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¡Bienvenida, adolescencia!

Si padres y madres cambiamos nuestra percepción de la adolescencia, con un enfoque diferente al del miedo y el enfrentamiento, aunque sea inconscientemente, trataremos a nuestros hijos de una manera especial y con más interés y paciencia.

Si tecleamos adolescencia en el potente “solucionador de dudas” Google encontramos cabeceras de artículos como: “Guía para sobrevivir a la adolescencia de su hijo”, “Adolescencia: ¿Crisis o duelo?”, “Adolescentes y sus problemas: sexualidad, tabaco, psicología”. Si lo que buscamos son libros para conocer la etapa que inevitablemente atravesarán nuestros hijos nos podemos encontrar títulos como: ¡Socorro! Tengo un hijo adolescente, Padres desesperados con hijos adolescentes, El adolescente y su mundo. Riesgos, problemas y trastornos. Y si compartimos conversaciones con otros padres comprobaremos que desde antes de que llegue este periodo a la vida de sus hijos, que ciertamente se ha adelantado hasta los 11-12 años, estos esperan con ansiedad y miedo sus imaginadas consecuencias.

Es decir: ¡la adolescencia tiene muy mala reputación! porque se relaciona con compañías no beneficiosas, discusiones familiares, salidas nocturnas, malas calificaciones escolares, aislamiento  y abandono de buenas costumbres… La adolescencia es esperada como un periodo problemático en la que nuestros hijos inevitablemente se convertirán en irresponsables seres peleados con  la familia con la que pierden su identificación.

Creemos que aquellos pequeñitos que nos han entretenido y nos han hecho reír, que han despertado nuestra ternura y en los que hemos invertido tanta energías para hacerlos crecer, se convierten ahora en seres irreconocibles, independientes y hasta casi desagradables y nosotros los padres abandonamos y nos rendimos asumiendo que no se puede hacer nada porque…¡ya son mayores!, ¡están imposibles! y ¡son adolescentes!

En mi opinión, lo que se espera, lo que se escribe y se dice sobre los adolescentes es muy exagerado. Considero importante tener cuidado con el lenguaje destructor, pesimista y negativo porque “si el pensamiento que transmites sobre lo que quieres es bien claro y definido, lo atraerás”; en esta ocasión en palabras de Lourdes Pérez Bouton en su artículo “Cómo repercute la física cuántica en nuestras vidas” , que os recomiendo.

En psicología y pedagogía se habla del efecto Pigmalión y se conoce como la creencia que tiene una persona y que puede influir en el rendimiento de otra. Es por ello que las expectativas y previsiones de los padres sobre la forma en que se comportarán y actuarán sus hijos determinarán con algún porcentaje la actuación de estos.

El efecto Pigmalión tiene su origen en la mitología griega y se habla de  efecto Pigmalión positivo aunque también se constata el efecto Pigmalión negativo. Mientra el primero produce un  efecto positivo en el sujeto y un aumento de la autoestima y  consigue que una persona logre mejorar su rendimiento a partir del convencimiento de poder hacerlo, el segundo incide negativamente en las expectativas que de  la persona se tiene reduciendo así su motivación de logro.

Si  los padres cambiamos nuestra percepción de la adolescencia, si preparamos y esperamos este momento con un enfoque diferente al del miedo y el enfrentamiento, aunque sea inconscientemente, trataremos a nuestros hijos de una manera especial, con más paciencia, con más interés y así los estaremos empujando sutilmente hacia el éxito alejando los calificativos no deseables que asignamos a esta  etapa.

La vivencia de la adolescencia de nuestros hijos puede y debe ser agradable para él o ella y para toda la familia. Es el momento de comenzar a incorporarse a la “vida adulta”, puede ir asumiendo nuevos roles y podremos compartir con él o ella  experiencias para las que antes todavía “no tenía edad”.

Se trata de cambiar el paradigma asociado a la adolescencia y ver en ella una etapa privilegiada en la que el cerebro adolescente se rediseña por completo y es el momento en el que pueden aprender a pensar mejor, aprender a sentir mejor, aprender a tomar mejor decisiones y ser más autónomos, tal como propone José Antonio Marina en  El talento de los adolescentes.

 Nosotros los padres y las madres, aunque ellos crezcan, no podemos relajarnos. Nuestros adolescentes nos necesitan más incluso que nuestros pequeñines y con nuestro buen hacer, aunque en ocasiones no sea sencillo, la mayoría de ellos superaran con éxito esta “temida etapa”.

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