Familias rotas por una conversación

Le pedí, por favor, que volviera a hablar con su hermana con quien había discutido hace ya un par de años.

– Piensa en tu madre – le dije. – Piensa en lo que debe sufrir sabiendo que dos de sus hijos no se hablan, que han roto sus relaciones de por vida.

– Ella está bien – me dijo, sin darle importancia a mi petición.

– Eso es lo que tú te crees. Tu madre es inteligente y no quiere añadir más problemas al problema que entre los dos habéis creado. Te pido, por favor que, aunque no te apetezca, lo hagas por ella – le imploré.

– Agradezco tu insistencia, sé que lo haces por nuestro bien. Pero no es posible. Mi hermana y yo nos dijimos cosas que hace que la relación sea irrecuperable.

Esta conversación es real, casi literal. La recuerdo como si hubiera sido ayer, a pesar de haber sucedido hace más de diez años. La persona con la que yo mantenía esa conversación es alguien muy cercano, nos conocemos de toda la vida. La madre a la que me refería falleció sin poder volver a disfrutar de una reunión con toda su familia junta.

Unas semanas después de que mi padre falleciera, mi madre y yo acudimos al despacho del abogado que llevaba los asuntos de la herencia. Me pidió que esperara mientras hablaba en privado con mi madre. Dos minutos después me invitó a entrar. Quería cerciorarse que mi madre podía confiar en mí, que yo me portaba como se espera que un hijo se porte con su madre: con amor, con lealtad.

En mi círculo estrecho de amigos hay unos cuantos que han dejado de hablar con alguno de sus hermanos, hijos que reniegan de sus padres, tíos que han dejado por dinero en la cuneta a sus sobrinos, cuñados que han hecho que su pareja dejase de hablar con sus familias.

En muchos de los casos las familias se rompieron por una conversación. Por un “algo” que se dijo y que la memoria es ahora incapaz de borrar.

Durante un tiempo un buen amigo vivió atemorizado porque dos de sus hijos no se hablaban entre sí o si lo hacían era para hablarse mal. Mi amigo les hizo saber de su dolor y sobre todo de su preocupación. ¿Qué iba ser de la familia cuando los padres faltaran? ¿Iban a seguir discutiendo? ¿Seguirían siendo personas incapaces de quererse? ¿Se pelearían por asuntos de dinero? Supongo que el tiempo y los discursos educativos hicieron que la situación volviera a la normalidad y hoy viven con la tranquilidad de saber que cualquiera de los hermanos acudiría incondicionalmente en auxilio de los otros. Que el amor y la lealtad fraternal existen. Eso sí, a pesar de las peleas, nunca hubo una conversación tan horrible que no se pudiera olvidar.

Creo que debemos hacerle saber a nuestros hijos sobre el peligro de las palabras:

Hay algo en las palabras que, ya de por sí, entraña un riesgo, una amenaza, y no es verdad que el viento se las lleve tan fácilmente. No es verdad.

Luis Landero.

Que cuidar las palabras depende solo de nosotros. Creo que debemos enseñarles y enseñarnos que más vale acabar mucho antes con una conversación que con una amistad.

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Leo Farache

Nacido en Madrid, de la añada del 63. Su vida profesional ha estado ligada al mundo de la comunicación, gestión, marketing. Ha dirigido algunas empresas y escrito tres libros (“Los diez pecados capitales del jefe”, “Gestionando adolescentes”, “El arte de comunicar”). Ha ejercido de profesor – “una profesión que nos tenemos que tomar todos más en serio” – en la Universidad Carlos III, UAM y ESAN (Lima) en otras instituciones educativas. Es padre de tres hijos y ha encontrado en la educación su elemento. Fundó en 2014 la empresa Educar es todo desde donde opera esta iniciativa cuyo objetivo es ofrecer ideas e inspiración educativa a madres y padres que quieren saber más para educar mejor.

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