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Padres exigentes: así afectan a los niños

Una excesiva exigencia en nuestros hijos puede repercutir en su autoestima y en su percepción sobre sus capacidades

“¡Tienes que sacar mejores notas!” “No puedes irte de excursión porque no has hecho lo que esperábamos de ti” “No nos basta solo con un 7”. Estas frases reflejan un estilo educativo basado en la exigencia y en la presión a los niños y niñas. Estas máximas no solo se repiten en el ámbito académico de nuestros hijos, sino también en actividades de ocio, en el cumplimiento de los horarios o en cuanto al carácter y personalidad del hijo o hija.

Puede que creamos que ser un padre o una madre exigente puede venir bien a nuestros hijos para que se esfuercen y en un futuro tengan éxito. Sin embargo, la presión de la exigencia puede ser contraproducente y generar más consecuencias negativas que positivas.

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Consecuencias de ser demasiado exigente con nuestros hijos

La psicóloga Begoña Ibarrola señala que esta exigencia merma la autoestima de los hijos. “La confianza en uno mismo es fruto del convencimiento de que se tiene capacidad suficiente para resolver con éxito diferentes situaciones y que se puede ofrecer algo valioso a los demás. Depende de cómo respondan los adultos que le rodean, un niño o niña crecerá con una sensación de confianza en sus capacidades o, por el contrario, con una sensación de impotencia que se suele traducir en una necesidad de que los adultos le hagan todo en todo momento”, apunta la psicóloga.

Si exigimos ciertos logros a nuestros hijos y solo nos alegramos cuando los consiguen, solo se sentirán bien cuando cumplan ese objetivo y, por el contrario, no se sentirán lo suficientemente válidos cuando no lo hagan y creerán que están decepcionando a sus progenitores.

Pero esta exigencia no solo daña a la autoestima de nuestros hijos, sino que también mermará el vínculo y la conexión que tenemos con ellos. Además, algunas veces, esta exigencia viene acompañada de castigos o amenazas si no consiguen el logro. Con esta presión y el castigo, nuestros hijos tendrán cada vez más miedo de hacerlo mal, y tendrán miedo a las represalias que puede haber si no llegan a la exigencia que les piden sus padres.

¿Qué podemos hacer para no ser tan exigentes con los hijos?

Se puede dejar de ser exigente con nuestros hijos, pero para ello debemos trabajar en nosotros mismos:

Revisar nuestro estilo educativo

Es vital que nos demos cuenta de la exigencia que estamos poniendo sobre nuestros hijos y revisemos el estilo educativo que les estamos proporcionando. ¿Por qué somos tan exigentes? ¿Ponemos límites sin hablarlos con nuestros hijos? ¿Quiero que mi hijo crezca con esta presión sobre sus hombros? ¿Controlamos toda conducta de nuestro hijo y si no hace lo que queremos le castigamos? Revisar nuestro estilo educativo autoritario es esencial para poder cambiarlo.

Dejar de proyectar nuestros deseos frustrados en ellos

Muchas veces exigimos a nuestros hijos conseguir aquellos logros que nosotros no llegamos a cumplir. “Quiero que sea el pianista que yo no pude ser”. Para transmitirles una buena autoestima, la psicóloga Begoña Ibarrola hace hincapié en que no debemos transmitirles nuestros deseos y proyecciones, sino que debemos acompañarles en sus decisiones. “Ayudarles a sentirse capaces de ir construyendo su propio mundo, porque ahí está la base de la autoaceptación: sentirnos dueños de nuestras decisiones y de sus consecuencias”, señala. Debemos dejar que ellos mismos escojan su propio camino. Os damos estas claves para llevarlo a cabo:

  • Destierra las etiquetas: Dejemos de etiquetar a nuestros hijos y de proyectarles que solo serán buenos si son exitosos. “Una vez etiquetamos a una persona, esta tiende a comportarse de acuerdo con la etiqueta que le hemos puesto, lo cual acaba condicionando sus oportunidades y su desarrollo”, nos cuenta el psicólogo Alberto Soler.
  • Valora el esfuerzo: Siempre nos fijamos más en el resultado de las notas y no tanto en el esfuerzo que han hecho nuestros hijos.
  • Acompaña a tu hijo en la toma de sus propias decisiones. Por ejemplo, cuando son pequeños podemos dejarles que escojan las extraescolares a las que quieren asistir y cuando van creciendo debemos dejar que ellos mismos escojan su futuro escolar y profesional.
  • Trabaja en ti mismo. La frustración que sentimos al ver que nuestros hijos no siguen el camino que habíamos pensado no es un fallo de ellos, sino que se trata de una emoción que debemos aprender a gestionar nosotros mismos. Cuidarse también es sanar estos deseos frustrados que llevamos cargando toda nuestra vida.
  • Dejar atrás las expectativas: Deben ser ellos mismos los que van escogiendo su camino, aunque tengan muchos errores y fracasos. Así nos lo contaba la psicóloga Patricia Ramírez en nuestro último evento: “Cuando tus hijos salgan a jugar el partido de su vida, de qué los quieres ¿de suplentes o de titulares? Yo a mis hijos los quiero de titulares, pero no de titulares para que protagonicen y tengan el ascenso y sean más competitivos, en absoluto. Esa no es mi escala de valores. Los quiero de protagonistas para que puedan elegir la vida que ellos crean que tiene sentido con sus fracasos, muchos, y sus pocos aciertos. Pero una vida que realmente valga la pena vivirse”.

Fijarnos más en lo que hace bien y no en lo que hace mal

¿Cuántas veces, cuando estamos delante de un niño que está haciendo algo o aprendiendo a hacer algo, nos fijamos más en lo que hace mal que en lo que hace bien? Intentemos valorar mucho más lo que hacen bien, pues esto hará que se sientan motivados y que quieran seguir aprendiendo.

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