Este artículo refleja una anécdota real que nos ha hecho reflexionar. Una anécdota de las que nos ocurren día a día y que muchas veces pasan desapercibidas. Pero que, si nos detenemos un momento, podemos extraer conclusiones educativas que quizá cambien la perspectiva que teníamos hasta el momento.
Eva, de 10 años, le pregunta a su padre, Carlos, de 47: “¿Qué tal estás? Pareces cansado”.
Carlos le responde: “Sí, estoy muy cansado, hija”.
“¿Por qué estás tan cansado, papá?”.
“Por el trabajo, siempre hay muchos problemas”.
Se hace un largo silencio…
Eva sentencia, con mucho amor: “Papá, es que te pagan para solucionar problemas”.
Carlos me ha contado esta maravillosa anécdota y los dos hemos concluido que nuestros hijos son una fuente maravillosa de sabiduría. Hay quien lo llamará ingenuidad. A Carlos y a mí nos parece madurez, y creemos que somos nosotros los que distorsionamos la realidad.
Eva nos enseña lo que algunas veces vamos perdiendo por el camino y que nos vendría muy bien recuperar (empezando por nuestros hijos):
- Empatía/Alteridad: ponerse en el lugar del otro, detectar el estado de ánimo de la otra persona.
- Preguntar sin enjuiciar: con un tono de ayuda, cariñoso
- Escuchar, reflexionar, analizar, sentido común.
“La conclusión de Eva me hizo sentir muy bien”, me dijo Carlos. La perspectiva de nuestros hijos nos ofrece una mirada sabia.
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