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Por qué es mejor alentar que elogiar o premiar a nuestros hijos

Para conseguir que nuestros hijos repitan conductas que consideramos positivas, en ocasiones, recurrimos a los elogios y a los premios. La Disciplina Positiva nos advierte de las consecuencias y nos invita a alentar en lugar de elogiar o premiar

El psicólogo y autor del libro ‘Children: The Callenge’, solía decir que “Los niños necesitan que se les motive, igual que las plantas necesitan que se las riegue”. Pero ¿cómo debe ser esa motivación?

Cuando los niños hacen algo que esperamos, que cumple nuestras expectativas y que nos hace sentir orgullosos, intentamos motivarles para que esto se repita, sin embargo, es importante que prestemos atención a la forma en la que lo hacemos.

Una forma común de hacerlo es recurriendo a elogios o a premios. En cambio, la Disciplina Positiva nos invita a desterrar los elogios y los premios (por sus consecuencias negativas a largo plazo) y recurrir al aliento.

Diferencia entre alentar y elogiar

Alentar a un niño no es lo mismo que elogiar a un niño. Sin embargo, confundimos ambos conceptos. Vamos a diferenciarlos.

Elogiar

El elogio alaba cualidades, y/o méritos. Se dirige a quién hace y valora lo que está terminado y está bien hecho (siempre según nuestra expectativa).

El efecto a largo plazo que conseguiremos a través del elogio a nuestros hijos será el de una cierta dependencia de los demás, es decir, para que nuestro niño logre sentirse valioso necesitará siempre que los demás le aprueben. Y el día que no reciba aprobación, se cuestionará su propio valor.

Alentar

Sin embargo, el aliento trata de inspirar y de animar, trata de valorar el esfuerzo y de dar vigor a algo a alguien. Se dirige al hecho y reconoce el progreso. El efecto que estamos consiguiendo a largo plazo al alentar a los niños será el de una personalidad con mucha autoconfianza y autosuficiencia. No necesitarán de los demás para motivarse, sino que la motivación será totalmente intrínseca. Se sentirán animados a hacer más y mejor por ellos mismos.

Ejemplo de elogios y ejemplos de alientos

Muchas veces, para ver la diferencia entre dos conceptos, a priori similares, es útil poner ejemplos. Allá vamos.

Nuestro hijo llega a casa con un sobresaliente en matemáticas. Nosotros, que queremos que siga por ese camino, tratamos de motivarle.

  • Desde el elogio: “Qué listo eres, cariño”. “Qué orgulloso estoy de ti, si es que eres un genio”.

Como se ve, en este caso, valoramos el resultado más que el esfuerzo. Y le decimos que nosotros estamos muy orgullosos de él (valoración externa).

  • Desde el aliento: “Te has esforzado mucho, realmente te mereces ese sobresaliente”. “Estoy segura de que te sientes muy orgulloso de lo conseguido”.

En este caso, valoramos el esfuerzo más que el resultado. Y le decimos que debe estar muy orgulloso (valoración interna).

¿Qué ocurre si, en lugar de un sobresaliente, nuestro hijo ha sacado un 2 y ha suspendido?

La forma de alentarle sería: “Sé que has hecho todo lo que has podido. ¿Quieres que veamos qué ha podido fallar y cómo resolverlo?”. “Se te da muy bien resolver problemas, estoy seguro de que esto podrás resolverlo”. “Te quiero igualmente”.

Esta última frase es muy importante. Deja claro a nuestro hijo que él no es sus notas, que le queremos independientemente de sus resultados y, por tanto, no vamos a dejar de hacerlo si suspende.

¿Qué pasa con los premios?

Con los premios sucede algo similar a lo que ocurre con los elogios. Enseñan a los niños a depender de las valoraciones externas (de los demás), en lugar de fiarse de su valoración interna y de sus capacidades de autoevaluación.

“Si los niños reciben premios y elogios con regularidad, acaban creyendo que lo hacen bien solo cuando los demás les dicen que lo hacen bien. También se les enseña a evitar los errores, en lugar de aprender de ellos. El motivo es que evitan enfrentarse a retos para evitar “fracasar” y “fallar” a los demás. Por el contrario, el aliento les enseña a creer en ellos y sus capacidades”, nos dice Jane Nelsen en su libro ‘Disciplina Positiva de la A a la Z’.

Además, si aprenden a hacer las cosas “bien” solo a cambio de recibir un premio, cuando no haya recompensa, no se esforzarán.

En este sentido se expresa el docente y fundador del proyecto aprenderaeducar.org Francisco Castaño. “A un niño al que se le ha motivado con premios desde pequeño, no debería sorprendernos que un día, cuando le pidamos que vaya a por el pan, nos pregunte qué que le damos a cambio”.

El experimento del puzle

Hace algunos años, se llevó a cabo un experimento educativo por parte de la psicóloga de la universidad de Standford Carol Dweck. Hablamos del experimento del puzle. Un experimento que viene a demostrar que el elogio tiene consecuencias negativas para la personalidad de nuestros hijos, no así el aliento.

Bien, el experimento fue realizado con 400 estudiantes. A todos ellos se les dio un puzle. Cuando lo terminaron, a la mitad de ellos se les alabó por su inteligencia («¡Qué listo eres!») y a la otra mitad por su esfuerzo («Has trabajado muy duro y te has esforzado»). Después, se les pidió elegir un segundo test entre dos opciones: uno de ellos era parecido al primero y no les costaría demasiado y el otro era algo más complicado pero sería una gran oportunidad para aprender más. ¿Adivináis qué opción eligió el 67% de los chicos alabados por su inteligencia? La opción más fácil. Sin embargo, el 92% de los que fueron elogiados por su esfuerzo eligió la opción que suponía un reto. La autora del estudio, Carol Dweck, lo explica así: estos chicos alabados por su inteligencia pensarían: «Oh, piensan que soy brillante. Por eso me admiran y valoran. Más vale que no haga nada que ponga en peligro esta evaluación«, es decir: eligen la opción fácil porque les permite obtener un buen resultado y seguir siendo considerado inteligente, lo cual limita el crecimiento de sus talentos. Sin embargo, los chicos cuyo esfuerzo se reconoció entendían que lo importante era «el proceso de crecimiento».

Como señala Matthew Syed en BBC, “este estudio revela un punto de vista radicalmente nuevo sobre cómo implicamos a nuestros hijos -deberíamos alabar el esfuerzo, nunca el talento, que tendríamos que enseñar a nuestros hijos a ver los retos como oportunidades de aprendizaje en lugar de verlos como amenazas y que deberíamos enfatizar cómo las habilidades pueden transformarse”.

Claves para cambiar el elogio y los premios por el aliento

Si quieres aplicar este cambio radical en tu día a día, te damos algunas claves:

  1. Evitar obsesionarse por el resultado y poner el foco en la actitud, el interés y el esfuerzo de nuestros hijos al realizar alguna tarea o afrontar algún reto.
  2. Resistirse a poner etiquetas que, aunque nos parezcan muy positivas, puedan limitar el interés de nuestros hijos por afrontar nuevos retos. Ya hemos leído que los estudiantes alabados por su inteligencia no querían perder su estatus y por tanto evitaban afrontar retos más complicados.
  3. Transmitir el gusto por esforzarse y hacer las cosas con ganas e interés y ser ejemplo en este sentido.
  4. En esta nueva perspectiva, el error no es un fracaso, sino una oportunidad para poner a prueba nuestro esfuerzo y ejercitar nuestras habilidades e inteligencia.
  5. Ser ejemplo de esfuerzo. Contarles a nuestros hijos lo que nos han costado algunos de nuestros logros, mostrar que no nos rendimos aunque nos cueste.

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María Dotor

María Dotor

Periodista especializada en educación y crianza
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