Si nos fijamos, en las últimas décadas se han producido grandes cambios en lo relativo a paradigmas sociales, que poco tienen que ver con los de generaciones anteriores. Destaca especialmente el hecho de que la cultura del “yo” ha conseguido imperar por encima del “nosotros”, de tal forma que ha calado en los cimientos de una sociedad cada vez más tecnologizada, mediática y, por desgracia, egocéntrica.
Las tecnologías que surgieron (o eso nos contaron) como forma de puente entre civilizaciones vimos cómo acabaron contribuyendo a reforzar el espíritu de la individualidad, cómo devinieron una forma de agrandar nuestro ego y apaciguar nuestro compromiso social.
En otras palabras, hemos visto cómo poco a poco ha ido aumentando la preocupación por cómo nos ven más que por cómo somos, qué hacemos o quiénes queremos llegar a ser.
No podemos negar que ha habido grandes momentos de solidaridad y unión social en el pasado reciente: todos recordamos los abrazos que se produjeron durante la transición, las lágrimas que se nos saltaron después de aquel fatídico 11 de marzo o las calles llenas durante el 15M… Pero, si nos fijamos, todos estos grandes momentos en los que volvió a ser más importante el “nosotros” que el “yo” fueron precedidos por grandes desgracias. Una dictadura, un atentado terrorista, una crisis económica, política y social… Episodios negros en la historia que nos llevaron durante un tiempo a recordar la importancia de lo social, de la fraternidad, de la unión.
¿Pero qué ocurrió después?
Pues que, en algún punto, nos olvidamos. Todo pasó y quedó en el recuerdo colectivo. O en el olvido, según lo queramos ver.
Pero la historia no es tranquilita, no se detiene y, cuando menos lo esperamos, nos golpea fuertemente y nos hace replantearnos todo lo que habíamos construido hasta el momento.
Durante estas últimas semanas hemos visto otra vez cuánto nos necesitamos los unos a los otros, cómo de importante es todo aquello que dejamos de valorar porque considerábamos aspectos inmutables, como la sanidad pública, la educación o todas las áreas (personal de supermercados, encargados de la limpieza de las calles, agricultores y tantas otras) sin las cuales ahora mismo estaríamos hundidos en el caos.
Son numerosas las voces que afirman que se avecina un gran cambio en muchísimos aspectos de nuestras vidas: en lo social, en lo tecnológico, en lo cotidiano… No obstante, es complicado evitar pensar en que la historia, otra vez, se pueda repetir. Es decir, que todas las mejoras y avances que consigamos, especialmente en todo lo relativo a la valoración de lo social, duren lo mismo que tarda en desvanecerse el periodo de convalecencia.
Pero no nos pongamos pesimistas, está en nuestras manos la posibilidad de que esto no ocurra de esta manera. Y este en un gran reto que nos presenta la tesitura actual: usar lo ocurrido para evolucionar o, en cambio, convertirlo en una página más de la historia.
Y está en nuestras manos, en gran medida, porque depende de nosotros que los niños y niñas recuerden lo que está pasando, valoren todos los aspectos que hemos mencionado en las líneas anteriores y lo utilicen para crear una sociedad que ponga en valor lo que es realmente importante. Porque este reto es nuestro, pero lo es aún más para nuestros hijos e hijas.
Los aplausos de las 20:00h, los carteles en los ascensores de jóvenes ofreciendo su ayuda a los vecinos más mayores, la preocupación por nuestros abuelos, las muestras de solidaridad que han llenado las redes sociales, las ganas que tenemos de volvernos a abrazar, las cartas que miles de desconocidos han enviado a los enfermos en los hospitales para que no se sientan solos… Son muchísimos los ejemplos que demuestran que nos hemos unido como sociedad, que hemos cogido esas herramientas que estábamos usando para alimentar nuestro “yo” y las hemos puesto en marcha en pro de lo común.
Por lo tanto, este gran reto consiste en que toda esta solidaridad y amor por el prójimo, que ahora es la excepción, se convierta en la norma.
El futuro está en las manos de nuestros jóvenes y la educación es el mejor arma que podemos darles para cambiar el mundo, ya lo dijo Nelson Mandela. Por tanto, planteémonos cómo queremos que sea el mundo, el país, la sociedad en la que vivan nuestros hijos en un futuro, y démosles las herramientas para que no solo nunca olviden, sino que puedan construir un mundo mejor con sus recuerdos.