De lo que no se olvidan nuestros hijos. Y tampoco nosotros.

Si hablamos y escuchamos como sabemos que podemos hacerlo, seremos vitamina pura para nuestros hijos, y nosotros nos sentiremos bien.

Nuestros hijos pueden olvidarse de lo que decimos, también pueden olvidarse de lo que hacemos, pero no se olvidan de cómo les hacemos sentirse.

Adaptado de Maya Angelou (escritora, poeta, activista norteamericana 1928-2014)

No nos olvidamos de cómo los demás hacen sentirnos. Si a tu alrededor tienes la suerte de tener personas que te hacen sentir bien, que cada vez que acudes a un encuentro con ella o con él sabes que te va a proporcionar un chute de energía positiva, que te va alimentar el cuerpo y el alma, es posible que estés al lado de lo que la psiquiatra Marián Rojas Estapé (@marianrojasestape) denomina personas vitamina.

A todo el mundo le gusta tener amigos, compañeros, marido, mujer y padres vitamina. Creo que el elemento más poderoso para hacer que las personas de nuestro alrededor sientan (sentimientos buenos y malos) es la palabra. La palabra dicha, lo que decimos y cómo lo decimos, y la palabra escuchada, lo que escuchamos y cómo lo escuchamos.

Y de eso tratan estas líneas, de proponerte que pongamos el foco en provocar buenos sentimientos en los que nos rodean y, especialmente, en nuestros hijos.

Dice mi compañera María Dotor que el otro día fue a la compra y a la hora de dejar su carro se encontró con un cartel que le llamó la atención: “Gracias por dejar tu carro aquí”.  Le pregunté qué le resultaba de especial en ese mensaje y me dijo que ella creía que el mensaje más común en los centros comerciales es: “Deja tu carro aquí”. El primer mensaje le gustó, le hizo sentir bien. Ya ves, a lo mejor piensas que la reacción de María es exagerada y que tampoco es para tanto, pero es cierto que el hecho de que en el supermercado den por hecho que vas a dejar el carro en el lugar que le corresponde y te den las gracias por ello, hace sentir mejor que el hecho de que te lo ordenen. Algunos supermercados lo saben, en el que compra María es un ejemplo de ello.

Eso es lo que nos ocurre cuando hablamos. Lo podemos experimentar en nuestras propias mentes. Cuando creemos que se nos habla mal y lo manifestamos pacíficamente (lo cual es ya un éxito), podemos encontrarnos con que la otra persona piense que “no es para tanto”, o que “te molestas por todo”. Esto que tanto nos hace sentir mal, lo hacemos frecuentemente con nuestros hijos.

Te propongo otro escenario: puede ocurrir que nos esforcemos por hablarle bien a nuestra pareja, por ejemplo. Queremos convertirnos en una persona vitamina para ella, que cada vez que entre en contacto con nosotros se sienta mejor. Llevamos ya dos semanas en ese intento, ponemos toda la intención en hacerlo mejor. Pero nada, no hay ninguna reacción por su parte. Esto también lo hacemos a menudo con nuestros hijos.

Y hablando de intenciones. Dice el doctor, escritor y, sobre todo, inspirador Mario Alonso Puig en un vídeo de La educación importa que “cuando abramos la boca sea para ayudar en la conversación, para construir. Si no estamos bien, mejor no hablar”. Vamos, que acudamos a la conversación, al uso de la palabra, con buenas intenciones, con las mejores intenciones. Y, además, añade que valoramos las intencionalidades de los demás haciéndolas incuestionables. Parece ser que somos tan atrevidos como para decirle al otro por qué nos ha dicho lo que nos acaba de decir. Y, ambas cosas, la de no acudir con las mejores intenciones y la de valorar la intencionalidad, son algo que hacemos comúnmente con nuestros hijos.

Y para terminar, me gustaría dejar un comentario sobre la palabra escuchada. Podemos decir que la mínima expresión de interés por lo que otra persona hace es la pregunta (a ser posible, inteligente) y que lo que nos hace sentir bien es la atención. Recojo una preciosa frase del libro ‘Lluvia fina’ de Luis Landero que dice: “Y, cada pocos pasos, se detenía para recrearse en sus palabras y ver cómo ella las embellecía con su atención”.

Podemos hacer sentir bien a quienes están con nosotros con preguntas inteligentes (muchos de nuestros hijos adolescentes se quejan de que preguntamos por preguntar o parece que preguntamos por controlar) y podemos, especialmente, embellecer las palabras de nuestros hijos con nuestra atención.

Si hablamos y escuchamos como sabemos que podemos hacerlo, seremos vitamina pura para nuestros hijos, y nosotros nos sentiremos bien.

Gracias por leer. Gracias por creer en la educación.

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Leo Farache

Nacido en Madrid, de la añada del 63. Su vida profesional ha estado ligada al mundo de la comunicación, gestión, marketing. Ha dirigido algunas empresas y escrito tres libros (“Los diez pecados capitales del jefe”, “Gestionando adolescentes”, “El arte de comunicar”). Ha ejercido de profesor – “una profesión que nos tenemos que tomar todos más en serio” – en la Universidad Carlos III, UAM y ESAN (Lima) en otras instituciones educativas. Es padre de tres hijos y ha encontrado en la educación su elemento. Fundó en 2014 la empresa Educar es todo desde donde opera esta iniciativa cuyo objetivo es ofrecer ideas e inspiración educativa a madres y padres que quieren saber más para educar mejor.

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