Se me va de las manos el cumpleaños de mis hijos

Nos hace mucha ilusión que se acerque el cumpleaños de nuestros hijos. Es muy común entre las madres (quizá conlleva un componente biológico fuertemente arraigado) rememorar cada una de las horas del día que nacieron, aunque cada vez lo tengamos más borroso. Pero sí, aunque vaya por delante esa alegría y felicidad, no vamos a negar que es una fuente de estrés (y de derroche) absoluta. Y es que quizá se nos está yendo de madre esto de las fiestas infantiles.

Sobre todo cuando entran en la etapa del colegio. Es una rueda de la que no hay escapatoria. Ya depende de cada grupo si se unifican varias celebraciones del mismo mes (algo que supone un ahorro económico y una reducción de los eventos, por qué no decirlo), del trimestre, o cada uno va por libre. Pero en cualquier caso eso ya es un ‘non stop’. Pero es que incluso antes, durante la etapa de la escuela infantil o de bebé, ya tenemos una presión autoimpuesta para que nuestros hijos tengan un bonito día que recordar.

Es una auténtica carrera de fondo en cuanto a la organización, decoración, lugar de celebración, tarta, detallitos, regalos, comida, invitaciones… A veces se nos olvida que nuestros hijos sueñan con algo sencillo, o incluso se nos olvida preguntarles, y nos metemos de lleno en una parafernalia (y un desembolso) que forma parte más de nuestra necesidad o de nuestro deseo que del suyo.

A veces se nos olvida que nuestros hijos sueñan con algo sencillo, o se nos olvida preguntarles, y nos centramos más en nuestra necesidad o nuestro deseo que en el suyo.

Por ejemplo, pensamos que nuestro hijo va a alucinar con un fin de semana preparado expresamente para él: parque de atracciones, comida en un sitio que le guste, cine, elegir un regalo, el que quiera, de una inmensa juguetería, cenar pizza o hamburguesa… Y cuando acaba ese fin de semana en el que nos hemos creído los padres perfectos nos suelta: “¿Y mi parque de bolas con mis amigos?”. Y nos deja planchados. O le organizamos una fiesta en un parque de bolas con su rincón de dulces, su pintacaras, su animación infantil, su merienda, su tarta de fondant, su arco de globos cromáticos, su piñata y los 25 amigos de su clase y después de quedarnos sin un riñón (y parte del otro) nos dice nuestra hija: ‘¿y podemos ir al acuario con los abuelos?’. Quizá ése, y solo ése, era su plan ideal. Por eso, familia, esta debería ser la primera premisa a tener en cuenta a la hora de organizar una celebración. Como cuando compramos un regalo para alguien. Pensemos en lo que esa persona puede querer o le puede gustar. ¿Qué le gusta a nuestra hija o a nuestro hijo? ¿Qué le hace ilusión?

Y es que intentamos innovar. Primero, porque estamos cansados de tantos cumpleaños en el mismo sitio. Y segundo, porque nos hemos dejado llevar por una presión o una exigencia de que no sea un cumpleaños más. Es el cumpleaños de nuestra hija, y hay que quedar bien con el resto de padres, madres y niños. Así que hacemos un enorme desembolso y nos pasamos semanas ideando detallitos (también para llevarlos al colegio, por supuesto). Igual los hacemos nosotros mismos o los personalizamos, con lo que conlleva un trabajo extra. También nos rompemos la cabeza pensando si invitamos a toda la clase, si ponemos límites al número de invitados, si la merendola tradicional de toda la vida se nos queda corta y hay que contratar un catering… Vamos, que no organizamos un cumpleaños, organizamos una comunión. Con su castillo hinchable si se puede. Y sus decenas de regalos, que luego no sabemos qué hacer con ellos.

Además, cualquier celebración que se precie tiene su componente gastronómico. Así que nos llueven los sándwiches de nocilla, de embutido, las empanadas, los gusanitos, las patatas fritas, las pizzas, los perritos calientes, las chucherías, las tartas, las chocolatinas, las tortillas… Aperitivos salados y dulces (sobre todo estos últimos) y bebidas azucaradas y refrescos. Queremos que la celebración infantil sea un disfrute, y el disfrute se ha asociado tradicionalmente a la comida, a la comida azucarada o procesada concretamente. Es verdad que un día es un día. Vale. Pero pensemos si en un cumpleaños adulto tenemos tal despliegue de dulce, de azúcar y de procesados. Normalmente hay aperitivos salados  y algo de dulce, sí, pero ¿es necesario ese exceso en el cumpleaños de nuestro hijo?

Al final, el cumpleaños de nuestros hijos es como la educación, cada uno aplicará lo que considere más conveniente para sus circunstancias económicas y familiares. Pero sí quitémonos esa culpa, esa presión y esa exigencia como padres y madres, intentando llegar a la perfección en una celebración en la que lo importante, como en la educación, es nuestro hijo o nuestra hija.

Quitémonos esa culpa, esa presión y esa exigencia como padres y madres, intentando llegar a la perfección en una celebración en la que lo importante, como en la educación, es nuestro hijo o nuestra hija.

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Lara Fernández

Esta periodista que lleva ejerciendo 20 años en diferentes medios de comunicación escritos y audiovisuales cumplió en 2021 su principal sueño: convertirse en mamá de un niño. Fue también su gran lección de vida al darse de bruces con la AD y la AS. Tres años antes se había graduado como maestra de Educación Infantil y se había especializado en crianza y actividades sensoriales para niños. Todo ello le ha permitido desarrollar tres de sus grandes pasiones: la comunicación, la infancia y la educación. Tres pilares básicos porque, como ella misma suele decir:

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