Solemos recurrir a los premios y los castigos para reforzar positivamente una conducta o para señalar que es una conducta no adecuada. Sin embargo, estas herramientas que se usan no son tan educativas como podemos llegar a creer. “Si sacas buenas notas este trimestre, te compraré un móvil”. “Si te comes la verdura, luego te daré chocolate de postre”.
Estos mensajes que mandamos y estos premios que les damos por hacer algo, aunque en el momento les motivan para conseguir el objetivo o les refuerzan positivamente la conducta, no funcionan a largo plazo para motivar a nuestros hijos. ¿Por qué? Porque en el momento en el que no haya ese premio, en el momento en el que no se les refuerce positivamente mediante la recompensa, no tendrán motivación para hacerlo. Así nos lo cuenta el psicólogo Alberto Soler: “Mediante el empleo de premios y castigos podemos lograr un compromiso a corto plazo en la ejecución de una determinada tarea, pero tanto su calidad como su estabilidad en el tiempo acabarán estando condicionadas a la presencia de esos premios o castigos”. Y añade: “Si lo que pretendo conseguir es el premio, pero llegados a un punto, no me dan ese premio a cambio, o incluso si ya me lo han dado, mi compromiso con la tarea será mucho menor que si realizo esta tarea por mi propia motivación“.
Como nos señala Alberto, la motivación que proviene de los premios no sirve a nuestros hijos a largo plazo. Por el contrario, la motivación intrínseca viene del propio niño, es duradera y no necesita de estímulos externos para realizar la conducta.
Veamos con un ejemplo que nos pone Alberto para entender cómo funcionan los premios y la motivación intrínseca. Los padres de un niño han decidido que es el momento de que deje el pañal para que empiece a usar el orinal. Para que asocie el orinal a algo positivo, cada vez que se sienta le premian dejándole ver sus dibujos en la tablet el tiempo que esté en el orinal. Desde ese momento, cada vez con más frecuencia el pequeño pide sentarse en el orinal. Sin embargo, esta conducta no está motivada por el propio niño (se siente mayor y usa el orinal), sino porque le han puesto un estímulo externo (los dibujos). El niño así no está pidiendo ir al orinal para hacer pis, sino para ver los dibujos. “Si le damos un premio por sentarse en el orinal, la atención no se enfoca en las sensaciones internas de tener la vejiga llena, sino en los dibujos animados. Aunque aprenderá a hacer el pipí en el orinal de las dos formas, si premiamos el sentarse en el orinal, probablemente esté más motivado a estar allí más tiempo y más veces al día, ya que no solo va allí a hacer pipí o caca, sino que tiene allí montada su «butaca de cine>>”, apunta el psicólogo.
Entonces, ¿no puedo reforzar positivamente las conductas de mi hijo?
Sí, por supuesto que se pueden reforzar las conductas positivas de nuestros hijos o hijas. Es más, es conveniente hacerlo como forma de mejorar su autoestima y su autoconcepto. “Es natural que tras una conducta positiva se dé una consecuencia igualmente positiva; de hecho, es deseable que así sea. Pero como decíamos, es preferible evitar los chantajes, el «haz esto y te doy lo otro»”, comenta Soler.
¿Cómo les reforzamos? Soler nos recuerda que deberíamos evitar que lo que ofrecemos como recompensa sea algo material, como un juguete, dinero o comida (especialmente productos insanos). “Aquello que ofrezcamos, además, debe ser proporcional a la conducta que queremos reforzar”, apunta.
Algunos ejemplos para reforzar positivamente
Algunos refuerzos positivos pueden ser dejarle pasar tiempo jugando a lo que quiera, darles una responsabilidad, darles un privilegio en donde pueda elegir entre varias opciones, felicitarle, decirle que lo ha hecho bien o darle las gracias.
Las siguientes recompensas tras hacer algo bien no son tan educativas para nuestros hijos: darles alimentos insanos, premios materiales o comprarles juguetes, decirle que lo ha hecho bien, aunque lo puede hacer mejor, promesas que no vamos a cumplir, permitirle hacer algo peligroso para él o ella.
Pongamos un ejemplo específico en el que podemos premiar con algo material: si nuestro hijo tiene interés por la lectura, lo más normal es que les compremos o les demos otro libro para reforzar que siga leyendo. Pero esta recompensa está relacionada con su conducta y es educativa.
El elogio debe estar relacionado con su esfuerzo y conducta
Los elogios hacia nuestros hijos son buenos, siempre que estén relacionados con su conducta y esfuerzo, no con un resultado. Así lo cuenta Soler: “Los elogios (refuerzos verbales) no deberían ser desproporcionados, ni hacerse de un modo global y exagerado (¡madre mía, eres un genio), sino atendiendo a la conducta concreta que se ha realizado (¡qué bonito!, ¡cómo te lo has currado!)”.
Cuando llegan nuestros hijos con buenas calificaciones, a muchos de nosotros nos sale decirles: ¡qué listo eres, que has sacado un 10! Sin embargo, con esta frase estamos atribuyendo su capacidad y su inteligencia a una nota que ha sacado. Los niños que reciben estos elogios en los que se asocian los logros que consiguen a un rasgo de ellos (Logro: sacar un 10; Rasgo de ellos: ser listo; Elogio: eres listo porque has sacado un 10), cuando crecen no son capaces de enfrentarse a otros problemas porque no saben cómo hacerlo ya que han creído siempre en esa atribución (ser listos por sacar buenas notas) que les han dicho.
Por eso, si queremos elogiar ante algo que ha conseguido nuestro hijo, no nos fijemos tanto en el resultado, en este caso la calificación, sino en el esfuerzo y en el proceso que ha hecho. En vez de la frase anterior, podemos decirles esta: “has sacado un 10 por todo el esfuerzo que has hecho” o “Has sacado un 10 porque has ensayado suficiente”.