Reflexionamos sobre el sentido de la paternidad y maternidad y su asimilación a un trabajo con un objetivo muy concreto con un artículo recientemente publicado en The Wall Street Journal, firmado por Alison Gopnik: “Un manifiesto contra las ideas de cómo ser padre y madre”. En él, Alison nos anima a dejar de ver la paternidad y maternidad como un tipo de producción de un niño feliz y nos plantea verlo como una forma de amor que se asemeja mucho a cuidar un jardín: crear un ambiente seguro y nutrido que permita que las plantas (y niños) florezcan, innoven y se adapten a entornos cambiantes.
Algo extraño pasó a madres y padres a finales del siglo XX. Se llamaba “parenting” [que podríamos traducir por el conjunto de instrucciones para criar y educar a un niño, cómo ser padre o madre]. Desde el inicio de los tiempos, madres y padres han cuidado de niños. Pero este concepto sobre cómo hacerlo no empezó a extenderse en Estados Unidos hasta la década de 1970.
La gente a veces utiliza este término para describir lo que padres y madres hacen realmente. Pero es más habitual emplearlo para indicar lo que los padres deberían hacer. Se trata de una palabra que indica un trabajo con un objetivo: convertir a tu hijo en un adulto mejor y más feliz de lo que sería de otro modo y, aunque lo digamos con la boca pequeña, mejor que el niño de al lado. La forma correcta de educar a un niño producirá el tipo correcto de niño, que a su vez se convertirá en el adulto correcto.
Esa idea de que los padres pueden aprender las técnicas especiales que harán que sus hijos sean mejores está muy extendida y resulta obvia para la clase media de Estados Unidos. Pero se basa en una idea equivocada de cómo los niños y padres piensan y actúan y cómo deberían hacerlo.
Cuidar a los hijos siempre ha sido un proyecto humano central y difícil. Nuestos hijos dependen de nosotros mucho más tiempo que las crías de otros animales. Así que se necesita mucha gente para cuidar a las crías humanas. Los biólogos han mostrado que los humanos crearon una red única de cuidado. Durante la mayor parte de la historia humana hemos vivido en esas familias extensas. Eso significa que aprendimos a cuidar a niños mediante la práctica, con nuestros hermanos o primos mejores y viendo a mucha gente cuidar de los niños. .
Pero hacia el final del siglo XX las familias se hicieron mucho más pequeñas, se tenían hijos más tarde y las fuentesb tradicionals de sabiduría ya no estaban disponibles.
Hoy, la mayoría de los padres de clase media se pasan años estudiando o desarrollando sus carreras antes de tener hijos. Por eso no sorprende que ir a la escuela y trabajar son los modelos de los padres modernos para cuidar a los niños: vas a la escuela y al trabajo con un objetivo en mente y puedes aprender para ser mejor en la escuela y en el trabajo.
Trabajar para alcanzar un resultado determinado es un buen modelo para muchos proyectos humanos. Pero los padres se obsesionan con pequeñas variaciones de las técnicas de cómo educar y criar, como el colecho, el dejar llorar a los bebés, si las sillitas deben mirar hacia atrás o hacia delante, cuántos deberes deben tener los hijos, cuánto tiempo deben pasar ante las pantallas… No hay mucha evidencia de que esto sirva para predecir cómo serán nuestros hijos en el futuro.
Esto no significa que ser padre y educar a nuestros hijos no sea importante, todo lo contrario. ¿Por qué tenemos una etapa de inmadurez tan larga, una infancia tan duradera, con todo el coste que esto supone? Nuestra infancia humana tan larga (y todo lo que invertimos en sus cuidados) es una de las claves para el éxito de la evolución humana. Más que ninguna otra especie, dependemos de nuestra habilidad de aprender. Y se suele pensar que nuestro cerebro y nuestras poderosas capacidades de aprendizaje evolucionaron, sobre todo, para enfrentarse a los cambios.
Lo que impulsó la evolución humana fue un periodo de cambios climáticos impredecibles en la era del Pleistoceno. Los seres humanos eran nómadas, se movían de un ambiente a otro y esto significaba que los humanos debían adaptarse a un abanico muy amplio de entornos cambiantes. Y de ahí que se necesitara un periodo de cuidado y aprendizaje más largo para las crías humanas, mediante protectores, que se asegurarían de que los niños tienen la oportunidad de crecer, aprender e imaginar antes de poder valerse por sí mismos. Esos protectores también pasarían el conocimiento que las generaciones anteriores habrían acumulado.
Necesitamos hablar de qué es ser un padre o madre, es decir, de cuidar a un niño. Ser padre es formar parte de una relación humana especial y única, comprometerse con un tipo de amor determinado, no es hacer una cosa determinada. Hablar de amor de los padres hacia los hijos puede sonar sensiblero. Podemos trabajar para querer mejor sin pensar en ese amor como un tipo de trabajo. Pero los premios más importantes como padre no son las notas o trofeos de tu hijo, ni su boda ni su graduación. Estos premios vienen de los momentos de alegría y bienestar por estar con ese niño en particular. En lugar de pensar en que cuidar a nuestros hijos es un tipo de trabajo, enfocado a crear adultos felices, inteligentes y exitosos, tendríamos que pensar en ello como una forma de amor. El amor no tiene objetivo, ni hitos, pero sí tiene un propósito. Y el propósito no es crear el destino del ser amado, sino ayudarle a crear su propio destino.
¿Qué deberían hacer los padres? Comprometerse incondicionalmente a amar y cuidar a sus hijos, aunque nunca sepamos con antelación cómo será nuestro hijo. Intentar dar a nuestro hijo un fuerte sentido de seguridad y estabilidad, aunque todo esto se crea para animar a nuestros hijos a correr riesgos y aventuras. Y pasar nuestro conocimiento, aunque sabemos que ellos revisarán esa sabiduría, la pondrán a prueba y reformularán sus valores.
De hecho, el sentido de este compromiso, ese cuidado y de esta cultura es permitir los cambios, los riesgos y la innovación. Incluso si pudiéramos convertir a nuestros hijos en adultos de cierto tipo de una manera muy precisa, esto supondría la derrota del propósito de la infancia teniendo en cuenta nuestra evolución.
Quizás la mejor metáfora para entender nuestra relación con los niños es entender el cuidado de los niños como el cuidado de un jardín. Cuando cuidamos un jardín, trabajamos y sudamos y nos ponemos de estiércol hasta las orejas. Lo hacemos para crear un espacio protegido y bien nutrido para que florezcan las plantas.
Como saben todos los jardineros, nada sale como hemos planeado. Los más grandes placeres y triunfos, así como los desastres, son inesperados. Y hay una razón profunda para ello.
Un buen jardín, como todo buen ecosistema, es dinámico, variable y resiliente. No hay garantía de que una planta en particular será más alta o más florida. Un buen jardinero sabe crear un suelo fértil para que crezcan una gran variedad de plantas con diferentes fuerzas y bellezas, y con diferentes debilidades y dificultades, también.
Como padres y como comunidad, nuestro trabajo no es dar forma a la mente de nuestros hijos, sino dejar que esas mentes exploren todas las posibilidades que el mundo permite. Nuestro trabajo no es fabricar un tipo de niños, sino proveer de un espacio de amor, seguridad y estabilidad en el que niños de muy diferentes tipos puedan florecer.
En este mundo postindustrial tratamos casi todas las actividades humanas como si fueran un tipo de producción o un tipo de consumo. Pero en lugar de ver así la paternidad y la maternidad, como un tipo de producción, necesitamos encontrar un modo de apoyar a padres para que sean padres y proveer el amor y el cuidado que todo niño merece.
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