Alberto Soler: “Los miedos de los padres los heredan nuestros hijos”

Alberto Soler ofrecerá una ponencia el próximo 13 de noviembre en el evento 'Educar es todo'

El miedo es una emoción que nos invade desde el mismo momento en el que nos enteramos de que vamos a ser padres. ¿Cómo podemos conseguir que esta emoción no nos paralice? Sobre esto hablará el psicólogo Alberto Soler en el evento Educar es todo. Hablamos con él para que nos ofrezca un “aperitivo” de lo que será su ponencia.

Alberto, tu ponencia en el evento va a tratar sobre el papel que juega el miedo en la educación de nuestros hijos. ¿El miedo nos limita, nos hace peores padres?

No, en absoluto. O, al menos, no debería. El miedo es una emoción que experimentamos todas las personas, y como el resto de emociones, cumple un papel importante. En este caso, nos ayuda a movilizar recursos ante situaciones potencialmente peligrosas. El problema es que hay ocasiones en las que sentimos miedo sin justificación, o el miedo nos paraliza hasta el punto de impedirnos llevar a cabo nuestro día a día con normalidad. Un ejemplo: fue el miedo el que en marzo de 2020 nos hizo quedarnos en casa ante una amenaza desconocida y frente a la que no teníamos recursos. El miedo nos ayudó a sobrevivir. Pero mantener ese mismo nivel de miedo y seguir sin salir a la calle a día de hoy no estaría justificado. En ese caso el miedo ya nos estaría jugando una mala pasada.

¿Cuáles son los principales miedos de los padres?

Los padres tienen muchos miedos relacionados con el bienestar de su familia, y esos miedos suelen ir a la par del momento en el que se encuentran; miedo a no lograr un embarazo, miedo a un aborto, a que pueda pasar en el parto, a que nuestra criatura enferme, que no se alimente bien, que tenga algún problema en su desarrollo, que no se adapte a la escuela, que no tenga amistades, a las notas, a que no se pueda valer por sí mismo, a no tener una buena relación familiar, a que consuma drogas, a las enfermedades de transmisión sexual, a los embarazos no deseados, etc. Cada etapa implica miedos distintos. Y precisamente esos miedos, siempre que no nos paralicen, nos ayudan a movilizar recursos para poder seguir avanzando. Imaginemos, por ejemplo, unos padres sin miedo a nada… probablemente harían cosas que pondrían en riesgo el bienestar físico o emocional de la familia.

El miedo es una emoción, por tanto, no podemos evitar sentirla, pero ¿Cómo podríamos vencerlos, controlarlos?

Habría que pensar en vencer o controlar el miedo cuando éste supone un problema, no podemos (ni deberíamos querer) vivir sin miedo. Pero cuando vemos que nos limita en el día a día, que nos impide llevar a cabo nuestros planes, que nos genera mucho malestar, que cuesta quitárnoslo de la cabeza… en esos casos puede ser buena idea consultar con un profesional. Porque si hemos llegado a ese punto es porque los recursos de los que disponemos no han sido suficientes, y necesitamos que una persona experta, como un psicólogo colegiado, nos ayude a superarlo. Si lo abordamos a tiempo, el tratamiento en estos casos suele ser sencillo y breve; no obstante, cuando ese problema lleva años enquistado suele ser más complicado de abordar.

¿Cómo afectan nuestros miedos a nuestros hijos?

Para nuestros hijos somos uno de los principales referentes; ellos nos observan continuamente para decidir cómo se enfrentan al mundo y, en función de lo que ven, actúan. En el caso de los miedos, se ha visto que éstos se pueden transmitir de padres a hijos de diferentes maneras; podríamos decir que los miedos “se heredan”, pero la parte genética sería probablemente menos importante en este caso. Pensemos, por ejemplo, en un padre con fobia a los perros, que cada vez que ve uno se pone visiblemente nervioso, cambia de acera, evita ir a lugares en los que pueda haber perros, etc. Su hijo crecerá observando esa conducta y pensando que los perros son animales que debe evitar y ante los que se debe tener mucho miedo. Así es fácil que acabe desarrollando miedo a los perros como su padre. Pues así con todo… miedo a las enfermedades, a los animales, a los lugares cerrados, a las aglomeraciones, a otras personas, a las agujas… Ellos ven y actúan en consecuencia. Esto no tiene que ser un motivo para sentirnos culpables si vemos que les estamos transmitiendo algunos de nuestros miedos, sino una motivación para tratar de superarlo juntos. A veces lo que no enfrentaríamos por nosotros mismos, vemos que les afecta a ellos y de ahí sacamos la motivación suficiente para ponernos manos a la obra y enfrentarnos a nuestros miedos.

Y cuando son nuestros hijos los que tienen miedo, ¿cómo debemos responder, actuar?

Dependerá de qué tipo de miedo estemos hablando. Cuando hablamos de miedos adaptativos, que forman parte del desarrollo de los niños (los que prácticamente todos sienten en un momento u otro como a la separación de los padres, a la oscuridad, ruidos, escuela, etc.) lo más importante es acompañar y validar la emoción. Nada de “eso son tonterías”, “con lo grande que tú eres…”, “¿pero cómo le vas a tener miedo a eso”, y respuesta similares. Vamos a acompañarle y darle permiso para sentir sus emociones. Esos miedos suelen irse como vinieron en la mayoría de las ocasiones, sin hacer nada muy especial por nuestra parte. Pero cuando vemos que los miedos no desaparecen y comienzan a interferir de manera importante en el día a día de la criatura o de la familia, suele ser recomendable buscar ayuda profesional para evitar que se enquiste. Trabajar con estos temas forma parte del día a día de los psicólogos.

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María Dotor

Tener solo unas líneas para presentarse no es fácil. Espero hacerlo bien 😉 Soy periodista y amante de la educación. Una de mis frases favoritas es: “La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo” de Paulo Freire. Por eso creo que es tan importante tomárnoslo en serio. Por eso, y porque educar es el más apasionante e importante de los viajes. ¿No crees?

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