Seguro que a muchos y muchas nos suena esta situación. Llegamos a casa cansados y nuestro hijo no quiere sentarse a la mesa a cenar. Le repetimos que tiene que venir y no llega. Como no nos hace caso, recurrimos al grito para que se acerque y se ponga a cenar.
Después del grito, aparece en la cocina. El grito ha funcionado. Hemos conseguido lo que queríamos: que se sentase a cenar. Pero hemos provocado algunas otras cosas que no queríamos: estropear el buen clima familiar, sentirnos culpables, enfadarnos….
A nadie le gusta gritar, pero muchas veces es la única estrategia que tenemos para que nuestros hijos e hijas nos hagan caso. ¿Y si descubriéramos esas otras estrategias que nos permitiesen abandonar los gritos?
Infografía: ‘Adiós, gritos’
Si has decidido dejar de gritar y utilizar las estrategias que nos propone Amaya de Miguel, seguro que te vendrá bien tener a mano una infografía con toda esta información resumida. La puedes descargar haciendo clic sobre la imagen de debajo. Una buena opción es colgarla en algún sitio visible. Así, además de poder recurrir a ella siempre que lo necesites, la verás de vez en cuando, lo que te recordará tu propósito de dejar de gritar. ¡Ánimo!
7 estrategias para dejar de gritar
Amaya de Miguel, fundadora de Relájate y Educa, lleva años ayudando a familias a abandonar de una vez por todas el grito de la relación con sus hijos, y lo hace ofreciéndoles estrategias alternativas al grito que funcionan y que, además, son más respetuosas con los niños.
Mensajes claros y concretos
A veces damos muchas órdenes a la vez, y esto, a nuestros hijos, que están aun aprendiendo a vivir en un mundo de adultos, les impide entender bien qué es exactamente lo que esperamos que hagan. Por ello, lo ideal es decirles aquellas cosas que queremos que hagan de una en una y con mensajes muy claros.
Entonces, en lugar de decirles de camino a casa que cuando lleguemos queremos que se quiten los zapatos y se laven las manos, vayan a la cocina a merendar y después hagan los deberes, se duchen y recojan su habitación mientras nosotros hacemos la cena, podemos decirles que nada más llegar nos vamos a lavar las manos y quitar los zapatos. El resto de peticiones, las iremos dando según vaya llegando el momento de realizarlas.
Asegurarnos de que nos están escuchando
Sabemos que nuestros hijos no están sordos, pero ciertamente hablar desde la cocina o desde el baño no ayuda a que nos escuchen y den importancia a nuestras palabras.
Cada vez que les queramos decir algo, nos dice Amaya, “id adonde ellos están y haced que os miren cuando se lo digáis. Podéis decir esto: Necesito que me mires porque tengo algo importante que decirte, no lo quiero repetir y quiero estar seguro de que te has enterado. En cinco minutos tienes que apagar la tele y venir a poner la mesa. ¡5 minutos! “.
A veces, ayuda coger su carita en nuestras manos, o insistir en que levanten la vista de la pantalla para mirarnos.
Confirmar que se han enterado
No basta con decirles lo que tienen que hacer, tenemos que asegurarnos de que lo han entendido. Lo podemos hacer así: ‘¿Me repites lo que te acabo de decir, por favor?’ O ‘En cinco minutos, ¿qué va a ocurrir? ‘.
“Es muy útil que no te alejes de tu hijo hasta que no te repita el mensaje, incluso si añade un “pesada” al final. Es mejor eso que la bronca que vais a tener si no logra hacer lo que esperas de ella”, nos recuerda Amaya.
Da pre-avisos
A nadie nos gusta que cuando estamos haciendo algo que nos apetece o con lo que estamos disfrutando, alguien venga y nos diga que tenemos que dejar de hacerlo de forma inmediata. Y esto es algo que hacemos constantemente con nuestros hijos. Están jugando en su habitación, y llegamos y les decimos que tienen que dejar de hacerlo ya porque tenemos la cena en la mesa. ¿Y si probamos a irles avisando de que van a tener que dejar de jugar en breve?
Amaya nos pone dos ejemplos de como podemos hacerlo:
- “Por ejemplo, si estáis en el parque y tu hija se está tirando por el tobogán, puedes decir: dos bajadas más y nos vamos”.
- “Cuando están delante de una pantalla, le puedes decir: Estos 15 minutos que te quedan son para terminar de ver lo que estás viendo o para terminar este nivel del juego. No empieces nada nuevo porque si lo haces, no lo vas a poder terminar y te vas a frustrar mucho”.
Establece consecuencias
A menudo, a pesar de recurrir a las estrategias anteriores, nuestros hijos pueden enfadarse mucho cuando les “obligamos” a apagar la tableta o a irnos del parque.
En ese caso, lo único que nos queda es establecer consecuencias, que no castigos.
Amaya nos pone un ejemplo:
“Si nuestra hija lee antes de ir a dormir y cuando ya es hora de apagar la luz se enfada porque quiere seguir leyendo, podemos explicarle por qué ya no puede hacer esa actividad: Ya no vamos a leer antes de dormir, porque a la hora de dejar el libro vienen unos enfados tan grandes que no caben en este cuarto. Podemos leer antes de la cena, juntas”.
Recurre al juego
A veces, la mejor manera de implicar a los niños en una actividad es a través del juego. Por ejemplo, si a nuestro hijo le cuesta lavarse los dientes y suele entrar en rabieta cada noche después de cenar por tener que hacerlo, podemos inventarnos un juego, por ejemplo, nos vamos a cronometrar toda la familia para ver quién termina antes de prepararse para ir a dormir: lavar dientes, ponerse el pijama y meterse en la cama.
No cambiar las normas en función de nuestro estado de ánimo
A veces, adaptamos las normas a nuestro estado de ánimo. Si, por ejemplo, llegamos a casa de buen humor, a lo mejor permitimos a nuestros hijos jugar con la tableta más tiempo que si llegásemos enfadados. O, incluso, esto mismo puede ocurrir si nos hemos traído trabajo para acabar en casa, puesto que nos viene muy bien tenerlos entretenidos para que nos dejen trabajar.
“Las normas deben estar claras y ser firmes, de manera que todos los miembros de la familia sepan cómo funcionan las cosas en nuestra casa. Cuando todos conocéis este funcionamiento, os ahorráis infinidad de conflictos, negociaciones y tiras y aflojas”, nos dice Amaya.
Por tanto, si la norma es que se juega a la tableta media hora al día, es media hora al día lo que se juega con ella, pase lo que pase, independientemente de nuestro estado anímico. De esta forma, cuando nuestros hijos nos pidan jugar más, solo tendremos que decirles que ya conocen las normas.
Semáforo para volver a la calma
A pesar de conocer todas estas estrategias y ponernos manos a la obra para llevarlas a la práctica, habrá días que notes como, literalmente, te sube fuego por el cuerpo cuando tus hijos no responden como tú estás esperando que lo hagan.
Es entonces cuando te proponemos que recurras al semáforo para volver a la calma.
El semáforo para volver a la calma te permitirá pasar emocionalmente del color rojo al verde en tres pasos, y no acabar gritando a tus hijos.
Paso 1: Para
Y cuando decimos para, nos referimos a que pares literalmente y te alejes de la situación. Si estás en una habitación con tus hijos, sal y ve a otra. Respira hondo. Cuando te hayas calmado, piensa que tienes un compromiso contigo misma: dejar de gritar.
Recuerda que el uso de los gritos no depende de los niños, sino de cómo nos encontramos nosotros. Los niños y niñas no son los culpables de que usemos los gritos, sino que somos nosotros y nuestro estado emocional el que decide gritar porque nos sobrepasa una situación.
Paso 2: Piensa
A veces, como queremos conseguir resultados a corto plazo (por ejemplo, que nuestro hijo recoja su habitación), recurrimos al grito. Pero la educación es un trabajo a largo plazo. Además, aunque creamos que lo más importante en ese momento es que nuestro hijo recoja, hay algo mucho más importante: mantener intacto el vínculo. Y esto solo se consigue relacionándonos de forma respetuosa. Si queremos establecer una relación de respeto, lo primero es que nosotros seamos respetuosos con ellos y recordemos que no todo vale con tal de conseguir que nuestros hijos cumplan nuestras órdenes.
Paso 3: Actúa
Ahora sí, ya estás más tranquila. Además, has reflexionado. Es el momento de actuar llevando a cabo alguna de las 7 estrategias (o varias) de las que hemos hablado antes. Y, cuando estés a punto de recurrir al grito, acuérdate de que nuestros hijos nos aprenden a nosotros. Es decir, copian nuestras conductas. Si nosotros nos relacionamos con ellos con gritos, chantajes… aprenderán que esa es una forma válida de relacionarse con los demás, y acabarán incorporando el grito como estrategia comunicativa.