“Querido padre:
Lo sé. Estás preocupado. Todos los días, tu hijo llega a casa con una historia sobre ESE niño. El que siempre está pegando/empujando/pellizcando/arañando e incluso quizá mordiendo a otros niños. El que siempre tiene que ir conmigo de la mano en los pasillos. El que tiene un sitio especial en la alfombra y a veces se sienta en una silla en vez de en el suelo. El que tuvo que irse de la zona de juegos porque los juguetes no son para tirarlos. El que trepó por la valla del recreo cuando le decía que parase. El que vertió la leche de su compañero por el suelo en un ataque de rabia. A propósito. Mientras yo le miraba. Y entonces, cuando le pedí que lo limpiara, terminó TODO el rollo de papel. A propósito. Estando yo delante. El que suelta alguna palabrota en clase de gimnasia.
Te preocupa que ESE niño esté obstaculizando el aprendizaje de tu hijo. Te preocupa que requiera demasiado tiempo y energía, y que tu hijo no obtenga la misma atención. Te preocupa que algún día haga daño a alguien de verdad. Te preocupa que ese alguien sea tu hijo. Te preocupa que tu hija empiece a usar esa agresividad para conseguir lo que quiere. Te preocupa que tu hijo se quede atrás en clase porque yo no me doy cuenta de que le cuesta coger el lápiz. Lo sé.
Tu hijo, este año, en esta clase, a esta edad, no es ESE niño. Tu hijo no es perfecto, pero suele cumplir las normas. Sabe compartir sus juguetes sin problema. No tira las cosas. Levanta la mano antes de hablar. Trabaja cuando hay que trabajar y juega cuando hay que jugar. Nos podemos fiar de que cuando va al baño no se va a entretener por el camino haciendo travesuras. Piensa que tonto y caca son palabras que no se pueden decir. Lo sé.
Lo sé y yo también estoy preocupada.
Como ves, me preocupo todo el tiempo. Por TODOS ellos. Me preocupo por cómo coge tu hijo el lápiz, por cómo pronuncia otro niño, por la timidez del más pequeño y por la ausencia habitual de merienda de otro. Me preocupa que el abrigo de Gavin no sea lo suficientemente fuerte y que el padre de Talitha le grite por haberse pintado una letra en la espalda. La mayoría de mis duchas y mis viajes en coche se ven consumidos por mis preocupaciones.
Pero sé que quieres hablar sobre ESE niño. Porque lo que le pase a Talitha no va a afectar a tu hijo.
Yo también quiero hablar sobre ESE niño, pero hay tantas cosas que no te puedo decir.
No te puedo decir que fue adoptada de un orfanato a los 18 meses.
No te puedo decir que sigue un régimen riguroso por una posible alergia alimentaria y que, por tanto, tiene hambre todo el rato.
No te puedo decir que sus padres están en proceso de un terrible divorcio y que ahora vive con su abuela.
No te puedo decir que sospecho que su abuela bebe…
No te puedo decir que los medicamentos que toma para el asma le agitan.
No te puedo decir que su madre es madre soltera, que la niña está en el cole desde que abre hasta que cierra la escuela, y que el camino hasta casa son 40 minutos, por lo que duerme menos que la mayoría de los adultos.
No te puedo contar que ha presenciado violencia doméstica.
Y tú dirás, vale. Entiendes que no pueda compartir información personal o familiar. Sólo quieres saber qué estoy HACIENDO con el comportamiento de ese niño.
Me encantaría explicártelo, pero no puedo.
No puedo decirte que la atiende un logopeda, que tiene un problema con el lenguaje, que el experto cree que su agresividad tiene que ver con la frustración por verse incapaz de comunicarse.
No te puedo contar que me reúno con sus padres todas las semanas, y que normalmente acaban llorando en esas reuniones.
No te puedo contar que la niña y yo tenemos un código secreto para avisarme cuando necesita sentarse ella sola.
No te puedo contar que se pasa el tiempo de la siesta acurrucado en mi regazo porque “me siento mejor escuchando tu corazón, Profe”.
No te puedo contar que he estado controlando meticulosamente sus incidentes agresivos durante los tres últimos meses, y que ha bajado de cinco casos al día a cinco casos a la semana.
No te puedo contar que al secretario del colegio le parece bien que le envíe a su despacho en busca de ayuda cuando me doy cuenta de que necesita cambiar de ambiente.
No te puedo contar que he estado en reuniones con otros profesores y que he pedido, con lágrimas en los ojos, que le presten especial atención, que sean amables con ella aunque estén frustrados porque acaba de golpear a alguien OTRA VEZ con ellos delante.
Hay TANTAS COSAS que no te puedo contar sobre ese niño. Ni siquiera te puedo contar lo bueno.
No te puedo contar que su tarea en la clase consiste en regar las plantas y que lloró desolado cuando una de las plantas se secó en las vacaciones de invierno.
No te puedo contar que da un beso a su hermana pequeña para despedirse cada mañana y que susurra “eres mi sol” antes de que su madre se la lleve en el carrito.
No te puedo contar que sabe más de tormentas que la mayoría de meteorólogos.
No te puedo contar que a veces se ofrece para ayudarme a afilar los lápices en el recreo.
No te puedo contar que le acaricia el pelo a su mejor amiga en la hora de la siesta.
No te puedo contar que cuando un compañero llora, corre a por su peluche favorito.
Lo que pasa, querido padre, es que sólo puedo hablar contigo sobre TU hijo. Así que, lo que puedo contarte es esto:
Si en algún momento, en algún caso, TU hijo, o cualquiera de tus hijos, se convierte en ESE niño…
No compartiré tu historia personal y familiar con otros padres de la clase.
Me comunicaré contigo con frecuencia, claridad y amabilidad.
Me aseguraré de tener pañuelos a mano durante nuestras reuniones y, si quieres, te cogeré la mano cuando llores.
Lucharé por que tu hijo y tu familia reciban los servicios especiales de mejor calidad, y cooperaré con esos profesionales en todo lo posible.
Me aseguraré de que tu hija recibe amor y cariño extra cuando más lo necesite.
Seré la voz de tu hijo en las reuniones escolares.
Seguiré dispuesta a buscar y a encontrar lo bueno, lo especial y lo maravilloso que tiene tu hijo. Pase lo que pase.
Le recordaré a él y a ti todo lo bueno, lo especial y lo maravilloso una y otra vez.
Y cuando otro padre venga y me comente sus preocupaciones sobre TU hijo…
Les volveré a decir todo esto.
Con amor,
La maestra.”
Este post apareció por primera vez en Miss Night’s Marbles. A raíz de esta carta, la maestra Sandra Alguacil ha querido profundizar más en el tema y ha escrito esta reflexión al respecto.
Sociedades con alma
A menudo sucede que, desde el amor incondicional que se siente hacia los hijos e hijas, olvidamos que estos se socializan en ambientes iguales a los del adulto: ambientes plurales, diversos, con personas diferentes y necesidades distintas; personas con problemas, con tristezas, con alegrías y con miedos; personas felices y personas infelices; personas con la suerte de vivir en calma y personas que, por desgracia, sobreviven tratando de encontrarla.
Así, los adultos normalmente tratamos de entender cómo se siente y comporta alguien cercano cuando este sufre una situación traumática, pasa un mal momento o padece alguna enfermedad; les escuchamos, comprendemos, aceptamos, ayudamos: empatizamos. Entendiendo que este es el modo correcto de actuar: cuidar de los miembros de la sociedad con la que formamos comunidad, ¿qué sucede, sin embargo, cuando este proceso de socialización lo vemos en nuestros hijos e hijas y ocurre que uno de sus iguales padece una situación traumática que desencadena en conductas disruptivas? Desgraciadamente, si percibimos que nuestro hijo/a puede verse afectado de forma negativa por esta situación, nuestra actitud suele tender más a la incomprensión y al egoísmo que a la empatía con la víctima. Tendemos, curiosamente, a percibir a nuestro hijo como víctima de la situación sin ser capaces de mostrarnos comprensivos con aquel menor que pueda estar sufriendo algún tipo de daño psicológico o físico en el ámbito familiar que, consecuentemente, repercute en el ámbito social (y, por ende, escolar).
Así, es importante comprender que la escuela, además de garantizar la seguridad, bienestar y educación de todos los niños y niñas de forma individualizada, ha de compensar las carencias de aquellos que las sufren y paliar sus consecuencias en la medida de lo posible.
En este sentido, la atención socioafectiva se vuelve fundamental y, por supuesto, esta es principalmente responsabilidad de los docentes; sin embargo, ¿no es también necesario que se fomente un ambiente de cooperación pacífica, aceptación de las diferencias, empatía y otros valores fundamentales para el desarrollo de la persona? Pues bien, siendo estas las bases principales de la educación emocional de la que tanto escuchamos hablar hoy en día, resulta fundamental que toda la comunidad educativa profundicemos en las distintas situaciones (y retos) que esta educación nos plantea, tratando de encontrarle el sentido más saludable y beneficioso para toda la comunidad, siendo necesario que los adultos ampliemos nuestra visión y nos convirtamos en modelos de socialización saludable, pacífica, empática y asertiva, poniéndonos también en el lugar de los que, a veces, dañan sin querer a los que más queremos.
Desde el lado que principalmente a mí me ocupa, el de todos los docentes que tratamos de darle a nuestro alumnado una educación de calidad enmarcada en un espacio solidario y de seguridad afectiva, la directora Amy Murray pone de manifiesto en la carta redactada a las familias afectadas por la situación de un alumno muchos de los obstáculos que nos encontramos, al igual que las soluciones que tratamos de ofrecer.
Así, a pesar de todas las carencias de medios y recursos que padece la escuela actualmente, los docentes ensalzamos las líneas de la atención individualizada a través de la disposición de numerosas técnicas de inteligencia emocional, de sociabilización y de cooperación en el aula en paralelo con la coordinación constante con familias y equipo docente, clamando a lo que yo llamo “Aulas con alma” en las que niños, niñas, familias y docentes son bienvenidos para colaborar juntos desde el respeto a la individualidad y diversidad de cada uno, poniéndole corazón al cambio que necesita nuestra sociedad por un presente y futuro mejor.