Estamos constantemente educando a nuestros hijos e hijas, incluso cuando no nos damos cuenta. Nuestra mirada, el lenguaje que usamos, la intención y las formas con las que nos dirijimos a ellos… Todo les educa.
En la mayoría de ocasiones, repetimos con nuestros hijos la educación que hemos recibido de nuestros padres y madres. Ellos lo hicieron de la mejor manera que pudieron, pero a veces, esa educación venía acompañada de castigos, amenazas, chantajes, manipulación emocional, etc.
Sobre todos estos pequeños gestos que hacemos en nuestro día a día hablamos con Andrea Zambrano, que ha escrito junto a María Ángeles Jové el libro ‘El valor de cuidar’.
Violencias invisibles en la infancia
Cuando se piensa en violencia hacia los niños y niñas pensamos en violencia física, pero también hay mucha violencia invisible que ejercemos con nuestro lenguaje o con las acciones que lanzamos hacia ellos.
El chantaje, el castigo o la manipulación hasta hace poco tiempo no se consideraban gestos o acciones malas, sino que se veían como actuaciones que se deben llevar a cabo para educar a nuestros hijos y para que aprendan “lo que es la vida”. Zambrano habla de este tipo de gestos como violencias invisibles a las que hasta hace muy poco no se les había puesto ni nombre ni etiquetas. “Son pequeñas actitudes violentas que no nos damos cuenta de que lo son porque nadie las ha nombrado. Si no tenemos una palabra que nombre eso, para nosotros no existe. Poner nombre a las cosas hace que se las pueda reconocer”, explica la coach y co-fundadora de Educar es Emocionar.
Es normal que todos sintamos que hemos ejercido este tipo de violencia, porque hemos crecido en este sistema violento en el que seguimos inmersos, aunque poco a poco, poniendo nombre a las cosas, intentamos cambiarlo. “Nadie se debe sentir culpable si se reconoce en esa violencia invisible. Son violencias sutiles e invisibles, sutiles y normalizadas en la forma de funcionar en la sociedad. Hemos sido educados en un sistema violento de forma invisible”, comenta Zambrano.
Pero esto no justifica que tengamos que aceptar que vamos a dar esa educación a nuestros hijos con violencia, sino que nos permite replantearnos qué queremos transmitir a nuestros hijos y cómo lo vamos a hacer.
¿Cuáles son estas violencias invisibles?
- Comparaciones, amenazas, exigencias, chantajes, control…
- Castigos: Se puede creer que con los castigos se consigue que nuestros hijos e hijas aprendan, pero muchas veces ese aprendizaje se consigue con los límites que ponemos como progenitores, y se hace sin ejercer violencia sobre ellos. “Un castigo nace con el fin de escarmentar, nace desde el control y nace desde la exigencia. Un límite se puede pactar de antemano, un castigo no se anticipa, es un modo de reacción porque has hecho algo que a mi no me gusta. El castigo crea una distancia en el vínculo de tu hijo. Cuando ponemos límites a nuestros hijos lo que hacemos es realmente cuidar de aquello que tiene valor para nosotros a para ellos y cuidar de sus necesidades. Aunque a mi hijo le pueda sentir mal, es un acto que busca cuidar. Un límite no hace daño, otra cosa es que tu hijo se lo tome mal”, señala Zambrano.
- La jerarquía mal entendida: “Mi valor como persona es mi mismo valor que el de mi hijo. Hacemos abuso de poder y nos ponemos por encima nuestras necesidades que las de ellos”.
- Victimizarnos para que el otro me dé lo que yo necesito: “No podemos manipular a nuestros hijos para conseguir nuestras necesidades, se pueden conseguir mediante otras cosas”, dice Andrea.
- Desprecios: como pequeñas onomatopeyas como ‘bfff’, estamos transmitiendo que no nos importa lo que dice o que lo despreciamos.
¿Por qué realizamos estas violencias invisibles?
Para Zambrano, a veces estas violencias nacen del miedo y de la vulnerabilidad de ver nuestras necesidades amenazadas. “Cuando yo veo mis necesidades amenazadas, cuando no son tenidas en cuenta, ahí empiezan las violencias invisibles. De la amenaza de que nuestras necesidades estén en peligro. La violencia viene de la necesidad de defenderme porque veo amenazadas esas necesidades”.
¿Cómo puede empezar una violencia invisible cuando estamos con nuestros hijos e hijas? Zambrano pone este ejemplo: estamos agotadas, nuestros hijos no se quieren ir a dormir. En ese momento justo cuando apagas la luz empiezan con juerga y les dices: o tú o yo. Cuando ves que los demás no colaboran contigo y tú ya estás al borde, acabamos teniendo una conducta violenta: acabamos gritando, amenazando porque estamos viendo amenazadas nuestra necesidad de calma.
Por eso, para la experta la clave está en que toda la familia exprese de forma adecuada sus necesidades: “La idea es que las familias nos relacionemos desde la expresión de la necesidad como madre y como padre, de preguntar a mis hijos qué necesitáis vosotros para estar tranquilos. Yo necesito esto. Pedir colaboración”.
¿Cómo evitar estas violencias?
Zambrano pone el foco sobre todo en los cuidados, en cuidarnos entre todos, pero sobre hacerlo con nuestros hijos e hijas. Eso tampoco tiene que conllevar que nos fustiguemos por no considerarnos los padres y madres perfectos en todo momento y perder los nervios de vez en cuando. Como apunta Zambrano, “hay que ser padres suficientemente buenos: tenemos mucha presión por hacerlo perfecto. Pero con llegar a un 50%, suficientemente buenos, ya hemos creado un apego seguro”.