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El cuento de Daniil Medvedev y Rafael Nadal

Después de haber atravesado un camino largo, Daniil Medvedev llegó a la entrada del pueblo en el que tenía la intención de pasar los próximos años de su vida. Quería saber cómo era la gente de ese nuevo lugar. Se acercó a un viejo hombre que descansaba en la plaza del pueblo: “¿Cómo es la gente en este lugar?” -le preguntó al anciano, casi sin saludarlo-. “Vengo a vivir aquí y donde yo vivía las personas eran complicadas, agresivas y a mí ,que soy tenista, me abucheaban cuando entraba en la pista. Las personas eran exigentes y la arrogancia era el pan de cada día”. El anciano le respondió con mucha amabilidad: “Aquí la gente es igual”.

El anciano siguió en la plaza del pueblo, debajo de un frondoso árbol. Mdevedev prosiguió su camino preguntándose si no habría algún sitio donde la gente no fuera así. Horas después otro viajero, Rafael Nadal, que también llegaba al pueblo, se acercó al mismo anciano y le dijo: “Buenas tardes, señor, disculpe la molestia. Vengo a vivir a este pueblo y me gustaría saber cómo es la gente. En el lugar de donde vengo las personas eran atentas, generosas y yo que soy tenista me aplaudían cuando entraba en la pista”. El anciano levantó la cabeza, sonrió y le contestó: “Aquí la gente es igual”.

Una señora que había escuchado ambas conversaciones le preguntó al sabio anciano: “¿Cómo es posible dar la misma respuesta a dos preguntas tan diferentes?” A lo cual el anciano le contestó:  “En vez de preguntarnos cómo nos tratan los que nos rodean, es mejor que nos preguntemos como los tratamos a ellos. A la larga, la gente se termina comportando contigo como tú te comportes con ellos”.

Ayer, en la final del Open de Australia, el mejor tenista venció. Y antes de salir a la pista, la educación había puesto a cada uno en su sitio. Rafael Nadal fue recibido con una ovación que los comentaristas califican como única. Y Daniil Medvedev, su oponente, recibió un abucheo que los comentaristas califican también como único.

Las formas del tenista ruso crean animadversión y poco cariño. Gritó y trató de forma agresiva al juez de silla, se enfrentó con el público… Su arrogancia y mala educación se hicieron patentes. Rafa Nadal nunca ha roto una raqueta (“Para mí, romper una raqueta significa que no tengo el control de mis emociones”). No podemos imaginarle gritando sin control a un juez de silla ni tampoco mostrando arrogancia.

A Nadal le admiramos por sus éxitos y le queremos mucho por su humildad, ilusión, esfuerzo, sacrificio… Allá donde vaya Nadal, y otras personas como él, encontrarán gente atenta, generosa, como vemos en el cuento del inicio, y que he adaptado (es un cuento clásico del que desconocemos su autor).

Un cuento que nos enseña que, si queremos que nuestros hijo se rodeen de gente atenta, generosa, debemos inculcarles primero a ellos estos valores.

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Leo Farache

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