No podíamos elegir otro tema del que hablar hoy, el Día Internacional de la Mujer, que de feminismo y de educación. Dos conceptos que van de la mano, que tienen que ir de la mano, porque como explica Iría Marañón en su libro ‘Educar en el feminismo’ (Plataforma Actual): “necesitamos niñas y niños con conciencia y compromiso, que defiendan la igualdad, pero sobre todo, que la practiquen”.
Iria Marañón es filóloga y editora en una multinacional de educación. Además, es la autora del blog ‘Comecuentos Makers’, un blog feminista cuyo objetivos es despertar conciencias, y desde el que propone ideas para empoderar a las niñas y educar a los niños en la igualdad.
- Seguramente, si hiciéramos una encuesta, la mayoría de las familias asegurarían que educan de forma igualitaria a sus hijos. Tú en tu libro partes de la base de que esto no es así, de que seguimos educando de forma machista. ¿En qué ejemplos cotidianos podemos verlo?
Ya casi nadie quiere voluntariamente hacer desigualdades, pero el constructo social no lo podemos quitar de en medio y a partir de ahí educamos cometiendo errores. Por ejemplo, lo vemos en algo tan importante como es el juego. Las niñas siguen “escogiendo” actividades pasivas: juegos con muñecas, casitas, cocinitas, maquillaje. Son juegos dentro del hogar que perpetúan el rol de cuidadora que se nos ha impuesto siempre. Mientras tanto los niños juegan a superhéroes, exploradores, científicos, futbolistas…. Y a la vez que juegan, están entrenando cosas diferentes a lo que nosotras entrenamos. El juego, ya desde pequeños, les va diciendo cuál es su lugar en la sociedad. Los niños aprenden que tienen que ser valientes, poderosos, que está en su mano salvar el mundo… Las niñas no. Las niñas aprenden que tienen que cuidar de la casa, de sus hijos, que necesitan ser protegidas, rescatadas por el príncipe del cuento. Y todas estas cosas van marcando el género, nos va diciendo como tiene que ser una niña o como tiene que ser un niño.
- Das un dato en el libro que nos pone los pelos de punta… Las niñas a partir de los 6 años se sienten menos inteligentes que los niños.
Efectivamente. ¿Por qué? Porque no se han visto representadas en ningún sitio. En los libros de texto a penas aparecen mujeres como referentes (científicas, investigadoras, descubridoras). Todas esas mujeres que han hecho cosas importantes a lo largo de la historia han sido invisibilizadas. En el libro pongo muchos ejemplos de mujeres cuyos logros han sido asumidos por los hombres. Entonces, ¿qué ocurre? Que las niñas se van dando cuenta de dónde está nuestro sitio. Porque nuestro referente femenino está en nuestra cuidadora, nuestra madre, nuestra profesora, enfermera… mujeres cuyo rol principal es el de cuidadora. Así vamos creciendo. Y nos damos cuenta de que son los hombres los que dirigen el mundo y tienen el poder. Son los ingenieros, los políticos, los presidentes de grandes empresas… y nuestra autoestima se va minando, y cuando llegamos a la edad adulta sufrimos el síndrome de la impostora: cuando conseguimos un logro pensamos que no nos lo merecemos, que hemos
llegado alto pero por suerte. Por este motivo, es muy común que las mujeres, cuando vamos a echar un currículum, necesitemos sentir que cumplimos todos los requisitos. Sin embargo ellos los echarían cumpliendo un 60% de los requisitos. Por qué a lo largo de toda su vida han ido ganando esa autoestima. El heteropatriarcado les ha transmitido a los hombres que valen lo que valen y a las mujeres que valen la mitad de lo que realmente valen.
- En el libro hablas de cómo en la educación nos dejamos llevar mucho por los estereotipos (el rosa para las niñas, las niñas lloran, los niños son fuertes, y no son sensibles…). Todos los estereotipos son perjudiciales, pero hay algunos que lo son mucho…
Seguimos educando a los niños en la masculinidad hegemónica, es decir, los niños tienen que ser duros, fuertes, valientes, poderosos, agresivos, no pueden llorar, no pueden expresas sus emociones… Estamos totalmente equivocados. Un hombre no es un hombre por todas estas cosas. Hay muchos tipos de hombres, y se puede ser un hombre siendo complaciente, llorando, siendo débil, vulnerable. Muchos hombres no se sienten identificados con este modelo de hombre y no cumplen con estos cánones de la masculinidad hegemónica. Hay que liberarlos a ellos también. Pero es que además, el cliché de que los niños son agresivos perpetua esa agresividad. Como los niños son agresivos y violentos, si un niño lo es no lo corregimos, es algo que se da por normal, propio de su género. Ese es el problema, no estamos corrigiendo la agresividad y puede acabar convirtiéndose en una forma de control hacia las mujeres. Tenemos que educar a los niños en la tolerancia cero a la violencia. A veces hablo con amigos que me dicen: a mi me han dado un cachete cuando era pequeño y no me ha pasado nada y he salido una persona normal. Y yo le digo: hombre, no has salido tan normal cuando has normalizado la violencia. Es importante arrancar de raíz la violencia y que no la utilicemos bajo ningún concepto para educar. Que nuestros hijos aprendan a resolver los conflictos de otra manera, a través de la negociación, por ejemplo, pero nunca utilizando la violencia. La violencia no sirve para nada.
- En el libro hablas del ejemplo. ¿El requisito número uno para educar en la igualdad es ejercerla en el hogar?
Hemos hablado de referentes. De la falta de referentes femeninos en los libros de textos y de cómo esto afecta a la imagen que tenemos las mujeres de nosotras mismas. Pero…¿y los padres como referentes? Lo primero que tenemos que hace es dar ejemplo y empezar a repensar nuestra relación, cómo lo hacemos en casa y qué mensajes estamos transmitiendo. Si hablamos de una pareja heterosexual, es fundamental que los hijos vean que en casa no hay tareas de hombres y de mujeres, que ambos son igualmente responsables. Eso a día de hoy no existe, lo demuestra datos como estos: solo el 2,7% de los padres utiliza el permiso de paternidad; solo el 65,5% de las mujeres con hijos menores de 12 años trabaja, frente al 90,3 de hombres; los hombres que trabajan dedican 9 horas a la semana al cuidado de los niños frente a las 26 horas que dedican las mujeres…
Hay algunas parejas en las que ya se reparten las tareas: yo voy a hacer la compra, tu recoges al niño… pero la persona que gestiona absolutamente todo sigue siendo, en la mayoría de las ocasiones, la mujer. Esto es lo que se conoce cómo la carga mental. Y esa carga mental ya es un trabajo en sí mismo. Supone un esfuerzo que no se visibiliza. La corresponsabilidad tiene que ser absoluta, no solo pasa por cambiar las sábanas, sino por acordarse cuando hay que cambiarlas o que día tiene el niño educación física y tiene que llevar ropa deportiva a clase.
- Pero el ejemplo no debe limitarse a ser corresponsables en las tareas del hogar o en el cuidado de los hijos…tú vas más allá…
Por supuesto, los hijos además, tienen que ver que la relación que tienen sus padres entre ellos es sana. Se quieren pero no hay control, no hay dominación, no hay celos, son personas independientes que tienen una vida en común pero también vida de forma independiente. De esta forma romperemos los mitos del amor romántico.
- En el libro hablas de tu madre como primer referente feminista…
Absolutamente. Aunque ella no lo sabía, mi madre me educó en el feminismo. Era una víctima más del hetereopatriarcado, pero no se cansaba de decirme que para ser libre no podía depender nunca de un hombre, que tenía que ser económicamente independiente. Esas madres, como la mía, que hay muchas, hicieron una labor importantísima. Todas esas madres que renunciaron a ser libres nos inculcaros que nosotras teníamos que serlo.
- Hablemos ahora de la información que les llega a nuestros hijos por otros canales: la televisión, el cine, la publicidad… que también educan, desde el momento en que les influye…¿Qué hacemos con todo esto?
Si educamos en el feminismo a nuestros hijos pero luego salen a la sociedad y se encuentran miles de estímulos machistas y patriarcales… tendríamos que estar haciendo palanca todo el tiempo. Para evitar que todos estos estímulos choquen con nuestra educación tenemos que hacer conscientes a nuestros hijos de en qué sociedad viven, tienen que saber que están en una sociedad que no es igualitaria. Y darles herramientas para que ellos mismos vean estas desigualdades. Despertar esa capacidad crítica. Están en esta sociedad, van a ver películas, escuchar canciones donde se perpetúe el ideario machista, pero tienen que saber identificar dónde está el machismo. Si son capaces de detectarlo en la ficción, lo van a detectar en la vida real. Cuando tengan una pareja, si es un hombre, y ejerce el machismo, lo van a detectar . Es una carrera de fondo.
- Todavía, cuando alguien dice que va a educar a sus hijos en el feminismo, como el propio nombre de tu libro dice, hay mucha gente que no lo entiende. ¿Por qué pasa esto? ¿Por qué hay tanto miedo al feminismo?
Feminismo es una palabra a la que han desprestigiado completamente y a la que hay que devolver su valor original. Es el nombre de un movimiento que lleva luchando 300 años por los derechos de las mujeres, por conseguir esa igualdad que aún no tenemos. Tenemos que devolver a las feministas el valor que tienen en su lucha por conseguir unos derechos que muchas veces nosotras mismas no somos conscientes de que los necesitamos. Años después nos damos cuenta de que menos mal que lucharon por nosotras. Porque… ¿de verdad creemos que cuando las sufragistas pedían el voto femenino todas las mujeres estaba de acuerdo? No. Y seguimos en esas. Necesitamos mucha pedagogía. Feminismo no es lo contrario al machismo, es la única solución al machismo.