El bullying somos los padres

“Hay que ver como son los niños de hoy en día”, “no respetan a nada ni a nadie”, “eso en mi época no pasaba”, “lo que necesitan es más mano dura”…Y con comentarios como estos, centramos el debate sobre el bullying en los menores. Ellos son los que lo sufren y, como no, sobre ellos situamos las posibles causas y soluciones.

Sin embargo, va a ser difícil que erradiquemos el bullying si no ponemos el foco en los verdaderos “culpables”. Los que, a la vez de culpa, tenemos la solución para acabar con esta lacra social: los adultos.

Solo hay que asistir a un partido de fútbol de equipos infantiles cualquier domingo y ver cómo los padres insultamos al arbitro sin ningún pudor, o leer las puyitas que nos lanzamos en los grupos de WhatsApp del cole, o como insultamos al conductor del coche que se ha saltado el ceda el paso mientras nuestro hijo va en el asiento de atrás… Por no hablar de los cumpleaños. ¿Consideráis ético invitar a toda la clase de nuestro hijo menos a dos niños porque sus padres no nos caen bien y no queremos que nuestros hijos se junten con sus hijos?

Y esto son solo algunos ejemplos de nuestros comportamientos, a los que hay que añadir otros que tenemos directamente con nuestros hijos, y de los que nos alertaba en su día la experta en Disciplina Positiva María Soto, apuntando que “cuando chantajeamos a un niño para que haga lo que queremos (si no te comes la verdura no podrás jugar a la play),  podría llegar a aprender a manipular a las personas para conseguir sus propósitos. O cuando a un niño le hacemos ver que “mandamos” por el simple hecho de “ser mayores”,  podría llegar a aprender que puede someter a los que son más débiles o pequeños que él”.

Cuando chantajeamos a un niño para que haga lo que queremos (si no te comes la verdura no podrás jugar a la play),  podría llegar a aprender a manipular a las personas para conseguir sus propósitos

 

Pero hay más. Cuando gritamos a un niño por hacer algo mal,  podría llegar a aprender que no tiene por qué trabajar su autocontrol si algo le molesta, sino que es lícito descargar nuestra ira sobre los demás.

No es fácil saber cómo reaccionar cuando necesitamos que nuestros hijos nos hagan caso y pasan olímpicamente de nosotros. Todos hemos pronunciado alguna vez la sentenciadora frase “¡porque lo digo yo!”. Nos centramos en el objetivo a corto plazo que queremos conseguir: que nos obedezcan. Sin embargo, pocas veces nos paramos a pensar en los efectos a largo plazo que pueden tener: que aprendan la obediencia ciega y la trasladen a otros ámbitos de sus vidas. Que asimilen que los gritos, el chantaje o la autoridad son formas válidas de relacionarse con otras personas. Que necesiten imponerse para sentirse por encima de los demás en un intento de sostener su autoestima tambaleante a base de pisotear a otras personas.

Cuando gritamos a un niño por hacer algo mal,  podría llegar a aprender que no tiene por qué trabajar su autocontrol si algo le molesta, sino que es lícito descargar nuestra ira sobre los demás.

 

Ser madre o padre no es sencillo. Por supuesto que no, pero quizá de todas las cosas que deberíamos aprender antes de serlo, la más importante es que “nuestros hijos nos aprenden a nosotros”, como dice siempre la pedagoga Mar Romera. Da igual si creemos que no nos escuchan, porque nos están observando continuamente. Por tanto, más que sus comportamientos, deberían preocuparnos los nuestros.

El bullying lo ejercen y lo sufren nuestros hijos, pero nos lo aprenden a nosotros. El bullying somos los padres, y nosotros tenemos en nuestra mano erradicarlo. ¿Nos ponemos a ello?

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María Dotor

Tener solo unas líneas para presentarse no es fácil. Espero hacerlo bien 😉 Soy periodista y amante de la educación. Una de mis frases favoritas es: “La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo” de Paulo Freire. Por eso creo que es tan importante tomárnoslo en serio. Por eso, y porque educar es el más apasionante e importante de los viajes. ¿No crees?

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