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Frases prohibidas: “No hay quien te aguante”

Hoy hablamos de una frase desahogo que puede herir y encima es una gran mentira, porque nosotros sí les queremos, les aguantamos y les apoyamos.

¿Quién no ha dicho esta frase o ha estado a punto de decirla cuando se ha visto desbordado? Sin ánimo de alimentar la culpabilidad, exploramos cómo se puede sentir nuestro hijo o nuestra hija y qué posibles alternativas podemos encontrar.

Isabel y Marcos tienen un hijo, Luis, en plena adolescencia. Como decía en su ponencia en Barcelona Eva Bach, los padres sienten que “yo antes tenía un osito de peluche y ahora tengo un cactus”. De niño dulce, Luis se ha convertido en un adolescente contestatario, que se opone a todo y sus padres sienten que las tardes con él son una auténtica pelea. Un día, al llegar del trabajo, Isabel se encuentra a Luis, de 15 años, absorto ante el ordenador, mientras la cocina está sucísima (y eso que Luis solo ha tenido que calentar la comida que sus padres le preparan), los zapatos, la mochila y el abrigo del chaval están tirados por el suelo… Isabel no quiere empezar mal la tarde, de modo que le saluda de un modo alegre y cariñoso a Luis, que ni levanta los ojos del ordenador ni devuelve el saludo. Isabel le vuelve a saludar, con la voz más alta, y a la tercera vez opta por apagar el ordenador. Su hijo enfurece:

– ¿Por qué me has apagado el ordenador? ¿Es que no puedo hacer lo que quiera? ¿Por qué siempre estáis en mi contra? ¡Estoy harto!

Isabel, a su vez, se pone furiosa: llega a casa con ganas de intentar pasar una tarde tranquila con su hijo y se lo encuentra todo patas arriba y el chico ni saluda. ¿Qué es eso de hacer lo que quiera? Le da miedo que su hijo, que de niño ha sido muy tierno y dócil, se esté convirtiendo en un tirano. Y eso no lo piensa consentir. De modo que responde con un tono de voz alto, persiguiendo a su hijo mientras este se dirige a su cuarto y da un sonoro portazo.

– Te llevo saludando tres veces y no haces ni caso. Tienes todo patas arriba. Te hemos dicho miles de veces que antes de jugar al ordenador debes recoger las cosas del instituto y la cocina. No es mucho pedir. Y encima exiges que te dejemos hacer lo que te dé la gana. Quería pasar una tarde agradable contigo pero es imposible. ¡No hay quien te aguante!

Luis no ha escuchado todo el discurso de su madre porque, la verdad, le aburre soberanamente cuando se pone en este plan. Pero, desde luego, ha escuchado el grito final, eso de “¡No hay quien te aguante!”. Y debe de confesar que es cierto, porque de un tiempo a esta parte, con tanto cambio hormonal, físico y tanta crisis existencial, no se aguanta ni él. Sintiéndose muy perdido, Luis se tumba en su cama mirando el techo y tratando de reprimir el llanto, lleno de furia y de una profunda tristeza.

 ¿Cómo te sentirías si te lo dijeran a ti?

Imagina que estás pasando por un momento muy convulso en tu vida. Por poner un ejemplo, tienes mucho estrés en el trabajo, te han asignado un jefe nuevo demasiado exigente, que además no sabe motivar bien al equipo y sientes que te está “destrozando la moral”. Cuando llegas a casa, con un agotamiento tremendo, eres incapaz de hacer otra cosa que no sea tirarte en el sofá. Tu pareja no entiende bien la situación y te reprocha que no hagas nada en casa y que no te apetezca hablar. No os habéis sentado a hablar de cómo te sientes, de qué es lo que ha ocurrido y a ti te da la impresión de que en realidad eso preocupa poco. La situación se cronifica y tu pareja te suelta eso de: “No hay quien te aguante”.  ¿Cómo te sentirías?

Quizá pensarías que habría estado bien que tu pareja te explicara, hablando con asertividad, hablando en primera persona (“Yo creo que…”, “Yo siento que….”, “Yo necesito que…”) , de cómo se siente con esta situación insoportable en lugar de reprocharte nada (“Es que tú…”). Tal vez te habría gustado más que te preguntara por qué te sientes así y qué te pasa, en lugar de sólo preocuparse por cómo está la casa o la apatía que transmites. Quizá, por otro lado, pensaras que tu pareja tiene razón, porque tampoco tú te aguantas, pero eso no haría más que empeorar la situación. Quizá te gustaría sentir el apoyo de tu pareja, ahora, cuando más lo necesitas (como recuerda este vídeo de Hirukide), para salir de esa apatía y poder contar todo lo que sufres en el trabajo.

¿No te gustaría que tus hijos se sintieran apoyados, queridos, aun cuando menos lo merecen? Porque en el fondo, eso de que “No hay quien te aguante” es mentira. Ahí estamos los padres y las madres, para quererlos, aguantarlos, guiarlos, acompañarlos y apoyarlos. No dejemos que un desahogo semejante dañe la autoestima de nuestros hijos, cuando más necesitan que reforcemos esa autoestima. Decirles: “No me gusta esta actitud y necesito que cambiemos algunas cosas que suponen un problema para mí” es mucho mejor que “No hay quien te aguante”, porque no daña a la persona a la que se lo decimos y nos pone en marcha para buscar soluciones. Con “No hay quien te aguante” no hay salida posible.


Imagen: bngdesigns/Pixabay

 

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