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El reto de dejar de educar desde la culpabilidad

El sentimiento de culpa nos acompaña a muchos padres y madres cuando educamos. ¿Es un buen compañero de viaje?

Ya nos lo dijo María Jesús Álava Reyes en su ponencia acerca de la sobreprotección en el primer encuentro de Gestionando Hijos: “pocas veces hemos visto padres tan perdidos, tan agobiados, que se sientan tan culpables en muchas ocasiones”. La Fundación Másfamilia, en un informe sobre la conciliación y el bienestar de los niños y niñas, llegaba a hablar de que la falta de medidas de conciliación podría mermar el bienestar emocional de nuestros hijos por “educar desde la culpabilidad”. Está claro que queremos que nuestros hijos sean felices y no conseguirlo quizá nos lleve a sentirnos culpables. Pero tal vez estemos confundiendo felicidad con la satisfacción de deseos y caprichos. Como afirma Gregorio Luri (con el que tendremos el honor de contar en nuestro encuentro en Madrid en diciembre) en una entrevista en ABC: “Tenga usted un hijo feliz y tendrá un adulto esclavo, o de sus deseos irrealizados o de sus frustraciones, o de alguien que le va a mandar en el futuro. Personalmente, me resultan más atractivas la valentía y el coraje de afirmar la vida”.

La culpa nos acompaña a muchos padres y madres: porque no tenemos paciencia, porque no tenemos tiempo, porque nos pasamos mucho tiempo diciendo no, porque nos hemos equivocado en algún momento al sentirnos desbordados, incluso por querer desconectar un rato de nuestra tarea de educar y dedicarnos un ratito a nosotros. Y aunque la culpa puede estar avisándonos de la necesidad de cambiar algo para sentirnos mejor, su excesiva presencia en nuestra labor como educadores puede jugarnos muchas malas pasadas: tratamos de compensar o de conceder caprichos porque nos sentimos culpables, hacemos la vista gorda de un mal comportamiento porque no hemos estado en todo el día con ellos, los sobreprotegemos para compensar que en algún momento no hemos podido atenderlos y nos “desvivimos” porque creemos que es lo que se espera de nosotros y nosotras. Los péndulos que se mueven por el motor de la culpabilidad no ayudan a nuestros hijos.

Es lógico que nos sintamos culpables si gritamos a nuestros hijos, o que nos cuestionemos cómo mejorar nuestra labor educativa. Pero en este caso, se trata de una culpa que no nos hace perder el Norte y nos ayuda a ponernos en marcha, nos moviliza teniendo en cuenta el objetivo, que es educar mejor, educar, por ejemplo, a personas optimistas, con ganas de aprender y mejorar, respetuosas, empáticas, comprometidas, independientes. Ser padre y ser madre exige tomar muchas decisiones a lo largo del día y está claro que en algún momento nos equivocaremos, y que muchas de estas decisiones las cuestionaremos o nos las cuestionarán, pero no es positivo para nuestros hijos que solo la culpa, y no el objetivo que nos hemos planteado al educar a nuestros hijos, guíe nuestras decisiones y nuestras rectificaciones. Si  nuestro hijo nos pide una piruleta llorando, probablemente nos sentiremos culpables porque se la habíamos prometido o porque nos la pide porque el amiguito que está en el parque se está tomando una, o porque hemos llegado tarde a buscarlo y nos da pena, o porque nos sentimos observados y juzgados en el parque por el numerito. Pero quizá sería necesario preguntarse si nos parece que es nuestro objetivo enseñar a nuestro hijo a pedir las cosas berreando. Si nuestro hijo adolescente nos pide un teléfono móvil de malos modos porque todos sus amigos lo tienen, podemos escucharle y probablemente nos sintamos culpables. Pero quizá haría falta decidir si queremos que nuestro hijo aprenda que exigir las cosas es un buen camino para conseguirlas o que copiar a los demás es una buena guía en la vida.

Como nos decía también María Jesús Álava Reyes, “el sentimiento de culpa no te exime de la responsabilidad que tienes de la educación de tus hijos”. Quizá si nos dejáramos llevar por la inercia, nos guiaría muchas veces el sentimiento de culpa, porque suele ser muy fuerte. Pero tal vez sea bueno recordar que educar debería ser una actividad consciente guiada por un objetivo. Y el objetivo no puede ser obedecer a nuestro sentimiento de culpa, ¿verdad?


Imagen: Flachovatereza. Pixabay.

 

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