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Resiliencia y niños: 6 aspectos a tener en cuenta durante el confinamiento

¿Qué es la resiliencia?

La palabra resiliencia proviene del latín resilio y quiere decir “rebotar” o “reanimarse”. Cuando hablamos de resiliencia, nos referimos a la capacidad que tenemos todas las personas de superar situaciones críticas que ponen a prueba nuestras habilidades, junto con la posibilidad de reconstruirnos y salir beneficiados del proceso.

Necesitamos, por tanto, dos factores: resistencia y capacidad de reconstrucción, son los dos ingredientes principales de la resiliencia junto con la adaptación. Si pensamos en alguien con una gran capacidad de adaptación (al menos una vez pasado el shock inicial que acompaña a los cambios) y con un potencial de aprendizaje muy elevado… ¿quién se nos viene a la cabeza? Exacto, los niños y niñas. Si a esto le añadimos el mecanismo de normalización que poseen, esto es, cuando las cosas y situaciones se les explican de manera adecuada a su edad (ajustando lenguaje y ejemplos), lo integran como parte de su vida y siguen adelante.

Pese a esta buena capacidad, no está de más que los adultos les ayudemos a afrontar mejor las situaciones de cambio, sobre todo los cambios radicales y extremos (separaciones de padres, cambio de vivienda, fallecimiento de un ser querido…), siempre teniendo en cuenta las características individuales de cada niño.

La situación actual de confinamiento entra dentro de lo que entendemos por crisis, situaciones sobrevenidas que alteran el ritmo habitual de nuestras vidas, por lo que es un momento en el que debemos desplegar todas nuestras armas como padres, y también educadores, y ayudarles a incrementar su resiliencia.

La resiliencia está construida por varios factores: las interacciones de los niños con el entorno, la familia, el ámbito social, la escuela, factores socioculturales… Uno de ellos, concretamente el relacional (roles, relaciones sociales y familiares), es donde podemos influir en mejorar esta capacidad en los más pequeños.

¿Qué pueden hacer los padres, madres y educadores?

1. Ser modelos “emocionalmente inteligentes”

Lo propongo como primera medida ya que el aprendizaje por observación es fundamental en las primeras etapas del desarrollo, cuando vamos todo a través de un cerebro puramente emocional. Desde los dos años aproximadamente, los niños comienzan a desarrollar el juego simbólico, esto es, imitar a otras personas que no están presentes en ese momento. Jugar a los médicos curando a sus muñecos, ser profesor y enseñar canciones a los peluches, jugar a trabajar como mamá con un portátil… Todo esto lo aprenden viendo a los mayores que les que les rodean y es una manera muy efectiva de comprender el entorno en el que se desarrollan.

Por lo tanto, como adultos de referencia, es importante que, sobre todo en situaciones de gran impacto emocional, tengamos una buena gestión de nuestras emociones y reacciones, así ellos tendrán un buen modelo en el que fijarse. Este aprendizaje no discrimina, si gestionamos mal la situación y nos descontrolamos, ellos lo asimilarán y reproducirán después.

Como propuesta para mejorar la inteligencia emocional de los pequeños: ser conscientes, transmitirles todas nuestras emociones y gestionarlas de manera adecuada, esto es, evitando acumular las emociones menos beneficiosas y que se desborden en el momento más inoportuno. Mejor ir soltando poco a poco que no todo de golpe cuando no podemos más.

2. Relaciones sociales

Dice Luthar que la competencia social es uno de los aspectos más importantes en las personas con una buena resiliencia, les permite relacionarse de manera positiva y eficaz con los demás, lo que mejora su autoestima y bienestar. Por todo ello, es importante que los niños y niñas mantengan las relaciones con los demás en tiempos de confinamiento, tanto familia como amigos y compañeros de colegio. Hablar por teléfono, mejor si podemos vernos a través de las pantallas para no perder la comunicación no verbal y estar en contacto todo lo que podamos.

3. Relaciones familiares

Dar lugar a una comunicación abierta y sencilla en un ambiente de comprensión mutua. Esto es, que los niños puedan expresarse a todos los niveles, también y más en tiempos de crisis, emocionalmente. La comunicación es una herramienta esencial para el ser humano, para relacionarnos con los demás, aprender y conocer. Estar disponibles emocionalmente para nuestros hijos o alumnos, es fundamental. Que puedan expresarnos sus miedos, inquietudes, tantas preguntas que a estas edades se acumulan en su cabeza por ese deseo de conocer y explorar. La narrativa es básica para elaborar situaciones complicadas, narrar la historia de lo que ha pasado para comprender cada parte e integrarla.

Además es un paso necesario para desarrollar la empatía, para entender a los demás primero, tengo que entenderme a mí mismo. Algo tan sencillo como preguntar al final del día cómo lo han pasado, expresar nuestros sentimientos o, en los momentos de descontrol emocional que aparezcan, legitimar esas emociones (rabia, miedo, tristeza…) y que se sientan comprendidos, pueden ser pasos a seguir para mejorar la comunicación. Y por supuesto, mucha escucha activa.

4. Desarrollo de la autonomía

Permitirles tiempo a solas, además de que hagan tareas por su cuenta y cosas por y para sí mismos. Hacerles partícipes de la nueva rutina que hemos creado, preguntando qué quieren para comer, o invitándoles a que propongan juegos y tareas. En “clase”, dentro de lo posible, intentar promover la aportación de ideas y temas de interés para estudiar. Todos los profesionales que trabajamos con niños hacemos mucho hincapié en la importancia de generar unos nuevos hábitos, adaptados a las circunstancias exteriores (confinamiento), pero también realistas con nuestras posibilidades.

Pretender que los niños estén en casa determinadas horas como si estuvieran en clase, callados, concentrados, haciendo sus tareas… es poco realista. Será más efectivo proponernos pautas flexibles y adecuadas al momento, pero los horarios son, ahora más que nunca, muy importantes para no dejarnos llevar por el caos.

5. Emociones positivas:

Estudios del 11-S determinaron que las personas con mejor capacidad de ajustarse al cambio que supusieron los atentados, eran las que más experiencias de emociones positivas habían tenido (Fredrickson y Tugade, 2003). Es bastante probable que, al ser el confinamiento una situación impuesta que nos limita y provoca cambios en nuestros hábitos de manera drástica, vendrá acompañado por emociones poco beneficiosas. Algunas de ellas son el miedo o la tristeza, aunque por otro lado vengan a cumplir su función de mantenernos a salvo de los peligros, además, oscilarán de manera brusca y con bastante intensidad a lo largo de los días generando malestar.

Pero también hay cabida para las emociones positivas, para el humor, las risas, la alegría, la ilusión. En nuestra mano de adultos está buscar esas situaciones y compartirlas con los niños. Una cena especial en el suelo del salón, un nuevo juego para toda la familia, una guerra de cosquillas.

Cualquier oportunidad es buena para generar emociones que nos hacen sentir bien, expresarlas para ayudar a que los más pequeños las hagan conscientes, compartirlas, disfrutarlas y respetarlas.

6. Novedad y creatividad:

Muchos podrán pensar que bastante novedad tenemos con la que nos ha caído encima, aunque a estas alturas del confinamiento, quien más y quien menos, ya está habituado. Sin embargo, precisamente por estar encerrados y viendo a las mismas personas y las mismas habitaciones siempre, tenemos que tratar de dar a nuestras neuronas material nuevo con el que entretenerse. Así que… ¡imaginación al poder!

Los niños tienen una imaginación muy potente, basta con observarles un rato jugando para alucinar con las historias que crean. Podemos iniciar nosotros un juego y dejarles, poco a poco, que vayan guiando ellos, que marquen las pautas. ¡Mente abierta y dejemos volar la imaginación!

Estas pautas pueden hacernos el confinamiento un poco más fácil, ayudar a nuestros pequeños a llevarlo con una dosis extra de fuerza y hacerles más resilientes ante las adversidades, teniendo siempre en cuenta claro está, las diferencias individuales de cada uno y su momento evolutivo. Pero incluso los más pequeños se pueden beneficiar de ellas, porque son pura emoción y siempre que dejemos fluir las emociones, nos ayudará a comprender mejor las cosas y sentirnos bien.

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