Dicen que las situaciones con las que tropezamos a diario no son por casualidad. Y precisamente de esas experiencias obtenemos la posibilidad de aprender con lo que se nos aparece en el camino.Con los cuentos ocurre algo parecido. Siempre podemos aprender algo de ellos, y ese algo se nos presenta de varias caras, formas y colores. Es cuestión de abrir los cinco sentidos y explorar en nuestro interior, contactando con el mensaje que a cada uno nos llega.
Si algo tienen de mágico es precisamente que los cuentos no solo son para niños; también son para que los adultos estemos abiertos a su aprendizaje y despertemos nuestras conciencias. No tiene sentido leer un cuento a nuestros hijos, a los niños, con unos valores maravillosos e ideales cuando esos valores no coinciden con aquello que les contagiamos a diario desde nuestros gestos, nuestros mensajes y la actitud que mostramos ante la vida en general. Los niños aprenden de lo que ven, y por mucho que tratemos de explicarles que la vida es de color azul, o verde, o rosa, si nosotros la vemos de color negro sólo conseguiremos que la vean del color desde el que nosotros la representamos con nuestra forma de movernos en ella.
Los cuentos son una invitación a ver una realidad desde distintos personajes, nos ayudan a resolver conflictos fomentando la creatividad y alimentando nuestra imaginación, tan necesaria para desbloquear emociones. Nos ayudan a encontrar estrategias de cambio en situaciones que nos preocupan y nos brindan la oportunidad de comunicarnos con nuestros hijos, y desde edades bien tempranas, para hablar de valores.
Si me preguntasen por el tipo de cuentos que elijo para leer en casa, diría que me inclino por los cuentos que realzan los valores que quiero transmitir a mi hijo: cuentos sobre el valor de la amistad, del amor incondicional, de la empatía, la igualdad y que hablan de las cualidades personales de cada personaje y sus emociones, más que de resaltar las cualidades físicas.
En las estanterías de mi casa tengo una buena colección de libros y cuentos centrados en valores e historias con metáfora, más teniendo en cuenta que trabajo con ellos cuando atiendo a familias en procesos de coaching y en educación emocional, con reacciones muy positivas generando un gran impacto a nivel personal y mejorando el clima familiar.
Pero hace unos días cayó en nuestras manos, por un regalo, un cuento clásico de esos que no me consideraba muy amiga, Blancanieves y los 7 enanitos. Como sabéis, en este cuento se realza precisamente el valor de la belleza de Blancanieves frente a la envidia de la madrastra, que quiere deshacerse de ella para ser “la más bella del reino”. Y como las ilustraciones eran bien llamativas, mi hijo me pidió que se lo leyera. No es lo que yo hubiera elegido, pero como no es posible disfrazar lo que nos viene dado, pensé que algo de provecho podríamos sacar de su lectura. Y para ser sincera, ¡no sabía que tanto como lo que nos esperaba!.
En cuanto leí la parte en que la madrastra sin nombre, disfrazada de anciana, le da una manzana envenenada a Blancanieves, mi hijo exclamó “¡qué mala!”. El comentario me hizo parar por un momento y aproveché la oportunidad para explicarle algo: ”No es que sea mala, es que tiene miedo de que si los demás no la ven guapa, no la quieran. Y está equivocada porque a las personas se les quiere por como son y cómo nos hacen sentir: por sus cuidados, su alegría, o por lo que nos enseñan”. Pero enseguida se me frenó el discurso: “Vale mamá. Sigue con el cuento”. Vaya… quizás con 3 años no le llega el mensaje y le interesa más saber que ocurre en la historia. En fin, insistiré en la idea de no delimitar el mundo entre las etiquetas de “buenos” y “malos”. Eso es lo que pensé yo mientras seguía leyendo a un niño totalmente atento a todo detalle de las imágenes y diálogos de un cuento que no me acaba de convencer…
A lo largo del día comprendí lo que había pasado, y es que con los niños es aún más importante el concepto de “menos es más”. Esa misma tarde en el parque encontramos a un grupo de niños de unos 6 o 7 años jugando. En un momento determinado, uno de ellos le pegó tal empujón a otro que le tiró al suelo. Enseguida la madre del primero se levantó del banco donde estaba sentada y le gritó: “Ya estás otra vez con lo empujones ¡pero qué malo eres!”. Nosotros que habíamos visto toda la escena nos quedamos en silencio. Mi hijo muy serio se giró hacia mí y me dijo: “Mamá, ese niño no es malo. Es que tiene miedo a que no le hagan caso y por eso ha empujado”. Sin palabras. Solo una sonrisa cómplice por mi parte.
Los niños captan la idea rápido. Hay que apoyar esas ideas con ejemplos que ayuden a comprender, eso sí. Desconectan con demasiado contenido, pero recuerdan la esencia.
Somos los adultos los que deberíamos confiar más en nuestros valores y en sus capacidades para hacerles creer que pueden aportar cada día algo mejor a sus vidas. Pero desde la experiencia, sin palabrerías ni presunciones.
Por eso, quiero compartir algunas ideas para educar con los cuentos. Pueden ayudar a reflexionar sobre aquello que facilita un aprendizaje, de un modo divertido y respetuoso con las reflexiones de cada niño o niña.
Aquí van cuatro propuestas para conversar sobre el cuento y trabajar en valores e identidad:
-Podremos preguntarles al terminar el cuento por el personaje que más le ha gustado (uno o varios) y qué tenía para que le gustase más que otros. Observaremos los valores a los que da importancia nuestro hijo o hija y nos facilitará poder conocerles más.
-Podemos ir un poco más allá sobre el cuento y preguntarles si cambiarían algo de ese cuento si ellos estuviesen ahí. Esta será una conversación muy interesante para despertar su creatividad y su capacidad de resolución de conflictos.
-Qué harían ellos si fuesen ese personaje que han elegido. Puede que nos sorprendan contando algo que les ha ocurrido en el cole o con amigos y que no han sabido contarnos de otra manera antes. Seguramente ser otro personaje les dará libertad para pensar de una manera distinta y reaccionar como no se vieron capaces.
–Y, por último, podemos relacionarlo con las cosas que les gusta de … (de mamá, de papá, de los abuelos, de amigos, de ellos mismos). La importancia de valorar lo bueno de cada uno de nosotros y de conocernos mejor.
Seremos los mejores narradores de historias cuando seamos capaces de acercar la fantasía que se despierta de un cuento a la luz de una lámpara de noche, a la expectativa de hacer posible aquello que perseguimos. Y cada vez estaremos más cerca de conseguirlo… si nos lo proponemos.