Dentro del contexto familiar, el conflicto se define como el desacuerdo entre los hijos y los padres sobre diversos asuntos de la vida familiar cotidiana (normas, reglas, límites, comportamiento, formas de opinión, etc.); así como las discrepancias entre lo que estos esperan de sus hijos y su comportamiento real. Sobre estos conflictos y la resolución de los mismos ha escrito un libro la docente y logopeda, María Helena Tolosa, titulado: ‘Nuestros conflictos de cada día. Manual práctico para la gestión familiar diaria’.
Los conflictos nos acompañan en nuestro día a día. Y sin embargo, solo el concepto ya tiene una connotación negativa. ¿Deberíamos cambiar la percepción que tenemos de ellos?
La palabra conflicto está muy estigmatizada, y no está bien visto que alguien manifieste que en su casa hay conflictos o problemas. Pero yo siempre digo que si hay una casa que no tenga ningún conflicto que el dueño escriba un libro explicando cómo lo hace. En mi casa hay conflictos. Creo que son cosustanciales al ser humano. Y por fin nos hemos dado cuenta de que los conflictos son educativos. Tenemos que aprovecharlos para educar en la resolución de los mismos, en la búsqueda de estrategias para resolverlos. Porque por mucho que intentemos que nuestros hijos no los vean en casa, cuando salgan fuera y vaya al colegio o de adultos tengan un trabajo o una relación de pareja, se van a encontrar frente a frente con ellos.
- Has dicho que los conflictos son educativos. ¿Qué pueden aprender nuestros hijos de un conflicto?
Muchas de nuestras virtudes, como pueden ser la paciencia o la capacidad de superación, solo las podemos desarrollar en la adversidad. No se trata de ir poniendo piedras en el camino para hacerle la vida más complicada a nuestros hijos, se trata de no sacar las que el camino ya tiene de por sí. Y estar al lado para que cuando se caigan se puedan levantar. Uno no puede vivir en un entorno aséptico en el que no pase nada. El hecho de que dos personas discutan no implica para nada violencia. Discutir no es algo negativo. Es un intercambio de opiniones. Si en una familia, uno quiere ir al cine y el otro no, hay que negociar y llegar a un acuerdo. Los niños tienen que aprender que no todo el mundo va a estar siempre de acuerdo con ellos y que a menudo tendremos que negociar para llegar a acuerdos, unas veces más satisfactorios que otras. Nuestros hijos no van a tener más éxito en la vida porque no tengan ningún conflicto, sino por la capacidad que tengan para negociarlos y resolverlos.
- Hablando de negociación. ¿En la relación con nuestros hijos, hay cosas innegociables?
Por supuesto, cada familia tiene unas normas. Algunas son negociables, otras no. En este sentido, puede haber una familia para la cual, que sus hijos se duchen todos los días antes de la cena sea innegociable, y en cambio, otra que este asunto lo negocien con sus hijos y a lo mejor lleguen al acuerdo de que, la hora de la ducha la marcará él. Otras incluso podrán negociar si se ducha todos los días o cada dos. Pero este tipo de cosas es necesario marcarlas con anterioridad. El niño tiene que saber que cuestiones son negociables.
- ¿Cuáles es el conflicto que más preocupa a las familias?
Depende mucho de las edades. Cuando son pequeños, las rabietas. Cuando aparecen suele ser un momento dramático, porque los padres salimos de un entorno más o menos idílico en el que, a parte de que al niño le cueste dormir o comer, todo va “sobre ruedas”. El otro tema estrella son las peleas entre hermanos. Entre hermanos hay muchos conflictos, pero es una oportunidad perfecta para ensayar lo que luego les va a ocurrir en su relación con otras personas (sus amigos del cole, de las extraescolares…etc). También está la ‘época de la repetición’. Los padres me preguntan que hay que hacer para dejar de repetir las cosas mil veces y que las hagan a la primera. Y yo les contesto que educar es repetir. Creemos que con una vez que les digamos que se laven las manos deberían ir corriendo y hacerlo, como si los niños fueran máquinas que pudiéramos programar.
Hay que acompañar al niño a realizar ese acto hasta que lo integre en su rutina y lo haga solo. Hay todo un proceso que a veces los padres no desarrollamos. En cambio, queremos ver el resultado de inmediato y, esto es prácticamente imposible. Además, la mayoría de las veces, la repetición tiene que ver con dinámicas tóxicas que se han establecido. Yo digo: recoge; y mientras, estoy haciendo otras cosas y a la quinta vez que lo digo y no lo ha hecho, pego el grito. El niño aprende que tiene un margen de cinco veces hasta que pegas el grito. Hay que cortar esta dinámica estableciendo consecuencias. Le decimos las cosas dos veces, y le avisamos de que si no las hace habrá una consecuencia. Ojo, consecuencia, no castigo.
- Acabas de mencionar la palabra clave: consecuencia. Muchos padres nos preguntan a cerca de este tema. Entienden que muchas consecuencias son en sí un castigo. ¿Podrías explicar con un ejemplo esta diferencia?
Las consecuencias no son castigos. Para empezar, hay que decir que el castigo no tiene una relación directa con el hecho en sí, la consecuencia sí. Por ejemplo. Tu hijo sabe que hay una norma en casa por la cual siempre que llega de fútbol, tiene que echar la ropa al cesto de la ropa sucia. Si no lo hace, un castigo sería no dejarle salir el sábado con sus amigos. Una consecuencia sería no lavársela. El próximo día que tenga que ir a entrenar irá con ella sucia. Esa será la consecuencia. Ropa que no está en el cesto, ropa que no se lava. O por ejemplo, después de comer tiene que llevar los platos a la cocina. Si no lo hace, yo no puedo recogerla, por tanto, será él quien, cuando lleve el plato, lo haga.
La diferencia, además, es que la consecuencia es educativa y el castigo suele ser improvisado, depende mucho de nuestro estado de ánimo, del día que hayamos tenido. Muchas veces nos ocurre que ante un hecho leve ponemos un castigo muy grande y otro día, ante un hecho más grave el castigo que ponemos es menor. ¿Por qué? Porque un día estamos contentos y de buen humor y otros no, hemos discutido con nuestros jefe, nos ha llegado una multa… y esto altera nuestro estado de ánimo y al final el que lo paga es nuestro hijo con nuestro castigo.
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