Sí, es bueno que tus hijos sufran, y te contamos por qué

Hay una frase que solemos decir los padres y madres con cierta frecuencia cuando hablamos de nuestros hijos, una suerte de ajuste de cuentas con el pasado en el que el sufrimiento es rechazado de pleno y en el que nuestros traumas y nuestros miedos afloran a la superficie:

“No quiero que pasen por lo que yo pasé. No quiero que sufran lo que yo sufrí”.

Esta frase, que solemos pronunciar con toda la buena voluntad y todo el amor del mundo, les hace un flaco favor. No queremos que nuestros hijos sufran. Claro que no nos gusta ver sufrir y pasarlo mal a la gente que queremos, y nuestros hijos son lo que más queremos del mundo. Pero tenemos miedo porque quizá pensamos que no están preparados para afrontarlo o sentimos que es nuestra responsabilidad, y sentimos culpa si no les evitamos ese sufrimiento. Se nos ha hecho creer a los padres que para ser buenos padres tenemos que resolver por sistema los problemas de nuestros hijos, como dice a menudo Eva Millet.

Pero no podemos vivir en un paraíso multicolor lleno de piruletas. Ni podemos crear para nuestros hijos ese lugar en el que no existe el dolor. Porque no es real. Y al final el golpe de realidad sí que va a ser más duro y más doloroso para ellos al descubrir que la vida es otra cosa.

¿Qué es lo peor que les puede pasar a nuestros hijos?

Pongámonos en situación. Pensemos en ese temor, uno de los peores que tenemos con respecto a nuestros hijos: que sufran. Porque escuchar el dolor de un hijo es escuchar el nuestro. Y en ese momento probablemente queremos acallarlo. Pero ¿por qué tenemos ese miedo, qué es lo peor que les puede pasar? Posiblemente que estén tristes, básicamente. Es más, si sienten que les quitamos el dolor sentirán también que no está bien sentir eso, que no deben, y huirán de él.

Si evitamos esas emociones desagradables en nuestros hijos pensando que es mejor que no pasen por esos sufrimientos conseguiremos que sean más dependientes, que no se sientan capaces de afrontar determinadas situaciones y que se hundan al primer obstáculo con el que se topen en la vida. Por que no se trata de ponerles nosotros esos obstáculos, si no de no quitarles los que se encuentren y ayudarles a sortearlos.

No se trata de ponerles nosotros esos obstáculos, si no de no quitarles los que se encuentren y ayudarles a sortearlos.

¿Qué es lo que pueden aprender?

Pensemos ahora en positivo. ¿Qué es lo ‘mejor’ que les puede pasar? Que aprendan a ser resilientes. La gente madura a través del dolor. Nosotros lo hemos hecho. Y es que el cerebro aprende a sentir la pérdida, el enfado, la rabia… a través de la frustración. Pero claro, no queremos sentir frustración ni queremos que nuestros hijos se frustren y ellos tampoco quieren sentir esa pérdida.

Escuchar el dolor de un hijo es escuchar el nuestro. Y probablemente queremos acallarlo.

¿Qué podemos hacer?

Obviamente, no estamos hablando ni mucho menos de provocar situaciones dolorosas a nuestros hijos. Todo lo contrario. Estamos hablando de no evitar las inevitables que según edad y situaciones nuestros hijos van a vivir: no ser invitado a un cumpleaños, perder un partido, suspender un examen. Hemos pasado, como mantiene María Jesús Álava, del niño mueble al niño altar. 

En este sentido es importante que:

  • No quitemos ni evitemos las heridas de la vida
  • No compensemos esas heridas de la vida con otras cosas materiales
  • Nos deshagamos de frases del tipo ‘no pasa nada’
  • Acompañemos en el dolor a nuestros hijos
  • Dejemos que vivan las consecuencias de sus actos
  • Confiemos en su capacidad
  • Fomentemos que tomen decisiones y ganen en autonomía
  • No sobreprotejamos a nuestros hijos

 

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Lara Fernández

Esta periodista que lleva ejerciendo 20 años en diferentes medios de comunicación escritos y audiovisuales cumplió en 2021 su principal sueño: convertirse en mamá de un niño. Fue también su gran lección de vida al darse de bruces con la AD y la AS. Tres años antes se había graduado como maestra de Educación Infantil y se había especializado en crianza y actividades sensoriales para niños. Todo ello le ha permitido desarrollar tres de sus grandes pasiones: la comunicación, la infancia y la educación. Tres pilares básicos porque, como ella misma suele decir:

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