, legumbres, proteínas… podemos dejar que sea el niño quien elija la cantidad que desea comer”.
De hecho, según indica la Academia Americana de Pediatría (AAP) “el apetito de los niños es errático e impredecible. Se adapta al crecimiento del niño, y solo el apetito del niño puede usarse como marcador de sus necesidades calóricas”. La tarea de las madres y padres es, por tanto, asegurarnos que lo que ofrecemos a nuestro hijos es saludable. De la cantidad solo pueden encargarse ellos.
6. Hay que prohibir en casa los alimentos malsanos
Para Julio Basulto, prohibir nunca debe ser la solución para evitar que nuestros hijos consuman alimentos malsanos. “No se trata de prohibir, puesto que prohibir es despertar el deseo. Se trata de que no estén en casa, así nadie tendrá que prohibirlos”.
Como dice Julio, la clave para no consumir diariamente ultraprocesados es no comprarlos, no teniéndolos en casa. Porque si comparten espacio con la comida real al final están diseñados para que ellos ganen. En este sentido insiste Carlos Ríos: “Si llego con hambre y tengo en la despensa magdalenas y plátanos, seguramente elija la magdalena, porque es mucho más sabrosa por la cantidad de aditivos que contiene, altamente adictivos. No significa que no podamos comerlos nunca, no, porque eso es utópico e innecesario. No quiere decir que 1, 2 o incluso 3 veces al mes caiga un postre ultraprocesado, no pasa nada. La clave es disfrutar de la comida real. Si tú la disfrutas, no vas a echar de menos la otra. Y en el caso de los niños, requiere dedicación, esfuerzo y educación”.
Desterrar todos estos mitos es vital para empezar a alimentar mejor a nuestros hijos, una tarea que deberíamos tomarnos muy en serio, porque como dice Julio Basulto: “el objetivo no es que mis hijos coman bien, el objetivo es conseguir que mis hijos quieran comer bien”.