Educar a nuestros hijos para que quieran aprender, progresar y ser autónomos es el mejor regalo que les podemos ofrecer en la vida. Educarles para que entiendan que el error es una oportunidad de aprendizaje y no un fracaso o un drama es vital, porque en la vida tropezamos mil veces y nos levantamos mil una. Noelia López-Cheda lo explicó así en una entrevista: “Si no viven lo que les toca vivir y van aprendiendo, en el futuro no tendrán ningún tipo de recursos para abordar lo que les depare la vida. Porque recordemos que no siempre vamos a estar a su lado. Tenemos que confiar que lo lograrán solos y para ello, desde pequeños tienen que entrenar”. Lo vemos con la historia de Jaime, al que su madre intentaba evitar el sufrimiento de llevar la tarea escolar sin hacer porque no la entiende.
Rosa y Jaime están en el salón haciendo unos deberes de matemáticas de tercero de Primaria. Rosa y Jaime no son mellizos ni compañeros de clase, Rosa hace mucho que pasó por tercero de Primaria (tercero de EGB, se decía en su época) y Jaime es su hijo de ocho años. Pero lo cierto es que Jaime no está haciendo la tarea solo, no está comprobando si puede hacerla por su cuenta y se está liando entre la explicación que dio en el aula la profesora y la explicación de su madre. Jaime, en realidad, no ha entendido la tarea que le ha mandado el profesor, pero le disgusta mucho la idea de llevar la tarea sin hacer. La profesora ya había avisado a los padres que si los alumnos no entienden un ejercicio es mejor que no lo hagan y le comenten que no lo han comprendido. Rosa, que estuvo en esa primera reunión, se dijo: “Esta mujer no conoce a mi hijo, quiere ser el mejor en todo, le frustra mucho no hacer las cosas”.
Efectivamente, Jaime ha llegado hoy a casa con una tarea que no sabe realizar. Y cuando Rosa le ha propuesto que copie el enunciado y responda “No comprendo el ejercicio”, tal como les indicó la profesora en la reunión, Jaime se ha echado a llorar, muy disgustado:
-Es que no quiero ser el que diga que no lo ha entendido, me da vergüenza… Seguro que me puedes ayudar, no quiero llevarlo mal, mamá.
Y por eso, ahora, Jaime y Rosa están ahora en el salón haciendo los deberes juntos. Rosa está cada vez más nerviosa porque no sabe cómo explicar el ejercicio a su hijo y Jaime está cada vez más liado porque su profesora explica de otro modo.
Y ante una escena así, cabe hacerse las siguientes preguntas:
- ¿Está Jaime aprendiendo algo, que se supone que es el objetivo de la tarea?
- ¿Se está sintiendo cada vez más capaz o, al contrario, menos capaz?
- ¿Está educando Rosa a su hijo en la responsabilidad y la autonomía?
- ¿Están aprendiendo, madre e hijo, a gestionar sus emociones de manera positiva, reconociendo la frustración y buscando formas de canalizarla o darle salida, o están más bien tapándola?
Tal como nos decía Noelia López-Cheda, “la autonomía se cultiva dejando que “hagan” cosas y que obtengan sus propios resultados (buenos o malos) de hacerlo y se repongan y prueben otros caminos cuando no les funcione lo que emprendan. Y esas cosas, pueden ser pequeñas cosas que van asumiendo por edad, sin censurar el “error” sino ayudándoles a buscar alternativas a esos resultados no esperados. La autoestima va de la mano de lo anterior porque cuando van encontrando su propio camino, descubriendo que pueden lograrlo por ellos mismos, ésta se refuerza. Si lo hacemos por ellos, no van a descubrir que pueden hacerlo”.
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