Justicia para Samuel y educación para acabar con el odio

Querida persona que está leyendo esto,

Escribo esta carta buscando el desahogo, aunque con pocas esperanzas de que suceda. La escribo desde el dolor, desde la incomprensión, la rabia. Y lo hago porque desde que conocí la noticia de la muerte de Samuel, el joven de 24 años asesinado el pasado sábado, no puedo dejar de darle vueltas.

Cierro los ojos y puedo verle. Sé que es fruto de mi imaginación, que mi cabeza intenta reconstruir cómo sucedió todo para buscarle una explicación… sin éxito. Sus ojos están cerrados con fuerza y solo puede desear que todo acabe ya, dejar de sentir los golpes que le están propiciando con crueldad y sin oportunidad alguna de reaccionar. Una de las últimas palabras que escucha antes de perder la conciencia retumba tan fuerte que yo no puedo dejar de oírla: “Maricón”.

De pronto, otro pensamiento viaja rápido desde mi cabeza hasta la boca de mi estómago: sus padres. No logro imaginar dolor más fuerte que el de un padre o una madre a quien le han arrebatado a su hijo. Y otro: sus amigas, las que fueron testigo de la paliza, pienso en cómo estarán gestionando esta situación tan complicada e injusta, una situación que nunca debieron haber vivido.

Todos estos pensamientos se me acumulan y me empujan a reflexionar sobre cómo hemos llegado hasta aquí, sobre qué conduce a una persona (en este caso, a un grupo de personas) a golpear hasta la muerte a alguien, sin ni siquiera conocerle.

Dijo Nelson Mandela que “nadie nace odiando a otra persona. La gente aprende a odiar, y si los hombres y mujeres pueden aprender a odiar, también pueden aprender a amar”. Y no puedo evitar preguntarme cómo este grupo de personas ha podido cosechar tanto odio.

Veo en redes sociales el debate sobre si fue o no un delito homófobo, y pienso que existe poca cabida para el debate en lo que respecta a algunos aspectos de la información que tenemos hasta el momento: si bien los investigadores del caso deberán determinar si el crimen fue o no propiciado por la condición sexual de Samuel, los testigos relatan claramente que una de las palabras referidas durante la paliza fue la de “maricón”. Todavía se desconoce si los agresores conocían o no que Samuel era homosexual, pero lo que está claro es que usaron este calificativo desde el odio visceral que te lleva a acabar con la vida de alguien a base de golpes. Y eso no podemos perderlo de vista. Como bien rezaba una de las tantas pancartas vistas en las manifestaciones que reclamaban justicia para Samuel: “Lo que te llaman mientras te matan importa”.

De la misma forma, tampoco podemos perder de vista la escalada de agresiones a personas pertenecientes al colectivo LGTBI en los últimos meses. Por todo esto, y entre tantos pensamientos y preguntas por responder, retomo esta carta con el objetivo de pedir justicia para Samuel, y educación para que no vuelva a ocurrir.

No basta con desear una sociedad igualitaria y justa, sino que tenemos que ponernos a construirla, y esto pasa por la educación que damos en las casas y en las escuelas.

Eduquemos para que sea impensable que un grupo de jóvenes acabe con la vida de una persona a golpes, para que nadie reciba un solo insulto, burla o discriminación por su condición sexual, ni por ningún otro motivo basado en el odio.

“Maricón no debería ser lo último que escuchas antes de morir”.

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Marina Borràs

Cuando era pequeña me sentaba a diez centímetros de la televisión para ver las noticias todas las mañanas antes de ir al cole. Cuando crecí un poco, se dieron cuenta de que la razón por la que me acercaba tanto al televisor era porque necesitaba gafas, aunque yo prefiero pensar que por aquel entonces ya había encontrado mi pasión: de mayor quería ser periodista. Y así fue. Estudié periodismo y comunicación política, y sigo formándome en los temas que me apasionan: educación, igualdad de género y nuevas tecnologías.

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