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Charla de Lucía, mi pediatra: “No somos lo que pensamos, somos lo que sentimos. Piensa bonito y sentirás bonito”

Ante un auditorio abarrotado por un público entregado, la conocidísima Lucía mi pediatra nos habló de educar en las emociones, en las suyas y teniendo en cuenta las nuestras. Su mensaje principal fue: “no somos lo que pensamos, somos lo que sentimos”.

Charla de Lucía, mi pediatra: “No somos lo que pensamos, somos lo que sentimos. Piensa bonito y sentirás bonito”

El Colegio Santa María del Pilar fue, gracias a la Fundación SM, el escenario de una charla inspiradora y emocionante de la mano de Lucía Galán, la conocidísima Lucía, mi pediatra, patrocinado por Mylan y en la compañía de Ser Padres. Ante un auditorio abarrotado por un público entregado, la autora del bestseller Lo mejor de nuestras vidas nos habló de educar en las emociones, en las suyas y teniendo en cuenta las nuestras (de hecho, habló mucho de las emociones de las madres, especialmente en el postparto, que no se suelen tener en cuenta). Su mensaje principal fue: “no somos lo que pensamos, somos lo que sentimos”.

Leo Farache presentó a Lucía señalando que la pediatra, bloguera y escritora “es una persona mágica, porque nos emociona”. Y desde luego que con la charla nos emocionó a todo el público presente. Lucía nos contó que la idea de esta charla nueva (el tema central de sus charlas anteriores ha sido “educar en la tranquilidad”) surgió cuando una madre en la consulta le preguntó “¿quién se ocupa de mis emociones?, ¿qué pasa con ellas?”. Por eso quiso charlar sobre nuestras emociones a la hora de educar. Lucía comentó que cuando se habla de cómo educar siempre se apela al “sentido común”. Pero nos preguntó si nuestro sentido común es el mismo que el de nuestras madres, que el de otra persona que viva en otro país… De modo que para ella, lo fundamental “es educar desde nuestro sentir”.

Cuando Lucía se planteó ser madre, pensó que sería muy fácil, se vio muy preparada porque ella era pediatra y creyó que la crianza iría sobre ruedas. “Me caí del guindo”, confiesa, porque “nadie me había contado la tristeza del postparto”. Recuerda que con su primer hijo estuvo un mes sumida en la tristeza y la culpa, la casa se le vino encima y se sentía mal por estar triste a pesar de tener un hijo sano. “Me enfadé con mi madre y con mis amigas madres, que habían pasado por esto y no me lo habían contado”, recuerda. La culpa aumentó, nos confesó, porque “era pediatra y no me había dado cuenta de lo que supone el postparto”. Este silencio sobre esta tristeza del postparto “nos pasa a todas”, dijo Lucía, por lo que opinó que muchas de las emociones, como esta tristeza del postparto, no las mostramos, así que la pediatra entiende que nuestro mundo emocional es como un iceberg del que solo mostramos una parte: la alegría, el bienestar. “Es lo que compartimos en redes sociales”, nos dijo, “pero el bienestar continuo no es la vida real”.

Viajando por ese iceberg de las emociones, la primera parada que hizo Lucía fue en la alegría.  “Aumenta la autoestima, la curiosidad, la empatía, la creatividad…”, nos decía Lucía, preguntando, “¿quién no quiere esas funciones de la alegría para sus hijos?”. En la parada del miedo, Lucía confesó: “Yo nunca he tenido tanto miedo como cuando me convertí en madre”. Tenemos miedo “a la enfermedad, a no estar a la altura…”. Reconoce que en su primer año de maternidad “tenía pánico y transmitía ansiedad”, quizá por toda la información sobre enfermedades y accidentes que tenía en su vida profesional y no paraba de advertir a sy entorno “cuidado al cambiarle, ponerle siempre la mano en la tripita para que no se caiga, cuidado en el coche, abrochadle bien los sistemas de retención…”. Nos recordaba Lucía que un niño paciente suyo estaba desarrollando muchos miedos y su padre, en la consulta, le dijo: “no hay que tener miedo, yo soy muy valiente, no tengo miedo a nada”. Pero Lucía sabía que no era verdad y se lo dijo: unos días antes vino a preguntarle por la salud de su hijo no con miedo, sino aterrado, porque a un niño conocido le habían diagnosticado leucemia. “El miedo nubla la razón y proyecta tus fantasmas en tus hijos”, nos decía Lucía. Y nos contó la historia de un hombre alicantino al que no le gustaba el mar porque su madre había tenido un accidente en el mar y había proyectado su miedo enorme en sus hijos. “No podemos permitirnos proyectar nuestros miedos a nuestros hijos, los haremos inseguros y es injusto. Trabajémoslo para evitarlo”, nos invitó Lucía.

Otro de los sentimientos de la parte oculta del iceberg pero que está muy presente en nuestras vidas es la culpa. “Aparece en el minuto uno cuando eres madre y es destructiva”. Dice Lucía que ve todo tipo de padres, pero todos comparten un mensaje común: “No llego a todo”. Nos recordaba que sus padres probablemente tampoco llegaban a todo pero no se agobiaban por eso y sentenció que esta frustración y esta culpa por no llegar a todo se debe a que “tenemos una gran presión social” por un ideal inalcanzable de perfección.

Y en este punto nos quiso mostrar un emotivo vídeo:

Lucía nos contó al terminar el video que “nuestros hijos tienen esa inocencia maravillosa que no ve nuestros defectos”. Y nos concienció de la enorme responsabilidad que tenemos porque “somos sus espejos, de modo que si a ti no te gusta lo que ves, no regales esa imagen a tus hijos, no nos estanquemos. Sustituye culpa por autocrítica”. Para reflexionar y avanzar en este sentido, Lucía nos propuso unas preguntas que usa mucho para ella y sus hijos: “¿Qué necesito para estar mejor? ¿Cuál es la manera de conseguirlo? ¿Estoy en el camino?”. Aun así, Lucía nos quiso quitar muchos kilos de culpa que llevamos encima: “Nada es imperdonable si se hace desde el corazón”. La culpa, la sensación de no llegar a todo, viene motivada porque “no nos ponemos límites a nosotros ni a los demás”, no decimos que no. Nos cuenta Lucía que en una etapa que tenía muchas charlas, llegó a olvidar el almuerzo de sus hijos para el cole e incluso el cumpleaños de un buen amigo de su hijo. Y se dio cuenta de que no se había puesto límites y que tenía que decir no a algo: “Y me quité las guardias”, afirma. Para no alimentar la culpa Lucía nos propone que “critiquemos los actos, no el ser: se nos ha olvidado el almuerzo, pero no somos un desastre o malas madres”.

Seguimos avanzando por el iceberg de las emociones y llegamos a la tristeza, que nos invita a  reflexionar, a la calma y despierta la empatía y la compasión. “¿No es maravilloso? La tristeza nos conecta”, nos dijo Lucía que nos pidió que “no digamos a nuestros hijos que no estén tristes”. Escucharles y no reprimir sus emociones es fundamental. Y precisamente para ponernos en lugar de nuestros hijos nos leyó una carta de un adolescente, “No me digas que no pasa nada”, en la que el joven habla a sus padres del dolor de no ver reconocidas sus emociones como algo importante. Por eso, Lucía nos pidió que “no les solucionemos la vida ante las tristezas” y resumió “las alegrías se celebran y las penas se lloran”.

Hablando de la autoestima, Lucía nos pide que “aprendamos a conocerlos y aceptarlos, a fortalecer sus virtudes y trabajar sus debilidades”. Nos contó el caso hipotético de unos padres de un niño cuya pasión era tocar el piano y al que no se le daban bien las matemáticas. Estos padres dijeron que menos piano, que ya se le daba muy bien, y clases diarias de mates. “Mal”, aseguró Lucía: “Dejemos que nuestros hijos hagan lo que les apasione porque esto les va a hacer más felices”. Y para ser felices, hace falta educarles en el optimismo: “Es igual de importante que enseñarles a comer bien, es una responsabilidad enorme”. Los beneficios del optimismo en la vida son enormes (mayor creatividad, valentía, iniciativa, empatía, autoestima…), por lo que Lucía nos recordó que “`podemos cambiar la manera de afrontar los acontecimientos”. A sus hijos les dice: “Me voy a dejar la piel para que os levantéis cada vez que os caigáis”. Por eso, nos invita a que “ante un vaso medio lleno o medio vacío lo llenemos de recursos para que sean optimistas”. Lucía dice que se empeña en que sus hijos sonrían, sean amables y tengan sentido del humor. Y nos contó entre risas que, un día, su hijo se quejó de que en el cole le habían preguntado justo el día que no se sabía la lección. “Es la ley de Murcia, mamá”. Después de un buen rato de risas, desde entonces en la casa de Lucía, la ley de Murphy se llama así. La risa, la sonrisa y las emociones se pueden fomentar día a día contando anécdotas, bailando, escuchando música. Y nos contó que recuerda cómo su padre bailaba con ella mientras su madre preparaba la cena, de modo que asegura que esos pequeños momentos “son los recuerdos que nos quedan”. Hablando del optimismo, nos puso Lucía a traer un pensamiento positivo y un pensamiento negativo a nuestra mente. Las emociones que nos despiertan son muy diferentes y poderosas. Por eso, Lucía piensa que “no somos lo que pensamos, somos lo que sentimos. Por eso lo tenemos fácil, piensa bonito y sentirás bonito”.

Así que Lucía nos pidió que “cuando la culpa nos devore, nos tenemos que decir y repetir que somos unos padres maravillosos aun con nuestra montaña de defectos. Lo que
pensamos de nosotros es sagrado, cuidémoslo”, concluyó.

Acto seguido, nos mostró un emotivo vídeo que cuenta cuando estuvo hospitalizada con 5 años por una grave enfermedad. Cuando le dieron el alta, después de todo lo vivido, “decidí que quería ser médica de niños”. Al finalizar el taller, Lucía no perdió la oportunidad de hablar y abrazar un ratito a cada una de las personas de una larga fila de lectoras que querían que la pediatra les firmara el libro.

 

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