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Estas son las razones por las que deberíamos dejar de castigar a nuestros hijos

¿Podemos educar sin castigos? Os damos las claves para hacerlo

¿Es posible educar a nuestros hijos sin castigos? La respuesta es clara: sí. Sigue la creencia de que los castigos son necesarios para que los niños dejen de comportarse mal y así aprendan las consecuencias que tienen sus actos. Una educación sin castigos no significa no poner límites claros o dejar que ellos hagan lo que les dé la gana. Una educación sin castigos es respetuosa con ellos, no se basa en la amenaza y conseguimos que se responsabilicen de sus actos y de sus decisiones.

Os contamos algunas razones por las que debemos evitar castigar a nuestros hijos.

“Si no le castigo, le dejo que se salga con la suya”

Sí, es cierto que los castigos funcionan a corto plazo: nuestro hijo para de hacer la conducta pero el motivo por el que lo hace es por miedo a las represalias que conlleva el castigo. Nuestros hijos no absorben ningún aprendizaje educativo de los castigos. Es más, les hacen sentir mal y empeoran el vínculo con sus padres y madres. Los niños y niñas pueden dejar de sentir confianza en los adultos, así como pueden tener un efecto contrario y pueden experimentar rebeldía y querer ir en contra de nosotros. Si basamos la educación en los castigos, nuestros hijos no tendrán las herramientas para pensar en sus conductas y nuestro vínculo se verá mermado.

“¿Por qué para hacer que un niño se porte bien, primero hay que hacerle sentir mal?”, se pregunta Jane Nelsen, la fundadora de la Disciplina Positiva. Debemos dejar atrás el pensamiento de si no le castigo, no va a aprender y no me va a hacer nunca caso, porque para conseguir esto, podemos aplicar diferentes estrategias con ellos, las cuales veremos más adelante.

Los castigos son punitivos

Los castigos no son educativos, son meramente punitivos. Su objetivo es penalizar al niño, no hacerle ver que sus actos tienen consecuencias. Asimismo, cada vez que les castigamos y, por ejemplo, les mandamos a su cuarto para que piensen en lo que han hecho, les estamos negando que puedan explicarse ante nosotros y puedan rectificar su conducta.

Cuando castigamos a nuestros hijos no respetamos su desarrollo y su aprendizaje. Los niños están aprendiendo poco a poco las normas y los límites, no tienen la misma capacidad que nosotros para acatar las órdenes. Esto no significa que seamos firmes, pero los castigos no son la solución para que cambie su comportamiento. Así lo explica la pedagoga Maite Vallet en nuestro Curso ‘Castigos o consecuencias’: “Con el castigo se resalta el error, se agrede y se etiqueta. Le digo a mi hijo: “siempre te portas mal, eres un desordenado, mereces ser castigado”. Esto tiene una claro repercusión en el autoestima de los niños.

Los castigos son arbitrarios

“El castigo está en función del estado de ánimo de quien castiga”, explica Vallet. Con esto nos referimos a que solemos poner castigos más o menos grandes dependiendo de cuán enfadados o cansados estemos. Por ejemplo, si estamos muy enfadados y nuestro hijo no ha ordenado su habitación, seguramente no les permitamos salir a jugar durante un tiempo; si estamos de un humor normal, no le dejamos salir hasta que lo ordene; y si estamos de muy buen humor, no le decimos nada y dejamos que salga a jugar. Como podemos observar, la decisión que tomamos es arbitraria y depende nuestro estado de ánimo.

Los castigos son desproporcionados

Cuando se aplica un castigo, poco tiene que ver con el acto que ha realizado. “Si suspendes la asignatura, no te dejo que veas a tus amigos”. Como podemos comprobar, la acción suspender la asignatura poco tiene que ver con ver a sus amigos. Y, sin embargo, establecemos como consecuencia de suspender una asignatura no permitir que nuestro hijo esté con sus amigos. Pongamos otro ejemplo para que lo podamos ver más claro: Si a nuestra pareja la echan del trabajo, llega a casa y nosotros le decimos “estás castigado y no vas a salir de tu habitación hasta que encuentres trabajo” nos parecería una exageración y nunca lo haríamos. ¿A que ahora suena ilógico tanto privar a nuestro hijo de socializar por suspender como castigar a nuestra pareja por no tener trabajo? ¿Entonces por qué aplicamos los castigos a los niños?

Alternativas a los castigos

¿Qué alternativas tenemos si no queremos usar en la educación los castigos? Podemos optar por la búsqueda de soluciones o la aplicación de consecuencias.

Consecuencias naturales y lógicas

“La consecuencia está establecida, el castigo no. La consecuencia se relaciona con el comportamiento del niño o adolescente. Con las consecuencias, nuestro hijo sabe a qué atenerse”, señala Vallet. El objetivo de aplicar consecuencias ante sus actos no es hacerles sentir mal, ni imponer una pena desproporcionada e ilógica como hace el castigo, sino que el objetivo es hacerles entender poco a poco que sus actos siempre tienen consecuencias sobre los demás. Las consecuencias buscan un aprendizaje, los castigos son solo punitivos.

Las consecuencias pueden diferenciarse en naturales o en lógicas. Las naturales son aquellas que suceden por una causa-efecto natural. Por ejemplo, si nuestro hijo no hace los deberes, la consecuencia natural es que al día siguiente no los va a llevar hechos al cole. En las consecuencias lógicas intervenimos los padres para guiarles y ayudarles a reflexionar sobre sus actos. Para poder aplicarlas, deben cumplir estos puntos:

– Han de estar relacionadas con la conducta que queremos corregir.

– Tenemos que haberlas comentado y llegado a un acuerdo antes con el hijo.

– Han de ser respetuosas con ellos.

– Han de ser proporcionadas a la conducta que se quiere corregir.

Os dejamos este ejemplo sobre cómo aplicar una consecuencia lógica:

Pongamos en situación que nuestro hijo ha estado con los videojuegos más de la cuenta o se ha quedado viendo la tele más tiempo del que tiene establecido.

Para que esto no vuelva a suceder, debemos explicarles claramente cuál es el horario de uso de las pantallas y su tiempo máximo. Asimismo, podemos avisarles cuando faltan cinco minutos para que estén con preaviso y sepan que deben dejarlo. Y si se pasan de la hora, ahí sí que podemos decirles: confié en ti, tú me dijiste que lo ibas a apagar. Es decir, en ese momento les explicamos nuestra emoción de decepción al ver que ha traicionado nuestra confianza. En vez de aplicar un castigo y no permitirles tener la tablet al día siguiente, como consecuencia, les podemos señalar que tendrán la Tablet, pero a su tiempo habitual se les restará el tiempo que estuvieron jugando de más.

Búsqueda de soluciones

Por otra parte, siempre debemos optar por la búsqueda de soluciones, es decir, buscar la causa del problema de conducta e intentar solucionarlo. Debemos acercarnos a la raíz del problema más allá de aplicar consecuencias lógicas. ¿Por qué nuestro hijo tiene esa emoción? ¿Tiene sus necesidades cubiertas? ¿Por qué expresa su rabia, por ejemplo, contestándonos mal?

Centrarnos en las soluciones, tal y como dice Jane Nelsen, requiere que nos hagamos esta pregunta, a la que llamaremos la pregunta mágica: ¿cuál es el problema y cuál la solución? De esta forma, nos “estamos centrando en ayudar a nuestros hijos y a nuestra familia a resolver el problema y no en que tengan que pagar (a través de un castigo) por él”.

En esta búsqueda de soluciones, debemos involucrar a los niños, porque cuando “ellos se sienten escuchados, tenidos en cuenta, son más partidarios de cumplir las normas”.

Vamos a verlo con un ejemplo.

Nuestro hijo Unai siempre llega tarde a desayunar porque le cuesta mucho levantarse de la cama. Una consecuencia lógica es que se quede sin desayunar porque no le da tiempo a hacerlo. Pero ¿y si buscásemos entre todos una solución?

Por ejemplo:

  • Ponerle como despertador su canción favorita, así, al oírla, tendrá ganas de levantarse a bailarla.
  • Uno de sus hermanos podrá ir a su habitación a “sacarle” de la cama haciéndole cosquillas.

Como vemos, centrarnos en las soluciones es una forma útil de resolver los problemas que no hace sentir mal a nuestros hijos. Y que, además, les involucra en la toma de decisiones.

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