La mayoría de los seres humanos nos sentimos incómodos con las incertidumbres, con la falta de certeza. Esta incomodidad se acentúa cuando educamos a nuestros hijos, queremos que les vaya bien y no soportamos tantas incógnitas sobre su devenir. En ese contexto, nuestros miedos se les contagian y les hacemos, también a ellos, maestros de la aversión al riesgo.
“Estudia mucho para ser alguien en el mañana”, “Cantar no va a permitirte vivir, haz algo útil”, “cuidado con eso y también con eso”. Vivimos atenazados por la necesidad de ser útiles, productivos y respondernos continuamente por qué y para qué hacemos una u otra tarea y esa filosofía de vida se la trasladamos a nuestros hijos. Me da la impresión de que muchos jóvenes que son muy responsables hablan como personas mayores prematuras que han abandonado su ingenuidad y audacia en el mismo momento que entraban a cursar sus estudios superiores. Nuestro ejemplo, el de sus madres y padres ha calado en ellos y nuestros miedos se han convertido en los suyos.
“Agobio viene de gibbus, joroba, y nosotros vivimos lo más del tiempo en que vivimos más bien agobiados, es decir, jorobados, jeringados por otro nombre” escribe J.A. González Sainz en su deliciosa obra “La vida pequeña (El arte de la fuga)”
Dice el refrán que cuanto más se tiene, más se quiere o también podríamos decir que cuánto más se tiene más se teme el perder. Pero perderlo todo solo es equiparable con perder la vida, un suceso inevitable en el que todos nos encontraremos y al que podemos llegar anticipadamente, sin preverlo. ¡Somos vulnerables!.
La propuesta educativa de estas líneas (para ellos y para nosotros) es interiorizar y aprender a convivir con nuestra vulnerabilidad. Un aprendizaje que nos ayude a espantar los temores infundados, que nos haga reír de nuestra necesidad de tenerlo todo planificado, que abrace – con tanto dolor como valentía – las desgracias como una posibilidad más y que nos haga sonreír y disfrutar de lo que hoy tenemos y que cualquier día puede desaparecer.
Así, lejos de hacernos (hacerles) sentir débiles, la vulnerabilidad nos dotará del poder y la sabiduría de saber que hoy es el último día para disfrutar de hoy. Contribuirá a ayudarnos y ayudarles a descubrir las pequeñas cosas que la vida nos proporciona en forma de regalo y así ejercitar esa otra capacidad singularmente humana que es el agradecimiento.
“Puede que lo bueno sea un planeta desconocido y fabuloso por mucho que se pueda tener delante de las narices, que sea también un mar infinito a costa de que se sepa descubrir cada vez y luego recordar” escribe el escritor soriano.
La vida son momentos nos recuerda el libro que es corto en extensión (202 páginas) y muy profundo en pensamiento. Desde esas páginas se nos pide que no seamos “estropeamomentos, estropeacosas y estropeapalabras porque cada momento es su propio logro y entraña su propia dignidad”. Con miedos y arrogancias (propias de los que no quieren parecer humanos vulnerables) que contagiaremos a nuestros hijos no podremos disfrutar nosotros ni permitirles que ellos disfruten durante su vida de su condición humana, del poder de su vulnerabilidad.
