Imagina que eres la conductora o el conductor de un autobús. Eres tú quién dirige el volante. Tú eres quien decide cuando hay que girar a la izquierda, cuando a la derecha. También sabes en qué semáforos hay que parar, sabes qué hay que hacer al llegar a una rotonda y sabes cuando hay que parar en una gasolinera porque a tu vehículo le falta gasolina. En cambio, los pasajeros que van en tu autobús no son los conductores, por tanto, no están al mando del autobús. Tendrás, por supuesto, que escucharlos y atenderlos cuando te digan que necesitan ir al baño o parar para comer algo, pero tú eres quién conduce el autobús. No les vas a preguntar, cada vez que hay que hacer un giro, si puedes hacerlo. Tampoco si debes parar en un semáforo. Tú eres quién sabe conducir, quién conoce las normas de circulación y quién está a cargo de ese vehículo.
La educadora de padres Amaya de Miguel, nos propone en su libro ‘Relájate y educa’ que traslademos este símil a nuestra familia. Nosotros somos los conductores del autobús. Nuestros hijos, los pasajeros. “Vuestros valores, vuestros ritmos, hábitos, horarios, cuando entráis y salís de casa, el uso de las pantallas, todo lo que afecta al crecimiento y desarrollo del niño, lo decides tú. El niño podrá decidir lo que le afecta a él en un plano muy personal: qué ropa se pone, a qué juega, cómo se peina…Pero recuerda que tú conduces el autobús, no debes temer tomar decisiones que sabes que son buenas para tu hijo, aunque tu hijo no esté de acuerdo o proteste”.
Este símil ya nos da una idea de la responsabilidad que supone ser padres: poner normas, límites, velar por su cumplimiento… Nuestros hijos no son los adultos, no tienen esa responsabilidad, tampoco tienen la capacidad para asumirla. Por tanto, debemos ser nosotros los que la ejerzamos.
Ahora bien, la forma en la que establezcamos esas normas y límites será lo que nos convierta en una madre o padre firme o en una madre o padre autoritario. Hay un tercer tipo de madres y padres: los permisivos, que serían aquellos conductores de autobús que preguntan continuamente a los pasajeros si deben ir en segunda o en tercera, echar gasolina ya o esperar unos kilómetros más, delegando sobre ellos una responsabilidad que nos les corresponde en absoluto. Dejando a los niños sin el guía que necesitan para crecer seguros.
Las claves de la firmeza
A menudo, confundimos firmeza con autoritarismo, y si no queremos caer en este estilo educativo, acabamos cayendo en la permisividad, pero no tiene nada que ver. La firmeza significa, sencillamente, “que los parámetros por los que os guiais son firmes y estables, y que tú, el adulto, los defines y te encargas de que se respeten”, nos recuerda Amaya. Y nos pone un ejemplo: “Imagínate que tienes un mapa que te ayuda a ir del punto A al B, pero el punto A y el B cambian de sitio cada día, de manera que vives con una gran incertidumbre. ¿Cómo llegaré hoy a B? Si intento ir por el camino de ayer, ¿qué pasará? Tu labor es elaborar un mapa consistente en el que los puntos A y B estén siempre en el mismo sitio, de manera que ni tú ni ningún miembro de tu familia tengáis que improvisar y averiguar a diario cómo vivís vuestra vida”.
Para entenderlo mejor nos pone un ejemplo en el que los puntos A y B cambian cada día:
DÍA 1: Hoy estás tenso, tienes que terminar el proyecto del trabajo y no quieres problemas. Al pasar por delante de la pastelería, tus hijas te piden un pastel. Si se lo compras, te ahorrarás prepararles la merienda, de manera que les dices que sí.
DÍA 2: Hoy estás de muy buen humor, tranquilo, y tienes la tarde libre para ocuparte de las niñas en casa. Al pasar por delante de la pastelería, te piden de nuevo el pastel. Les dices que no porque tienes tiempo para preparar la merienda. Ellas insisten y tú dices que no. Ellas continúan insistiendo y, como no quieres enfadarte, se lo compras.
DÍA 3: Te sientes mal por haberles dado de merendar pasteles dos días seguidos. Hoy tienes la determinación de darles una merienda sana. Cuando pasáis por la pastelería, te piden que les compres algo, te niegas. Ellas continúan insistiendo, y tú acabas enfadándote.
En esta familia no hay un mapa claro. Ni el adulto ni las niñas saben cuándo se comen pasteles. Las normas se improvisan. ¿Las consecuencias? Los conflictos se multiplican. En cambio, en una familia en la que se ha establecido que el único día que se merienda pastel son los viernes, si la niña pide pastel un miércoles, solo tendrás que recordarle que tendrá que esperar al viernes. Si eres consistente, lo más seguro es que casi nunca te pidan pastel otros días de la semana.
“La firmeza es el mapa permite a todos los miembros de la familia saber cómo funcionan las cosas en vuestro grupo. Cuando todos conocéis ese funcionamiento, os ahorráis conflictos, tiras y aflojas. Además, esas normas se pueden implementar con bromas, canciones, juegos…”, nos dice Amaya. “Hacer el payaso, jugar, cantar, escuchar a tus hijos, ser amables con ellos, darles afecto no van a reducir tu firmeza”.
¿Y el autoritarismo?
Las madres y padres autoritarios son aquellos que para imponer sus normas se valen, fundamentalmente, de tres herramientas: el castigo, el chantaje y las amenazas. Pero, como nos recuerda Amaya, además de las consecuencias negativas que tiene para nuestros hijos este tipo de educación, “las casas en donde más se grita, más se chantajea, se premia y más se amenaza, son las casas en donde se obedece menos”. Amaya nos pone un ejemplo en su libro para que entendamos porque estas estrategias no son educativas, no funcionan a largo plazo:
Imagínate que estás paseando por la calle y te encuentras con una persona que se ha caído y no puede levantarse. Mientras la estás mirando, alguien se acerca a ti y te dice una de estas 3 frases:
- “Si lo ayudas a levantarse, te regalo dos noches en el hotel que tú quieras para ir con quien quieras.” (Premio)
- “Como no le ayudes a levantarse, no podrás ir a la cena del sábado con tus compañeros de trabajo”. (Castigo).
- “Ayúdalo ahora mismo o te pego.” (Amenaza).
En ese momento, ante el deseo de recibir el premio o el miedo a un castigo o a una amenaza, posiblemente actuarás y ayudarás a esa persona a levantarse. Pero, si siempre te han educado así, el día que nadie te ofrezca un premio, un castigo o una amenaza, será muy probable que pases de largo sin ayudar a esa persona. Te habrás acostumbrado a actuar por motivaciones externas. Esto es lo que hacemos con nuestros hijos cuando los castigamos, amenazamos o premiamos: “Si te comes la verdura, te doy chocolate de postre”, “Si sacas buenas notas, te regalo un móvil”.
Además, como ya hemos mencionado, las consecuencias de una educación autoritaria en los niños y niñas son variadas:
- Autoestima baja.
- Dificultad para controlar sus impulsos.
- Inmaduros.
- Poco persistentes en las tareas.
- Competitivos.
Podríamos resumir diciendo que los niños necesitan normas y límites para crecer seguros. Las madres y padres somos los encargados de establecerlas y velar por su cumplimiento. Y podemos hacerlo desde la firmeza, con amor y respeto a través de herramientas como el juego, o podemos recurrir al autoritarismo. En este caso las herramientas de las que dispondremos serán los castigos, las amenazas y los chantajes. En el otro extremo está la permisividad (niños con madres y padres que no establecen normas ni límites).
Fíjate en tu jefe
Siempre que alguien defiende el autoritarismo como modelo educativo, intento convencerle de lo contrario poniendo el ejemplo del jefe. Todos hemos tenido alguna vez un jefe o una jefa “porque lo digo yo”. Es decir, una persona que impone las normas sin explicar el por qué, una persona que utiliza su posición dominante para hacer que su equipo las cumpla. Con este tipo de jefes, da miedo, incluso, proponer una alternativa. Un jefe que, el día que no está en la oficina, todos aprovechamos para incumplir esas normas que no compartimos con él. Pero, en cambio, también hemos tenido jefes y jefas “líderes”. Personas a las que admiras, no solo por su calidad profesional, sino también por la personal. Son como “sherpas” en el Himalaya. El resto del equipo las seguimos convencidos de que él sabe el camino, que él nos va a llevar alto. Confiamos en él, y ese es el motivo porque el cual sus normas nos resultan atractivas. Si te dieran a elegir, ¿qué tipo de jefe prefieres dirigiendo el equipo en el que te trabajas? Puedes estar seguro de que antes esta pregunta, tu hijo contestaría lo mismo que tú.