Este pensamiento convertido en artículo ha nacido de una conversación con mi hija Blanca, de 22 años. Critiqué a una persona por su falta de educación, por su poca sensibilidad con el prójimo. Mi hija me miró con la paciencia y serenidad del sabio y me dijo: “No es que no quiera, es que no sabe”.
Te propongo pensar en actitudes que das por supuestas y consideras que todo el mundo debería saber.
Quizás consideras que todo el mundo debe saber que no se escupe por la calle, que no se tiran las cosas a la acera -que para eso hay papeleras- , que debe ayudar al inválido, respetar a nuestros mayores, saludar al vecino; “quien no sepa cualquiera de esas cosas tan elementales, ¡es que no está en el mundo!”, te dan ganas de exclamar.
En muchos casos, las personas actuamos de forma inapropiada no porque no queramos, sino porque no sabemos. El saber que te propongo es un saber que es algo más que tener conciencia o conocimiento de un asunto determinado. Es el saber educativo, aquel que te permite haber interiorizado unos comportamientos, actitudes, valores, aquellos que cada uno hemos incorporado en nuestra mochila gracias a la educación.
La (buena) educación hace que en tu mente (y en tus actos) se hagan inviables comportamientos tan dispares como dejar sin recoger unas latas de cerveza en un parque, aceptar dinero de forma irregular como trato de favor a alguien, colarse para recibir la vacuna antes que otras personas… Por eso, todos deberíamos saber que en la (buena) educación está el verdadero progreso de la humanidad, en ella encontraremos solución a todos los problemas importantes, y así conseguir que nuestros grandes retos como sociedad sean abordados con la garantía de ser resueltos.
Ponemos, en cambio, el énfasis en la mala voluntad del ser humano al que describimos de una condición reprobable, muy defectuosa: codicioso, envidioso, competitivo, injusto, egoísta… en vez de poner el foco en la potencialidad del ser humano, capaz de todo lo mejor y, por supuesto, más que capaz de lograr la “hazaña” de ser respetuoso, justo, honrado, compasivo, cooperativo.
Es un bello objetivo conseguir que nuestros hijos mejoren el mundo, sentirnos felices, orgullosos de sus actos. La (buena) educación -de la que somos responsables- debe darnos la seguridad y tranquilidad que ofrece que nuestros hijos hayan interiorizado que en su vida no caben determinadas acciones que nos hacen indudablemente peores como sociedad.
Gracias por tu pensamiento, Blanca. Te quiero.