El pasado miércoles llegó algo muy esperado para muchos: el fin de las mascarillas en interiores. Para muchos, pero no para todos. Tal como han manifestado algunos docentes, psicólogos, incluso ellos mismos en redes sociales, muchos jóvenes tienen reticencias a quitarse la mascarilla.
El motivo es que “la adolescencia es un momento de múltiples cambios, complejos e inseguridades, y la mascarilla cumple un papel de encubrimiento de algunos de dichos complejos”, apunta Jesús Delfín, psicólogo del equipo de adolescentes del gabinete Álava Reyes, que añade que “en esta etapa, la autoestima (evaluación perceptiva de nosotros mismos), está en su momento más frágil, por lo que todo tipo de evitación facilita que no tengan que exponerse a sus miedos. La mascarilla posibilita esta función, ya que, al taparse parte de la cara, tapan parte de esos complejos (granos, aparato de dientes, percepción de fealdad…)”.
Lo cierto es que muchos de los adolescentes indican que se sienten “desnudos” al prescindir de este elemento y, si se lo quitan, sienten vergüenza.
“Hay adolescentes que no se conocen sin mascarilla. Supongamos que un alumno ha entrado nuevo en un colegio en 2020. Bien, este alumno, es conocido por la mayoría de su centro con mascarilla. Quitársela ahora, supone un choque de realidad, tanto para él, como para los profesores y alumnos con los que no se relaciona de manera habitual. Tendría que afrontar mostrarse sin ningún elemento que le “proteja”, recuerda Delfín.
Cómo podemos ayudarles
Tanto la familia como la escuela cumplimos un papel fundamental en la ayuda para la creación de un nuevo hábito (estar sin mascarilla). Delfín nos da algunas claves:
- Los adultos, hemos de ir normalizando la situación poco a poco, siendo modelos de conducta para los adolescentes y mostrándoles que existe menos riesgo, puesto que los datos de contagios han descendido considerablemente.
- Por otro lado, la validación emocional es esencial. Comprender que su sensación de miedo o vergüenza es real y les afecta, pero hay que hacerles entender que no es lo más adaptativo para la situación actual y que han de afrontarlo, dándoles la oportunidad de pedir ayuda cuando estipulen necesario.
- Ir animando a los adolescentes más reticentes a ir quitándose la mascarilla en contextos seguros (menor cantidad de gente, mayor confianza con las personas de un lugar concreto…) para ir generalizando gradualmente a otros tipos de contextos que le puedan suponer mayor dificultad.
- Bajo ningún concepto forzarles, puesto que, de esta manera, ellos lo interpretarían como una obligación y se negarían con mayor vehemencia.
- Si con el paso de los días la situación no mejora, valorar la ayuda de un profesional.
Una baja autoestima, la clave de este “problema”
Para prevenir este tipo de situaciones, debemos trabajar la autoestima de nuestros hijos desde muy pequeños. La psicóloga Begoña Ibarrola siempre nos recuerda que “en los niños y niñas, hasta los seis años, la aceptación que tienen de ellos mismos depende en exclusiva de la aceptación y valoración de los adultos con quienes convive”. Es decir, en sus primeros 6 años de vida autoestima no es “auto”, sino que es un reflejo de la concepción que tienen sus principales adultos de referencia sobre ellos. Por esta razón, las palabras que les digamos, la forma de halagar sus virtudes o criticar sus errores, los ojos con los que miremos a nuestros niños durante sus primeros años de vida configurarán la piedra angular de la autoestima que acaben construyendo.
La psicóloga nos da unos consejos para contribuir a cimentar una buena autoestima en nuestros hijos:
1.- Reflexionar en familia sobre la autoestima, sobre los talentos y puntos fuertes de cada uno y las cosas en las que nos gustaría mejorar, para reconocernos como seres únicos, valiosos y que tenemos cosas que aportar.
2.- Entender los errores y los aspectos en los que queremos mejorar como retos que nos empujan a superarnos y a aprender, y no como pruebas de que “no servimos”.
3.- No dar por sobreentendido el amor incondicional que sentimos por ellos, hacerles ver que su presencia en nuestras vidas es importante, valiosa y fuente de disfrute
4.- Formular críticas positivas sobre el comportamiento, sin minusvalorarnos por un comportamiento poco adecuado. Es mejor decir: “Por favor, no me hables ahora porque tengo que concentrarme en una cosa”, que soltarles: “¡Qué plasta! ¡No paras de hablar!”. O es mejor decirles: “Creo que sabes ordenar mejor tu cuarto” que decirles “Eres una desordenada, no hay quien entre en tu cuarto”.
5.- Valorar el esfuerzo más que los logros: la psicóloga Carol Dweck se hizo famosa por llevar a cabo un conocido experimento: propuso a dos grupos de niños realizar un ejercicio con puzles. A uno de los grupos los alabó como inteligentes por haberlo conseguido, y al otro por el esfuerzo. Los elogiados por el esfuerzo se animaban a retos más complicados y se motivaban, los elogiados por la inteligencia y por el resultado preferían ir sobre seguro por miedo a perder esa calificación de inteligentes, por miedo al error. En conclusión, si no quieres que tus hijos tengan miedo a equivocarse y se sientan menos valiosos por cometer errores, elogia su esfuerzo.
6.- Dejarles tomar sus propias decisiones y respetar su autonomía. No nos cansaremos de decir que sobreproteger a nuestros hijos no tiene nada de positivo para su autoestima, pues, con la mejor de las intenciones, les hacemos crecer pensando que no pueden, que no saben, que ya lo harán papá y mamá, que ellos sí que saben. Pensemos cómo nos sentiríamos si tuviéramos detrás alguien vigilando nuestros pasos, advirtiéndonos de supuestos peligros a cada paso que damos o diciéndonos: “deja, que ya lo hago yo”. Seguro que preferiríamos que nos dejaran un poco más a nuestro aire. Además, para ayudar a nuestros hijos a tener buena autoestima, es muy interesante impulsarles a tomar decisiones, desde qué ropa de invierno ponerme en un día frío, qué plan de los propuestos prefieres para las vacaciones o cómo proponemos resolver las peleas de la mañana para ir preparados al cole.