Volvemos tras estas fiestas con un relato lleno de ternura, escrito por Dácil Isabel Muñoz Porta. Si os gusta, no dudéis en decírnoslo en nuestra página de Facebook. ¡Que lo disfrutéis!
BESOS DE CHOCOLATE
Érase una vez una niña que no sonreía nunca, nunca, nunca. Sus papás estaban desesperados porque querían verla feliz, pero nada de lo que hacían servía para que sonriera.
Vinieron los payasos más famosos, con sus narices rojas, sus zapatones y sus divertidos traspiés, pero la pequeña, que se llamaba Magdalena, ni pestañeaba.
Llegaron los equilibristas más temerarios, dando saltos increíbles, volando de un trapecio a otro y haciendo mil acrobacias… pero la chiquilla no les prestó la más mínima atención.
Le contaron los chistes más desternillantes e hilarantes, pero ella no cambiaba la expresión de su cara.
Un día, pasó por el pueblo, un mago sabio. Los padres pensaron que no perdían nada con consultarle su problema, así que acudieron a la posada donde se alojaba y le pidieron audiencia.
El anciano les recibió encantado. Le gustaban los retos y esta niña prometía ser uno de los más grandes a los que se había enfrentado.
Tras la explicación, el mago reflexionó un poco sobre lo que le habían contado y comenzó a hablar.
– Su hija necesita besos de chocolate.
Los padres se miraron extrañados.
– ¿Es una planta que sólo florece en los acantilados más peligrosos?.- Preguntó la madre.
– ¿Es un sortilegio que sólo sabe un malvado mago que vive en la montaña más alta del reino?- Aventuró el padre.
El sabio se rio a gusto un rato y aclaró a los padres que los besos de chocolate eran unas trufas deliciosas, ideales para los niños.
-El único requisito para que la fórmula funcione- añadió- es que se haga en familia. De otro modo no conseguiremos nada.
Los padres se fueron muy perplejos a la casa, dudando de las palabras del sabio, pero no perdían nada por probar. Nunca habían cocinado los tres juntos. Ahora que se paraban a pensar, estaban tan ocupados buscando remedio a la tristeza de su hija que nunca hacían nada los tres juntos.
Buscaron a Magdalena y los tres se fueron al mercado a comprar los ingredientes:
- 24 cucharadas de cacao en polvo (mucho amor)
- 6 cucharadas de mantequilla (ojo, la margarina no sirve) (toneladas de empatía)
- 2 cucharadas de nata fresca (una pizca de comprensión)
- Fideos de chocolate para el rebozado (Y muchos pequeños momentos de complicidad)
Una vez dispuestos estos ingredientes en la mesa de la cocina se pusieron manos a la obra. Echaron las 24 cucharadas de cacao en polvo en un recipiente, luego las seis de mantequilla y, por último, las dos de nata fresca.
Entonces invitaron a la pequeña a que mezclara todo, cosa que hizo con gran entusiasmo. Sus padres casi no podían creerlo. La fórmula estaba teniendo éxito. Una extraño brillo se asomaba a los ojos de la niña y la sombra de una pequeña sonrisa comenzaba a asomarse en las comisuras de sus labios.
Una vez bien mezclados todos los ingredientes, la chiquilla se lavó las manos y comenzaron a hacer bolitas con la masa resultante para rebozarlas en fideos de chocolate.
Magdalena las metió en la nevera y pasó las siguientes dos horas dando saltitos de alegría y preguntando a sus padres si pensaban que ya estaban listas.
Cuando pasó el tiempo estipulado, se las comieron entre risas y se llenaron entre ellos de besitos de chocolate.
Al día siguiente, lo padres fueron a dar las gracias al mago sabio y a llevarle una trufa que le habían reservado.
-Si la niña recae ¿deberemos volver a hacer los besitos de chocolate?.- Preguntó el padre preocupado.
-No.- Contestó el sabio.- Bastará con que le dediquéis vuestro tiempo de vez en cuando, escuchéis lo que ella os tenga que decir y le digáis cuanto la queréis todos los días de su vida.
Imagen: Pip, Indie, Sunflowers / Barney Moss / Flickr.