Nos encontramos en un momento de elevada reactividad emocional en las familias, pero también estamos viendo cada día cómo los niños y su maravillosa plasticidad cerebral se están adaptando mejor que nadie a esta situación atípica. A pesar de ello, es muy importante llevar a cabo un ejercicio diario de co-regulación emocional con nuestros hijos para que puedan integrar este escenario del mejor modo.
Cada día en consulta psicológica (online dada la situación actual), me encuentro con padres hablando del mismo escenario: niños más irritados que saltan por nada, por lo tanto más desregulados que antes. Es importante que normalicemos esta situación pero sobre todo que sepamos, como padres espejo, bailar con el momento, es decir, ser capaces de regularnos de forma individual como adultos para así poder enseñarles a ellos cómo hacerlo.
¿De qué hablamos cuando hablamos de regulación emocional?
Gross (2007, 2015) define la regulación emocional como la capacidad de modificar -de forma consciente y no consciente- componentes de la experiencia emocional, incluyendo la respuesta fisiológica, la vivencia subjetiva, la expresión verbal y no verbal, y las conductas secundarias a la emoción.
Por tanto, regular las emociones no es solamente bajarles el volumen, sino que se trata de un conjunto complejo de procesos internos.
Conexión emocional significa sintonía, significa dar espacio desde una mirada de atención y empatía, significa enseñar a nombrar esos sentimientos y empezar a veces a ponerles un color para ir encontrando otras formas más sanas de poder gestionar el malestar emocional. Todo esto suele traducirse en más calma y más cooperación familiar.
¿Cómo se desarrolla o aprende la regulación emocional?
Por suerte o por desgracia, tal como explica Allan Schore (1994,2002), la regulación emocional se aprende a través de las relaciones de apego primarias en las cuales se modela el temperamento innato del bebé y se desarrollan los futuros patrones internos de autorregulación.
La relación entre niños y padres promueve el desarrollo de determinadas vías neuronales que ayudarán al cerebro del niño a sentar las bases estructurales para la futura autoregulación emocional.
Para que esto ocurra, es necesaria la presencia de un cuidador que pueda sintonizar de forma coherente con sus emociones y que comprenda el cerebro del niño para poder así responder a sus necesidades básicas del modo más adecuado.
El niño aprende a regularse a través de la experiencia interactiva en la díada cuidador-niño, es decir, si cuando se detectan los estados emocionales estos son validados y acompañados, estaremos respondiendo adecuadamente a las necesidades del niño. Sin embargo, cuando la respuesta está desconectada con la necesidad subyacente, el niño no podrá tener un modelo sano de gestión emocional.
¿Cuál es nuestra función como padres en la regulación emocional?
Somos espejos y somos altavoces. De algún modo actuamos como reflejo de las emociones de los niños, y eso ayuda a que puedan aprender otra manera de modular esos estados internos a veces desregulados, intensos y desconocidos. Los siguientes puntos sirven en esa gestión, en ese proceso de co-regulación y autoregulación emocional.
- Reconocer las distintas emociones, como la rabia, la sorpresa, la tristeza, la vergüenza, la alegría o el asco.
- Ponerles nombre.
- Entender que a veces el “ruido” no representa la necesidad emocional real del niño, y por ello intentar llegar al verdadero origen.
- Validar y acompañar en el momento.
- Flexibilizar nuestras formas de “gestionar”, en función de a las circunstancias.
- Ayudar a expresar las emociones de un modo más regulado, más manejable y por tanto tener sensación de control sobre lo que nos ocurre para que no nos desborde, como por ejemplo dibujarlas, intentar calmarse o crear códigos familiares secretos que representen cada estado emocional.
- Actuar de espejo y amplificador de esas emociones reguladas.
- Servir de modelos de gestión emocional, con recursos o técnicas que usemos como adultos.
Las emociones están intensamente ligadas a nuestro instinto de supervivencia, y ahora mismo, todos, en mayor o menor medida, estamos sobreviviendo, por ello no tenemos que silenciarlas sino entender qué significan y poder incorporarlas de un modo amistoso a nuestro día a día.
Cada emoción lleva asociada una serie de respuestas psicofisiológicas, como puede ser el miedo que nos prepara para salir corriendo, el asco para vomitar o la alegría para acercarnos e interactuar con los demás.
Si como cuidadores adultos no somos capaces de cuidar nuestra propia regulación emocional, tampoco podremos enseñar a nuestros niños cómo hacerlo, es por ello que debemos recordar siempre que los niños son un edificio en construcción que necesitan a los padres como bases sólidas en esa estabilidad emocional para la vida adulta.