Publicamos un escrito de Juan Ramón, uno de los lectores de Gestionando hijos que nos invita una bonita reflexión.
Hola, soy padre de tres hijos, la pequeña tiene 18 años. He descubierto hace pocos años – cuatro aproximadamente – que quiero hacerlo bien como padre. Sí, lo sé, es un poco tarde.
Quiero ser un buen padre no por ellos, sino por mí. He cambio sentirme responsable por el placer de educar. Algo que he aprendido de la mano de los expertos de Gestionando hijos.
Un poco tarde, decía. Pero más vale tarde que nunca. Y siento amor incondicional por ellos que es de lo que va este artículo.
El otro día escuché a un padre decir (y no es la primera vez) que nuestros hijos “se darán cuenta de lo mucho que les hemos querido, del amor incondicional que les tenemos”.
Supongo que ese pensamiento será real y creo al tiempo es tóxico (para uno mismo y para nuestros hijos). Esa idea revela que estamos esperando que se hagan adultos, dejen el hogar para que se den cuenta de lo mucho que hemos hecho por ellos, una especie de balance del amor.
Esa reflexión supone que “en mi activo” (y por lo tanto en tu pasivo, querido hijo) está “todo lo que he hecho por ti”. “Algún día te darás cuenta”, podemos concluir. Yo te doy, tú me debes.
Ese es mi (condicional) amor incondicional.
Encuentro natural que cualquier madre o padre quiera incondicionalmente a sus hijos, sin reservas, sin pedir nada a cambio, contentos y felices de verles caminar por la vida sin esperar a que uno reciba lo que de ellos se espera. “Esperar algo a cambio” es incompatible con ese amor incondicional.
No me parece prodigioso, bien al contrario, me parece normal que una madre o un padre “se deje la vida por un hijo” e incluso sacrifique (si es posible con alegría) su vida por aquella persona a la que tanto debe (por habernos dado la oportunidad de quererles).
Hablamos del amor incondicional de una madre o padre por un hijo, como si este debiera estar en deuda con sus progenitores. Pero la vida está llena de amores incondicionales…
Prodigioso es el amor incondicional de los hijos por los padres. Por aquellos padres que cometiendo tantos errores seguimos mereciendo la confianza, el amor, la generosidad, la ausencia de reproche de nuestros hijos.
Incluso más prodigioso es el amor incondicional del maestro por sus alumnos a los que no les une la sangre ni siquiera la permanencia de una relación continuada en el tiempo. Aquella maestra, aquel maestro que quiere lo mejor para sus alumnos y siente la asombrosa y generosa necesidad de hacer bien a través de sus palabras, de sus hechos, de la educación. Es aquella maestra, aquel maestro que acude a clase vislumbrando con esa ambiciosa generosidad la oportunidad para hacer que cada uno de sus alumnos contribuya a hacer de nuestro mundo un mundo mejor.
Maravilloso es el amor incondicional de la mujer o del hombre enamorado de su cónyuge a pesar de sus desaciertos, de sus debilidades, de sus malos humores, de sus torpezas, de sus faltas continuada de detalle y atención.
El amor incondicional no entiende de balances. No lleva las cuentas. Es incondicional. Es decir, sin condiciones.
Os quiero.