Si hay algo en nuestra maternidad o paternidad que nos ponga más nerviosos que nuestro hijo nos desafíe, es que nuestro hijo nos desafíe en la calle y tengamos la mirada ajena puesta en nosotros.
Puede que no hayamos cedido ante un deseo de nuestro hijo y por eso nos ha chillado en medio de la calle: “¡te odio!”; puede que le hayamos dicho que nos tenemos que ir del parque y se haya tirado al suelo a patalear; puede que nos haya pedido un dulce, no se lo hemos comprado y nos ha empezado a pegar en la pierna…
Son miles las situaciones que les puede provocar tener un rabieta y con ello desafiarnos a nosotros. ¿Cómo debemos actuar sin perder los nervios pero manejando la situación? Os contamos qué se puede hacer.
1º Anticípate
Seguramente haya situaciones con nuestros hijos que propician una rabieta. Puede ser que al pasar por el parque nuestro hijo nos pida jugar un rato y sin embargo no hay tiempo para eso. Antes de que se produzca la rabieta, nos podemos anticipar y coger otro camino que no pase por el parque para que no entre en rabia. Así lo explica el psicólogo Alberto Soler: “Si al llevar al niño a la guardería siempre pasamos por un parque, y esto hace que el pequeño quiera bajar del carro y jugar, con el consiguiente retraso y rabieta al impedírselo, lo más sencillo sería cambiar el camino para evitar conflictos en ese punto. A veces la solución a un problema puede ser bastante sencilla, pero simplemente, por el motivo que sea, en ese momento, no la vemos”.
Para ser conscientes de las rabietas, sus conductas y cómo actuamos ante ellas, puedes realizar un diario de observación durante varias semanas. Así es como proceder:
- Anota el motivo que inicia la rabieta
- Su comportamiento
- Cómo actúas tú
- Cómo lo recibe tu hijo
A través de este diario podremos reconocer si hay patrones que se repiten cuando entran en rabieta.
2º Mantén la calma
Todos sabemos que ante una situación de tensión es importante mantener la calma. En una rabieta, y más cuando nos están mirando por la calle, nuestra calma puede evaporarse rápidamente. Por eso, si sientes que te estás contagiando de la emoción de tu hijo, si sientes que vas a chillar o a decir algo a tu hijo que luego te vas a arrepentir, date tres segundos, respira y mantén la calma.
Baja a la altura de tu hijo y estate con él. Si notas miradas sobre cómo estás tratando a tu hijo, ten presente que lo estás haciendo lo mejor que puedes. Lo que importa es que estés junto a tu hijo o hija acompañándole en esta rabieta, intentando calmarle y regular sus emociones, no los juicios de la gente.
3º Comprende y empatiza
Las rabietas son un fenómeno natural en el crecimiento de los niños y niñas. El cerebro de los niños está en sus primeros años de desarrollo, y es la parte más emocional la que tiene más evolucionada, frente a la zona de control de su conducta, que no está nada desarrollado. De ahí que cuando nuestro hijo siente que no se cumple la necesidad que pide (puede ser querer comer, pero también puede ser querer jugar más tiempo), tenga un estallido emocional por el que no puede controlar su conducta (a veces incluso nos pueden pegar). Así lo cuneta Soler: “La corteza cerebral, y más específicamente la corteza prefrontal, sería el área más relacionada con la mente racional, mientras que las estructuras subcorticales, en especial la amígdala, serían las que controlarían esa mente emocional. Pero lo que sucede es que en los niños más pequeños, especialmente durante los tres primeros años de edad, hay un claro predominio de las áreas emocionales por encima de las racionales”.
Si comprendemos que son un fenómeno evolutivo que con el tiempo se soluciona, la actitud que tendremos hacia ellas será más positiva que si pensamos que nos está desafiando.
4º Baja a su nivel
Mírale a sus ojos, en su altura, intentando que nos mire mientras le hablamos. Siempre hay que usar frases cortas que puedan comprender.
5º Transmite afecto y contención emocional
“No es extraño que en este momento rechace el contacto físico o que no quiera saber nada de nosotros. Si es así, debemos respetarlo y no tomarlo como un ataque, entenderemos que simplemente está ofuscado y esperaremos (manteniéndonos siempre dentro de su alcance visual). Pero si acepta el contacto físico, es una ocasión idónea para que le demos un abrazo, le besemos o le cojamos para demostrarle que estamos ahí, que no nos vamos a ir de su lado, y que comprendemos su malestar. El objetivo es que no se sienta rechazado a causa de su conducta”, cuenta Soler.
6º No les des sermones
Los mensajes, cuanto más breves y sencillos, mejor: “cariño, lo siento, ahora eso no puede ser”. Es normal que queramos que durante la rabieta entiendan qué les están pasando, pero no necesitan entenderlo, necesitan que conectemos emocionalmente con ellos.
7º Redirigir
Una vez que ha pasado la rabieta y tras haber conectado emocionalmente con ellos, podemos redirigir y apelar a su mente racional. Aquí debemos repetir el límite que hayamos puesto a nuestro hijo para que entienda la razón por la que no se ha satisfecho esa necesidad. Por ejemplo: Tú querías una chuchería, pero solo se comen chuches los domingos. Es importante que siempre cumplamos este límite, que haya firmeza, pues de otra forma, nuestro hijo va a aprender que dependiendo del estado emocional y de la rabieta que haya, vamos a ceder ante el deseo que tiene.
A veces, mejor que no ceder, es buscar una alternativa u otra opción. Podemos decirle: “cariño, lo siento, ahora nos tenemos que ir del parque. Pero podemos seguir jugando en casa”.