Vamos a hacer un ejercicio de reflexión: recuerda una etiqueta que te pusieran a ti cuando eras pequeño y que a día de hoy aún no te hayas podido quitar de encima. Puede que sea la de “vago”, la de “lista”, “buena niña” o a lo mejor “rebelde”… Hay muchísimas etiquetas, algunas las consideramos buenas, otras malas… ¿Pero realmente es así?
Las etiquetas son atajos mentales a los que acudimos porque nos ayudan a organizar conceptos y realidades. Sin embargo, aunque pensemos que hay etiquetas positivas (listo o buena, por ejemplo), y otras negativas (nervioso, mala o desastre), todas acaban cumpliendo la misma función: limitar el desarrollo de nuestros hijos.
Sobre este tema tan interesante hemos hablado con el psicólogo Alberto Soler, quien nos acompañará hoy, viernes 4 de diciembre a las 18:45h (hora española), en el Homenaje a la Educación, con su ponencia “Una educación sin etiquetas”.
Alberto, participas en el homenaje a la educación. Un homenaje que le hacemos a toda la comunidad educativa (familias, docentes, alumnos…) por el esfuerzo de este año… Un año difícil también desde el punto de vista educativo… Tú, como psicólogo que recibe a muchas familias en la consulta, ¿qué crees que ha sido lo más difícil para ellas?
Cada familia ha vivido una situación distinta durante estos meses; los efectos que ha tenido (y está teniendo) la pandemia y los confinamientos son distintos para cada realidad familiar. Quienes han sufrido la enfermedad o la pérdida de algún ser querido, sin duda, eso ha sido lo más difícil para esas familias.
Otras han perdido sus trabajos, sus negocios, otras se han visto más aisladas de su red de apoyo por los confinamientos, otras han sufrido mayor presión laboral, etc.
Los niños, por su parte, han tenido que adaptarse a formas distintas de aprender y seguir las clases. Afortunadamente, tanto ellos como las familias y el profesorado han mostrado que la vuelta a las aulas era posible. Niñas y niños nos han dado una lección de responsabilidad a todos.
En tu ponencia vas a hablar de etiquetas… Está claro que etiquetamos constantemente (niño malo, niño bueno, niño vago, niño consentido…). Y lo hacemos porque no somos conscientes de las consecuencias. ¿Cuáles son?
Las etiquetas tienen dos problemas fundamentales: el primero es que son muy fáciles de poner, pero muy difíciles de quitar. Las ponemos porque forman parte del modo en el que funciona nuestro cerebro, nos vienen muy bien.
El segundo problema es que, una vez etiquetamos a una persona, ésta tiende a comportarse de acuerdo con la etiqueta que le hemos puesto, lo cual acaba condicionando sus oportunidades y su desarrollo.
En tu libro recoges estudios que demuestran el efecto negativo de las etiquetas… ¿Puedes mencionar el que más te haya impactado?
Uno de los más llamativos, sin duda, es el que realizaron Rosenthal y Jacobson en el que vieron cómo las expectativas de los profesores llegaban condicionar el desarrollo académico de sus alumnos: si esperaban que fueran brillantes les trataban de un modo especial que hacía que, efectivamente, estuvieran más estimulados y acabaran destacando más. Y los alumnos de los que no esperaban nada especial recibían menos estimulación.
Esto es algo que, afortunadamente cada vez tiene más en cuenta el profesorado para dar las mismas oportunidades a todas las niñas y los niños
Te he oído hablar muchas veces de la obediencia y de la responsabilidad. Y de cómo educamos en la obediencia cuando no es lo que queremos que sean nuestros hijos de adultos… ¿Puedes desarrollar esa idea?
Claro; cuando nuestros hijos son pequeños nos viene muy bien que sean obedientes. Si decimos que hay que ir a cenar, a la ducha o a dormir no queremos que protesten. Queremos que obedezcan a la primera. Nos viene muy bien, a mí el primero. Pero esto hace que a veces nos confundamos y le demos más importancia a la obediencia de la que debería tener.
Esto puede llevar a algunas familias a ponerla como el objetivo final de la educación: “mi hijo es muy bueno, siempre obedece”. Pero cuando pensamos a medio o largo plazo, nadie queremos que nuestros hijos sean obedientes. Queremos que tengan pensamiento crítico, que sean asertivos, que denuncien las injusticias… y esto es incompatible con la obediencia.
Mejor cambiar a medio largo plazo este objetivo de la obediencia por el pensamiento crítico, y a corto plazo reemplazar la exigencia de obediencia por el fomento de la cooperación y la responsabilidad.
En tu libro hablas de etiquetas de género, y de cómo educamos diferente a nuestros hijos en función del sexo… Sin embargo, casi todos creemos que educamos igual a nuestros hijos e hijas, ¿Puedes poner algún ejemplo que se repita en casi todos los hogares y que nos haga ser consciente de este trato diferenciado?
Por supuesto; me pongo a mí como ejemplo. Siendo consciente de la importancia de las etiquetas y las palabras, cuando quiero decir algo bonito a mis hijas y voy “con el piloto automático” puesto, les digo que son preciosas, bonitas, reinas, princesas… y a mi hijo que es un campeón o un forzudo, por poner dos ejemplos. No me sale decirle a él que es “bonito, precioso, rey o príncipe”.
Pero, ¿qué ocurre con estas palabras? Que transmiten expectativas: con ellas te digo cómo debes ser para recibir la aprobación de los demás. Ellas tienen que ser bonitas y princesas, y ellos forzudos y líderes. Y eso al final condiciona su conducta, al querer comportarse de acuerdo a lo que los demás esperan de ellos.
Al final, unas cosas llevan a otras y este es el primer eslabón de una cadena que acaba con la situación de desigualdad de género que tenemos hoy en día.
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