“Con un 8 no me basta” “Tienes que hacer más” “Tu amigo ha sacado mejor nota, tienes que superarle”. Es bastante común escuchar estas frases de padres a hijos. La exigencia puede ser un valor que nos motiva, que nos permite trabajar con una motivación, pero una exigencia exagerada puede tanto dañarnos a nosotros como padres como a nuestros hijos.
Y es que la autoexigencia que tiene un padre o una madre, se transmite directamente a ellos. Nuestros hijos heredan de nosotros la frustración por no conseguir ciertas metes o la gran presión que cargamos a nuestras espaldas. Mediante las frases que les decimos, nuestros comportamientos, cómo nos relacionamos con nosotros mismos, cómo nos fustigamos al no llegar a algo o cómo nos enfadamos con nuestros hijos si no llegan a ese nivel de exigencia… Así les transmitimos la autoexigencia.
Esto tiene consecuencias en nosotros: poca confianza en nosotros mismos, ansiedad y estrés continuo, miedo a hacer las cosas mal, poca tolerancia a la frustración…; y también en nuestros hijos: además de las anteriores, baja autoestima, no se sentirán válidos, apego inseguro, poca conexión con los progenitores, inseguridad…
¿Cómo podemos ser padres menos autoexigentes?
Debemos trabajar en nosotros para que dejemos de proyectar esta frustración es nuestros hijos.
Autocuidado
Primero debemos concienciarnos de que debemos tenernos en cuenta y cuidarnos. Debemos pensar que debemos dejar de imponernos unos niveles tan altos, tanta presión en nosotros mismos. Debemos empezar por nosotros mismos para creerlo y así no tener que transmitírselo a los hijos.
Desterrar la educación que recibimos
Muchas veces educamos de la misma manera que nos educaron a nosotros. Es normal, nadie nos ha enseñado de otra manera. Por eso, debemos hacer con nosotros mismos un compromiso para dejar atrás esa educación autoritaria y exigente para poder brindar a nuestro hijo de una educación basada en el respeto, en el cariño y que tiene en cuenta sus necesidades.
Aceptarles como son, no imponerles cómo queremos que sean
Nuestros hijos tienen sus virtudes y sus defectos. No se les puede autoexigir para que sean mejores que nosotros, para que saquen su mejor versión desde pequeños. Debemos aceptarles tal y como son, y tener en cuenta que según vayan creciendo van a ir cambiando y escogiendo su lugar en la vida. Así lo explica la psicóloga Patricia Ramírez: “¿Qué niño puede sentirse empoderado, fuerte y valioso cuando sus padres tratan de que sean alguien que no es? Es muy difícil. Y aquí voy desde lo que quieren estudiar hasta la forma de vestir, a su orientación sexual, a los amigos que eligen, a las preferencias que tienen en la vida, a sus ideas religiosas, políticas, todo. Les tenemos que dar un abanico para que ellos puedan ser quienes quieren ser”.
Reforzar lo que hace bien, no criticar lo que hace mal
Siempre estamos empeñados en que nuestro hijo sea bueno en todo, pero muchas veces no es posible. Nuestro hijo resalta en ciertos aspectos, ¿por qué no reforzamos aquello que hace bien y no tanto lo malo? Lo cuenta también Ramírez: “Desde que somos pequeños hemos ido a clase de refuerzo de matemáticas porque no estabas bien en matemáticas. A clase de refuerzo de lo otro. Pero nunca hemos ido a reforzar aquello que ya teníamos bueno porque nadie estaba pendiente de eso. Eso era lo normal. Vamos a tratar de que nuestros hijos aprender a descubrir dónde está todo ese talento”.
No tener expectativas
Ellos deben ser quienes decidan qué camino quieren escoger, no les impongamos nuestros deseos frustrados.