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Ojalá el castigo no fuera una herramienta educativa para la sociedad

Nos gustaría que el castigo no fuera una herramienta educativa, ni en casa, ni en la sociedad. Ni que fuera necesario encarcelar a los evasores de impuestos o corruptos porque no los hubiera. Que tampoco fuera necesario multar a los que hablan por teléfono en el coche poniendo en peligro a los demás porque nadie lo hiciera. O que tampoco tuviéramos que prohibir la entrada a un estadio a una persona que profiere gritos racistas porque nadie está tan loco como para odiar a quien es diferente a ti. Pero, desafortunadamente, la utilización de la prisión, de las multas o prohibiciones se hacen necesarias para disuadir y corregir actos que la educación no ha sido capaz de evitar.

En este contexto, damos la bienvenida y agradecemos la iniciativa del Ayuntamiento de Zaragoza, que castiga el comportamiento indeseable de escupir y tirar colillas en la calle, un hábito muy extendido en algunas ciudades. Por ejemplo, Madrid -la ciudad en la que vivo- se ha convertido en una gigantesca piscina de escupitajos y en un imaginario cenicero donde personas de toda edad, clase social, género y apariencia se dedican a escupir y tirar sus colillas.

La calle también es mía, y la quiero limpia

Como padre, consideraría un fracaso mayúsculo y estrepitoso que alguno de mis hijos escupiera en la calle y si fumaran tiraran la colilla en la acera. Observo con sorpresa que hay muchos jóvenes que no consideran que estos actos sean deplorables porque los practican sin pudor, incluso delante de sus parejas, a las que no acabo de entender qué tipo de atractivo ven en que sus novios (los chicos escupen más que las chicas, aunque cada vez hay más chicas que también lo hacen) protagonicen actos de ese tipo. Imagino que si esos jóvenes creen que escupir y tirar las colillas a la calle es normal es porque sus padres no les han hecho ver lo contrario. Preferiría que mi hijo suspendiera en el cole a que fuera un ciudadano insolidario e indecente. Y me cuesta entender que un padre o una madre no tenga en la lista principal de sus propósitos educativos que sus hijos sepan comportarse en los espacios públicos.

Lamentablemente, son muchísimos los adultos a los que los jóvenes pueden imitar. Está muy generalizado el hábito de tirar las colillas a la calle y algo menos extendido el de escupir.  Me da especial rabia aquellas personas que a través de sus vestimentas pretenden trasladarnos un cierto aire de respetabilidad, una supuesta distinción que desprecio con gran enfado porque la calle también es mía, y la quiero limpia.

Ojalá que el ejemplo del Ayuntamiento de Zaragoza se replique en muchas otras ciudades y los escupitajos acaben en un pañuelo y las colillas en un cenicero. Te animamos a que se lo pidas a tu alcalde o alcaldesa.

Y en Madrid, José Luis Martínez-Almeida y Begoña Villacís, ¿es posible?

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Leo Farache

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