Decimos que nos queremos mucho, pero no nos hacemos caso

Quizás el regalo más apreciado, el que más valoramos, sea la atención.  Lograr tener la atención de alguien es un acto de generosidad de la otra persona que nos regala su tiempo, su cariño, sus neuronas. Cuando se nos presta atención sincera nos sentimos bien, sentimos que importamos a la persona con la que estamos.

Nos quejamos de la falta de atención de nuestra pareja que apenas sabe lo que sentimos, lo que nos preocupa. Nos quejamos de aquel amigo que solo habla de lo suyo y jamás nos pregunta por lo nuestro. Nos quejamos de la falta atención del jefe que piensa que sus ideas son las únicas que valen y no escucha las nuestras.

Nuestra falta de atención se convierte en falta de valoración. Estamos oyendo, pero apenas logramos escuchar. Y si llegamos a escuchar… lo hacemos predispuestos a cuestionar todo lo que las personas tan cercanas -y supuestamente queridas- nos dicen. Parece como si la proximidad, la confianza, fuera una desventaja para prestar atención.

¿Y con nuestros hijas e hijos? ¿Qué hacemos con nuestra atención?

Miriam una persona muy observadora de 25 años cree que “las madres y padres hacéis poco caso a los hijos, nos prestáis poca atención. Nuestra opinión cuenta poco en casa, por el mero hecho de ser hijos se nos supone que tenemos menos conocimiento. A vuestro juicio, siempre sabremos menos. También ocurre con frecuencia que nuestra opinión no os conviene y os produce malestar. Muchos jóvenes tenemos más conciencia colectiva, alimentaria, climática, social que nuestros padres. Nosotros estamos empeñados en mejorar el mundo cambiando algunos hábitos que parecen cronificados, que los mayores habéis dado por buenos y sabéis que son malos. Los padres queréis que reproduzcamos vuestra vida y nuestra vida es nuestra, no vuestra. Lo lamentable es que, si aparece alguien en la televisión diciendo exactamente lo mismo que pueda decir un hijo, el valor de lo dicho adquiere un mayor valor simplemente porque lo ha dicho otro y no es la tonta de tu hija. Eso me parece muy triste y desmotivador. Decimos que nos queremos mucho, pero no nos hacemos caso”.

Me sumo al pensamiento de Miriam, a su indignación. Muchas veces no prestamos atención a quien decimos que queremos. Cuestionamos las opiniones, la información que nos trasladan las personas más próximas. En cambio, somos convencidos por el tuit de un desconocido solo por el hecho de verlo en una pantalla, y más aún si su cuenta refleja un gran número de seguidores.

La atención es nuestro tesoro -que no cuesta ni un céntimo de euro- que deberíamos entregar a las personas que queremos si somos coherentes y consecuentes con nuestros sentimientos.

Desde que son muy pequeños nos quejamos de su falta de atención: “Hace lo que le da la gana”, “nunca hace caso”. O ponemos el énfasis mostrando nuestra satisfacción precisamente, por lo contrario: “Siempre está atento a lo que le decimos”. También desde que son muy pequeños empezamos a no atenderles: nuestras conversaciones son más importantes que las suyas, “son cosas de niños”. Atendemos antes a un mensaje en el móvil o ponemos más interés en la llamada del jefe que en la que puedan hacernos nuestros hijos.

Sea cual sea su edad propongo que hagamos aparecer, florecer, nuestra atención. Que no haya día sin que noten que son importantes para nosotros porque de verdad lo son. Vamos a tener muchas oportunidades de regalarles nuestra atención. Cuando lo haces, todo cambia. Atender significa escuchar con energía, no interrumpir ni pensar lo que vamos a decir mientras hablan. De la atención emerge la pregunta que enriquece nuestra conversación y nos permite entender mejor a la persona con la que estamos hablando.

Si yo hubiera advertido sobre la importancia de la atención en la relación con mis hijos, hubiera sido un mejor padre. Habríamos disfrutado y aprendido más juntos. Pero nunca es tarde. Desde hace algún tiempo me regalo cada instante que estamos juntos para intentar no perderme un detalle.

La fórmula es eficaz y fácil de llevar a cabo:

Si nos queremos mucho, nos hacemos mucho caso. Nos regalamos nuestra atención.

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Leo Farache

Nacido en Madrid, de la añada del 63. Su vida profesional ha estado ligada al mundo de la comunicación, gestión, marketing. Ha dirigido algunas empresas y escrito tres libros (“Los diez pecados capitales del jefe”, “Gestionando adolescentes”, “El arte de comunicar”). Ha ejercido de profesor – “una profesión que nos tenemos que tomar todos más en serio” – en la Universidad Carlos III, UAM y ESAN (Lima) en otras instituciones educativas. Es padre de tres hijos y ha encontrado en la educación su elemento. Fundó en 2014 la empresa Educar es todo desde donde opera esta iniciativa cuyo objetivo es ofrecer ideas e inspiración educativa a madres y padres que quieren saber más para educar mejor.

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