Dos palabras que hacen efecto: “¿Cómo estás?”

Esta es la historia de un niño, Pedro, que aparenta unos siete años. Se ha despistado en el recreo y está llegando el último a clase. A unos metros ve aproximarse al director, sabe que es la autoridad máxima en el colegio, le ha visto en cuatro ocasiones en clase, parece muy simpático y se lleva muy bien con todos los profesores. “Mamá dice que tenemos un gran director y que tenemos suerte de tenerle”, va conversando consigo mismo.

Cuando llega a la altura del director, este se dirige a él y le saluda. Pedro le mira y le sonríe tímidamente con cierto pudor. Es que es el director, solo hay uno en el cole, es el que más manda. El director se pone en cuclillas, a la altura de sus ojos, y le pregunta: “¿cómo estás?“. Pedro le mira asombrado, con sus ojos muy abiertos y contesta a su pregunta: “bien, gracias. Voy a clase que llego un poco tarde”. El director le sonríe, le atusa el pelo y le anima, “eso está muy bien, que tengas una buena clase, a ver si hablamos otro día”.

Pedro sale corriendo, la puerta de clase ya está cerrada. El profesor ha empezado a hablar, pero Pedro le interrumpe, está contento, eufórico. “Un momento, profe, tengo que contaros algo muy importante”. Se dirige al resto de la clase y dice en voz alta: “Me acabo de hacer amigo del director, me ha preguntado que cómo estoy”.

Lo esencial de esta historia es real. Fue contada por el profesor y músico, Nico Montero, durante el primer encuentro de educación organizado por el Colegio San Felipe Neri.

“¿Cómo estás?” son dos palabras aparentemente simples, pero que son mágicas cuando están bien dichas -con interés y cariño- y con tiempo suficiente para escuchar la contestación. Podemos comprobarlo con mucha gente que pasa cerca nuestro cada día como los vecinos, el conserje, la camarera, la taxista, el cajero, nuestro cónyuge, los compañeros de trabajo… a las que olvidamos preguntar sinceramente cómo están, cómo se sienten. Cuando lo hacemos, nuestro interlocutor es probable que reaccione con una dosis de sorpresa (pues se lo preguntan poco) y de cariño (ya que le gusta que le pregunten eso).

Nuestros hijos se interesarán por los demás si nos ven interesados a nosotros por el prójimo

Está de más decir que la pregunta también es una buena pregunta para nuestros hijos. “¿Cómo estás?” mucho antes que “¿tienes deberes?”. Es más apropiado preguntar “¿cómo te sientes?” en lugar de dar órdenes a diestro y siniestro. Queremos que nuestros hijos tengan una sana autoestima, pues hagamos que sientan que son importantes -que lo son- para nosotros. El “¿cómo estás?” bien dicho es una pregunta diferente cada día, es la pregunta entonada para hoy que es diferente a la de ayer. “¿Cómo estás?” exige atención en la respuesta y saber que nuestro “¿cómo estás?” no es un por decir, una pregunta retórica que se nota mucho si es un ¿cómo estás? de verdad o de mentira.

Acompañar a nuestras hijas e hijos para que se interesen por los demás, será posible si nos ven interesados a nosotros por el prójimo. Las buenas y malas costumbres se pegan, se contagian. Si nosotros no preguntamos a los demás, ¿por qué van a hacerlo nuestros hijos? Y si preguntamos, ¿por qué van a dejar de hacerlo? Nuestros hijos nos aprenden es la sentencia de Mar Romera que nos gusta repetir e interiorizar.

Por cierto, querida y querido lector, ¿cómo estás?

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Leo Farache

Nacido en Madrid, de la añada del 63. Su vida profesional ha estado ligada al mundo de la comunicación, gestión, marketing. Ha dirigido algunas empresas y escrito tres libros (“Los diez pecados capitales del jefe”, “Gestionando adolescentes”, “El arte de comunicar”). Ha ejercido de profesor – “una profesión que nos tenemos que tomar todos más en serio” – en la Universidad Carlos III, UAM y ESAN (Lima) en otras instituciones educativas. Es padre de tres hijos y ha encontrado en la educación su elemento. Fundó en 2014 la empresa Educar es todo desde donde opera esta iniciativa cuyo objetivo es ofrecer ideas e inspiración educativa a madres y padres que quieren saber más para educar mejor.

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